En la catedral cristiana copta ortodoxa de Abbaseya, en El Cairo, el Papa Francisco insistió ayer en un mensaje de unidad en la fe. Unidad como cristianos entre la pequeña miríada de Iglesias presentes en Egipto, desde los escasos católicos (cerca de 250.000) a la mayoritaria Igelisa Ortodoxa Copta, una de las más antguas del mundo y la más numerosa en Oriente Medio. Junto al Papa ortodoxo copto Teodoro II, Francisco recordó a las últimas víctimas de los atentados contra esta minoría religiosa en Egipto, que se cobraron la muerte de 46 personas y fueron reivindicados por Daesh: «La sangre de inocente de fieles indefensos ha sido derramada cruelmente: su sangre inocente nos une».

El recuerdo de los «mártires» víctimas del doble atentado contra dos iglesias en Egipto que celebraban el Domingo de Ramos ha estado muy presente en esta visita del Pontífice. Y aunque Egipto fue la cuna de estos cristianos, que conforman entre el 8 y el 12% de población actual, hoy día son tratados como ciudadanos de segunda clase por el Estado, perseguidos por los vecinos en zonas rurales como Minya o Sohag y amenazados por los terroristas islámicos de Daesh.

El atentado contra la iglesia de San Pedro y San Pablo -anexa al complejo del Patriarcado Ortodoxo en El Cairo que visitó ayer el Papa- el pasado diciembre, reivindicado por la filial egipcia del grupo terrorista y que se cobró las vidas de 28 feligreses, fue visto como un «punto de inflexión»: atentados de semejante calibre organizados por grupos terroristas contra la minoría cristiana no han sido tan habituales en Egipto, aunque Mina Thabet, investigador en minorías de la Comisión Egipcia para Derechos y Libertades (ECRF), señala que fue sólo «un paso más consecuencia del discurso sectario y fatuas anti-otras religiones de algunos predicadores».

Desde entonces, Daesh ha renovado sus amenazas contra esta castigada minoría que data del siglo IV. Ante el aumento de los asesinatos de comerciantes cristianos en el Sinaí norte, decenas de familias se han exiliado a zonas más al sur del país, temerosas de ser los siguientes en esa «limpieza» de «apóstatas» que clama el grupo terrorista.

Hasta entonces, la principal y más común amenaza contra los cristianos egipcios habían sido los cada vez más frecuentes estallidos de violencia sectaria, especialmente en zonas rurales. Tras la asonada militar que depuso al presidente islamista Mohamed Morsi, decenas de iglesias por todo el país fueron atacadas y quemadas, bajo la justificación de que los cristianos apoyaban al ahora presidente Abdelfatah Al Sisi. Tras la llegada de Al Sisi y pese a su promesa de protección, los ataques continúan. Sólo en 2016, el grupo Eshhad, que monitorea la violencia religiosa en Egipto, contabilizó 54 incidentes de violencia contra cristianos. Turbas enfurecidas, azuzadas por el discurso de algún predicador local han quemado casas, desplazando a familias enteras, por motivos como la supuesta blasfemia de un puñado de jóvenes escolares, rumores de mujeres convertidas al islam y retenidas por sus familiares o ante la sospecha de un supuesto flirteo de un vecino cristiano con una musulmana. «Es como que se puede ser cristiano sin problemas, mientras no hagas alarde público de fe no musulmana», señala Samuel, un copto de mediana edad.

La construcción de iglesias y lugares de culto ha degenerado también en numerosos incidentes de violencia contra cristianos En 2016 se aprobó una nueva ley para la templos cristianos, que según activistas y parlamentarios sólo hacía oficial la discriminación que sufren los egipcios de fe cristiana frente a los musulmanes. «El Gobierno ha matado el sueño. Le está diciendo a los cristianos: No vais a ser ciudadanos de pleno derecho en un estado que arranca la identidad nacional y pone una salafista en su lugar», declaró entonces el parlamentario cristiano Emad Gad. Esa discriminación alcanza también a los estratos más pudientes coptos, a los que se les veta posiciones de mando en el Ejército y ven dificultado su acceso a altos cargos en política.

«Los lugares de culto han sido repetidamente objetivo de la violencia sectaria en los últimos cinco años», señala Amira Mikhail, investigadora de Eshhad. A los atentados en El Cairo, Tanta y la catedral de San Marcos alejandrina se une también un atentado bomba contra la iglesia de todos los Santos en Alejandría en 2011, que se cobró las vidas de 23 cristianos. Meses más tarde, 28 cristianos coptos murieron en la «masacre de Maspero», mientras se manifestaban contra la demolición de una iglesia en el Alto Egipto. En enero de 2015 un incendio provocado volvía a destruir parte de una iglesia en Qena, que ya había sido atacada en 2010. La mayoría de estos ataques quedan sin culpables, creando a juicio de Mikhail una «cultura de impunidad» para los atacantes y la sensación de no ser protegidos por el Gobierno entre los cristianos. Tras el último atentado en Tanta, ha sorprendido la destitución del director de seguridad de la provincia, anunciada por el periódico estatal Al Ahram.

«Los cristianos en Egipto (coptos) cuentan con una larga historia sufriendo violencia, y podríamos decir que ‘están acostumbrados’. Pese a todo, se mantienen fieles a su religión, irán a la iglesia… es parte de su cultura. Las víctimas son mártires: gente que muere por ser cristianos», concluye Thabet.