Un Corazón que sufre, no conoce razones. El dolor no entiende nada.

¿Qué consuelo se puede dar a padres que acaban de perder a su hijo? ¿Cómo se les puede dar una explicación justa? ¿Qué se les dice a estas personas que tienen el alma desgarrada, que tanto amaban a su hijo, incluso aun más que a sus propias vidas? ¿Cómo retomar los planes que habían soñado? Tantas ilusiones que de un momento a otro han desaparecido, casi como si se cerrara una puerta sin dar explicación, sin dar otra oportunidad; sólo se ha apagado la luz, ha llegado el final, sin pedirlo y sin entenderlo…

Marcos y Betina tuvieron que afrontar la desgracia más grande que puede tener un ser humano: la pérdida de su niña Sofía probablemente, aún estaría junto con ellos si no hubiera sido por un error médico, por una negligencia y una falsa esperanza, que a pesar de las buenas intenciones del médico hizo que la pérdida fuera aún más inconsolable. Ellos hubieran dado todo por salvar a su pequeña, por tenerla entre sus brazos, por ver su linda sonrisa, por darle todo lo que ella pedía. Después de todo, Sofía no quería ropa, ni juguetes ni viajes; solo quería vivir, quería crecer. Esto era algo que ni todo el amor ni todo el esfuerzo de sus padres le pudo dar; vida, simplemente vida.

Maribel y Adrián estaban dormidos tranquilamente cuando un llamado telefónico a media noche los despertó, comunicándoles que su hijo, Valentín, había sufrido un accidente terrible en la autopista. Este joven, un atleta excelente con futuro prometedor, perdió su vida a escasos meses de graduarse de la universidad; simplemente en un minuto, en un accidente. Sus padres, abuelos, hermanos y toda la gente que lo rodea no puede entender lo que sus oídos escuchan, no hay una razón lógica, nada que pueda explicar una pérdida de tal magnitud. Valentín no merecía este final.

Han pasado los días, las semanas, bien podrían haber pasado algunos meses; sin embargo el dolor lejos de disminuir ha aumentado, se hace insoportable recordar, pensar y pedir explicaciones que no existen. Fácil sería si se pudiese encontrar una pastilla que alivie el dolor, que calme la pena y que pare el sufrimiento. Después de todo vivimos en un mundo que es conocido por proporcionar soluciones rápidas, efectivas e inmediatas. Todos buscamos el remedio mágico sin importar el precio, nadie quiere sufrir y tratamos de enmascarar el dolor con una píldora o con distracciones continuas.

Todos estos padres, hermanos y abuelos que han perdido a estas almas inocentes, sienten la presión de tener que volver a trabajar, cuidar a sus otros niños y regresar a la normalidad. Sin embargo, todos se sienten inundados por la tristeza, la falta de motivación, una gran apatía y hasta incluso en el caso de Betina, el deseo a veces de morirse.

Sus familiares y amigos les recomendaron asistir a grupos de apoyo donde encontrarían otras familias que pasaron por lo mismo, leer libros acerca del duelo, tratar de salir más de la casa y toda una serie de buenos consejos. Sin embargo, por más consejos que siguieran, Marcos, Betina, Adrián, Maribel y cualquiera que desafortunadamente ha estado en la misma circunstancia, no pueden encontrar consuelo o aquella receta, aquel ingrediente que si lo ponen en práctica, pudiera quitarles el sufrimiento y secar sus lágrimas.

El dolor, la apatía, la pena, las ganas de no volver a sonreír al mundo, fueron sentimientos que estos padres inconsolables debieron sobrellevar por mucho tiempo. Poco a poco y casi sin querer, la vida les ofreció el mejor remedio que alguien pueda tener: les regaló tiempo, les dio valor para llevar su pena en el alma y seguir su camino; para que las heridas lenta y gradualmente pudieran comenzar a cicatrizar y para encontrar una nueva razón por la cual vivir. El tiempo y la vida poco a poco les han ofrecido ese ingrediente que no se compra, que no se fabrica, que sólo se vive.

Si bien el vacío de las pérdidas estaba siempre presente, las familias pudieron reconectarse con la vida y salir adelante.

Y fue así como descubrieron que a veces hay situaciones que hay que soportar, no hay remedio y hay que darle tiempo al tiempo, ya que no hay soluciones mágicas, sólo la esperanza que algún día las cosas vayan a mejorar.

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Viviendo con dolor en el alma

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INGREDIENTES

  • 1 galon de tiempo
  • 1 taza de aceptación
  • 1 manojo de memorias gratas
  • 1 gajo de fe
  • 1 sobrecito de amor por la vida
  • Esparza confianza y calma según sea necesario.

RECOMENDACIÓN DEL CHEF

MODO DE PREPARACIÓN

Cuando sentimos dolor es como si nos estuvieran quitando parte de nuestra alma, sin percatarnos que este es el ingrediente que nos va a dar el valor y la fuerza para salir adelante.

Lentamente y sin buscarlo se logra diluir la pena ya que el tiempo, el deseo y el esfuerzo que cada uno pondrá en retomar la vida son los únicos remedios.

No hay receta para quitar el dolor, es un trago amargo y difícil de digerir.

Cuando termina la lógica y las explicaciones, empieza la fe y la aceptación. La pena es un ingrediente que tiene que ser absorbido lentamente e integrado al ser para luego poder ser transformado y para convertirse en una persona diferente, con un dolor interno pero con valor para seguir adelante.

Todo cocinero que ha experimentado la pérdida de un ser querido comparte un lenguaje silencioso con aquellos que han pasado por la misma situación. Sus platillos tienen un sabor diferente, impregnados por la triste experiencia. La base de sus platillos tiene un ingrediente duro de digerir que lo obtuvieron sin buscarlo o pedirlo y a pesar de que lo puedan diluir, jamás lo lograrán disolver.

Existen cosas en esta cocina de la vida que no tienen explicación ni razón de ser, de alguna manera será mejor aceptarlas y seguir el camino, siempre adelante, construyendo, creando, inventado, ya que para sanar hay que construir.

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Prestigiosa columnista internacional en más de 10 periódicos y revistas que se publican y distribuyen desde Nueva York hasta Argentina Con su famosa columna Recetas para la Vida©. Ganadora por tres años consecutivos del premio de excelencia en periodismo del San Diego Journal Club.