El obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, reflexionó está semana, en su columna del periódico La Voz de San Justo, sobre la primera frase del Credo: “Creo en Dios”.

Ante la pregunta “¿Quién es Dios nuestro Señor?”, el obispo vuelve sobre su experiencia personal para meditar sobre su crecimiento en la fe: “Creer en Dios es un modo de estar parado en la vida, de ver las cosas y, sobre todo, de empeñar la propia libertad en una relación personal con Dios”, afirma.

“Cuando digo: ‘creo en Dios’, ¿en qué Dios estoy pensando?”, plantea el prelado, y asegura que “más que el catecismo impreso, es el catecismo del corazón el que define la existencia”.

“¿Qué Dios está allí, determinando, desde dentro, mi propia vida? ¿Qué imagen de Dios me acompaña en el camino, cuando oro, cuando miro mi vida y la de mis hermanos?”, reflexiona monseñor Buenanueva, y afirma que “los cristianos creemos en el Dios que se ha manifestado en la humanidad de Jesús, su Hijo. Hay que rastrear en esta humanidad enorme y fascinante, llena del Espíritu Santo, las huellas del Dios vivo”.

El prelado ilustra su reflexión con dos pasajes del Evangelio: uno de ellos, cuando Jesús se estremece de gozo, movido por el Espíritu Santo. El otro, relata cuando Jesús lloró. “Gozo y dolor. Risa y llanto. Ese es el Dios en el que creo: el que vibró de gozo al ver que los pobres lo reconocían como Padre, y el que se conmovió hasta las lágrimas por la muerte del amigo. Un Dios que tiene entrañas y pasión. Que sabe reír, tanto como llorar”, expresa el obispo.

“La perfección de Dios es la perfección del amor, de la compasión y la ternura. Un Dios que – tal como se ha mostrado en Jesucristo – ama y llora sin complejos la suerte de sus amigos. Solo este Dios que se expone así, humilde y leal, es digno de fe. Solo Él merece que, con audacia, le confiemos nuestra vida”, añade.

El hombre, explica monseñor Buenanueva, “es capaz de reconocer el rastro de Dios en el mundo”, y advierte que el ser humano “tiene sed de infinito y de absoluto”. El hombre, concluye, “es sed de Dios”.

Debido al dolor, la injusticia y la contradicción existentes en el mundo, “no le resulta fácil a la inteligencia humana, siempre débil y falible, reconocer esta presencia misteriosa. Por eso, el creyente mira con respeto al que no puede afirmar la existencia de Dios. Sabe incluso que, en algún rincón de su corazón, también anida la increencia”.

Para finalizar, el prelado recordó que “Dios es misterio: plenitud que desborda todo concepto”. Por eso, señaló, “buena parte de la tradición cristiana ha afirmado que, en definitiva, la actitud más religiosa es el silencio ante su misterio”. Pero Dios mismo “ha roto su silencio para buscar al hombre. ‘¿Dónde estás?’, pregunta Dios al hombre a la hora de la brisa de la tarde”. El amén de la fe, concluyó el obispo, es respuesta a esa pregunta, “que nos precede y acompaña toda nuestra existencia”.+