El negocio de los productos religiosos

Mucho se ha escrito acerca del creciente interés postmoderno sobre la espiritualidad y las religiones, pero algunos expertos en la nueva religiosidad como Michael Fuss, o sociólogos como G. Lipovetsky, advierten sobre las ambigüedades de la búsqueda religiosa de nuestro tiempo. ¿Es solamente una búsqueda de trascendencia o solamente un afán consumista de experiencias de bienestar? Creo que hay un poco de las dos cosas.

El consumo religioso

La mentalidad consumista ha conquistado espacios de la vida que no dependen del intercambio comercial. Esta se ha infiltrado en las relaciones humanas, en la política, en la educación y en el tiempo libre. Se usa al otro como medio, para alcanzar un objetivo personal, y si este “otro” es Dios, también se lo usa, como alguien que ha de “servir para algo”, según una lógica de utilidad, donde no se busca el encuentro con el otro, sino la propia gratificación. Crece así la religiosidad “a la carta” donde cada uno se arma su menú espiritual, tomando de cada tradición religiosa, de la psicología y algunas pseudociencias, lo que mejor le asista a su necesidad personal. Una muestra de ello son las incontables ofertas de técnicas de desarrollo personal en el ambiente “New Age”, guías de la felicidad y de autoayuda. Como expresa Lipovestsky: “asistimos a la expansión del mercado del alma y su transformación, del equilibrio y la autoestima, mientras proliferan las farmacopeas de la felicidad. En una época en que el sufrimiento carece totalmente de sentido, en que se han agotado los grandes sistemas referenciales de la historia y la tradición, la cuestión de la felicidad interior vuelve a estar “sobre el tapete”, convirtiéndose en un segmento comercial, en un objeto de marketing que el hiperconsumidor quiere tener a mano, sin esfuerzo, enseguida y por todos los medios”.

Autosalvación terapéutica

A diferencia de la concepción judeocristiana de la salvación gratuita que viene de Dios, se propone un camino de autosalvación, de autoperfeccionamiento y autosanación, donde a imagen de la antigua gnosis se busca “despertar la conciencia” de la propia divinidad, en un panteísmo solapado o explícito, donde si se habla de Dios es como una energía impersonal de la que todos formamos parte. No se entiende la fe como diálogo, como acto de creer algo a otro (Dios), sino como fe en uno mismo, como autosugestión y autosuperación. La fe se deposita en las propias posibilidades de la mente y en técnicas aprendidas de revistas y libros de autoayuda. Se abandona así la dimensión relacional de la fe y el individuo se repliega sobre sí mismo, dando la espalda a todo lo que no sea su pura subjetividad.

Por otra parte, en un mundo dominado por la mentalidad técnica, también se ofrecen nuevas “técnicas” espirituales para salvarse de todo lo que se desee ser liberado y muchas propuestas de tipo religioso se ofrecen en el mismo lenguaje que cualquier especialista en resolver problemas técnicos, porque solo requieren alguien que tenga el conocimiento y el método para resolver lo que sea. Crece una ingenua búsqueda de soluciones mágicas ante todas las dificultades que se presenten en la vida personal.

Pensamiento mágico

En una cultura colonizada por la lógica instrumental, no es extraño encontrar este modo de pensar en las búsquedas espirituales, derivando en creencias y actitudes mágicas que buscan instrumentalizar a la divinidad para los fines particulares. No es un fenómeno presente solo en la religiosidad popular de corte New Age, sino que se manifiesta al interior del mismo cristianismo, en ámbitos católicos. No solamente en la incorporación de literatura y técnicas de inspiración esotérica, sino en un fideísmo que da la espalda a la razón y acepta en forma mágica e infantil toda clase de creencias supersticiosas. Esto puede verse en el uso de sacramentales (agua bendita, objetos bendecidos, etc.) como una serie de amuletos con poderes mágicos, que por el solo hecho de tenerlos uno estaría protegido de cualquier mal. Se promueven así formas de vivir la fe cristiana que terminan traicionando su sentido original, deformando los sacramentos como si fueran pociones mágicas de poder sobrenatural.

Las palabras no son inocentes

El uso del lenguaje que se toma prestado de un ámbito para usarse en otro, no es simplemente un montón de comparaciones inocentes, porque al cambiar el lenguaje, siempre se arrastra una concepción del ser humano y de las relaciones humanas, de la vida y del mundo. Por ejemplo, cuando se utilizan términos tomados del ámbito de la economía, del marketing, de la publicidad, y se los pretende aplicar al mundo religioso, se corre el riesgo de pervertir el sentido original de la experiencia religiosa y acomodarla a visiones reduccionistas. Además esas categorías no dan cuenta de la realidad del hecho religioso en su verdad más profunda. Por el camino del cambio a un lenguaje comercial, se entra en una lógica donde no existe la gratuidad, sino un mero pragmatismo donde la religión se valora según lo que pueda “aportar” al interesado y no se habla de las grandes preguntas de sentido, de búsqueda de la verdad, que llevan al ser humano al encuentro con Dios. Y así, la lógica de consumo también ha colonizado gran parte del ámbito religioso. Es significativo ver como muchos nuevos movimientos religiosos ya no hablan de vida eterna, sino de prosperidad, éxito y realización personal.

Cambiar la mirada

Tomar conciencia de los condicionamientos culturales que pueden transformar la propia fe en un producto de supermercado, nos lleva necesariamente a estar atentos a no convertir la vida espiritual en un itinerario superficial que solo busca sensaciones o resolver problemas en forma mágica. La fe cristiana es siempre un llamado profético a salir de los propios esquemas e intereses egoístas para abrirse a una relación que nos desinstala, que nos mueve a salir al encuentro de los otros, al encuentro de Dios. Concebir las relaciones desde la gratuidad del amor, viendo al otro como fin en sí mismo y no como un instrumento para alcanzar mis intereses, es una clave ética que nos ayuda a salir de la tentación de un egoísmo crónico anclado en el propio capricho subjetivo.

Cambiar la mirada desde la fe cristiana es comprender la religión como amor y verdad, no como consumo, es buscar a Dios por él mismo, no por lo que podemos conseguir de él.