Cuando hablamos de la igualdad en la Iglesia, no estamos hablando del feminismo que el mundo proclama. El feminismo secular se ha convertido en una competencia entre un género y otro. En la búsqueda por la igualdad, tristemente, se ha generado un espíritu de contención en el que las mujeres buscan comprobar que son iguales o mejor que los hombres. Esto no es bíblico y solo hace la brecha entre los géneros más grande y así le entrega más y más terreno al enemigo.

En realidad, como Iglesia, nuestro enfoque debe de estar únicamente en lo que Dios nos enseña a través de Su Palabra. En Génesis 2:18 Dios hace una declaración poderosa: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.” (Génesis 2:18 RV1960). Dios le había entregado a Adán una encomienda grande e importante, en él descansaría la responsabilidad de administrar la creación de Dios. Tras el nombramiento de los animales se hizo evidente que Adán necesitaría alguien con quién formar equipo para lograr cumplir con la encomienda de Dios. Dios ya tenía la solución prevista. Desde antes de la creación la mujer fue diseñada como la respuesta a un problema, como una solución; ambos serían el complemento perfecto para cumplir los propósitos de Dios en la tierra. Adán y Eva, el hombre y la mujer, eran el “dream team” de Dios, cada uno diseñado con fortalezas, cualidades y habilidades únicas que juntas formaban el equipo ideal.

En Génesis 1:26 y 27 Dios dispone crear al hombre a su imagen y semejanza y entonces, “varón y mujer los creó.” (Génesis 1:27 NVI) Es imperativo, por lo tanto, que cada uno de nosotros exprese libremente aquellos aspectos de la imagen y semejanza de Dios que nos han sido dados para ser un reflejo de Él  aquí en la tierra. Así como el hombre y la mujer no fueron creados de la misma forma, tampoco son iguales en su esencia, cada género despliega cualidades especiales y únicas. El deseo del corazón de Dios es que aprendamos a caminar en honra uno con el otro, reconociendo lo que cada uno aporta a los propósitos redentores de Cristo y que juntos, mano a mano, caminemos enfocados en la edificación del Reino de Dios. Qué importante que comprendamos que comprendamos que, en el avivamiento final, el hombre y la mujer ministrarán lado a lado en una demostración poderosa de lo asombroso que es nuestro Dios.

En I Pedro 3:7 Dios instruye al varón a tratar a la mujer con honor,  “dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.” (RV1960) Como podemos ver, el hombre tiene la encomienda de asegurar que la mujer mantenga el lugar de honra que Dios le ha dado como una coheredera de la gracia PARA LA VIDA. Como bien lo expresa Edgardo Silvoso en su libro, Mujer: Arma Secreta de Dios, “La mujer es coadministradora de la tierra junto con el hombre. Básicamente, ambos tienen los mismos derechos.” En su enseñanza, el Hermano Silvoso hace hincapié en la importancia de que el hombre viva con la mujer en sabiduría (I Pero 3:7), esto es, asegurándose de comprenderla y conocerla a profundidad para de esta manera poder valorar las hermosas complejidades con las que Dios las ha creado.

Es triste ver cómo hemos permitido que una cultura de deshonra permee dentro de la iglesia. Como mujer, como maestra de la palabra, como predicadora, la mayor oposición que he recibido ha sido dentro del mismo contexto eclesiástico donde se ha cuestionado mi ministerio simplemente por ser mujer. Sin embargo, he tenido la bendición de tener un padre y un esposo que han comprendido la instrucción divina para traer sanidad a la brecha de género y se han levantado como un baluarte a favor de que el Reino de Dios sea establecido. Es mi oración que, como creyentes, seamos parte de la sanidad que Dios quiere traer entre los géneros y empecemos por honrarnos unos a otros como hijos de Dios y coherederos con Cristo, sabiendo que Él ha creado a cada uno con grandes propósitos para Su reino.

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Alexandra I. Morales tiene una licenciatura en Lingüística de la Universidad de California en San Diego. Dirige el Colegio Highland Prince Academy en la ciudad de Tijuana desde hace trece años y es maestra desde la corta edad de diecisiete años. Tiene una pasión implacable por la juventud y por enseñar y dirigir a las personas a una relación más profunda con Jesucristo. Junto con su esposo, Carlos, pastoreó la Iglesia Evangélica San Pablo campus Central por 7 años después de haber sido los pastores de Jóvenes en esta misma congregación por cinco años. Es mamá de cuatro hijos, Jaan Carlo, Dante, Francia y Eliana. Alexandra, Carlos y sus hijos residen en la ciudad de San Diego, California.