Isabel Guerra, la conocida monja pintora que a los quince años expuso su primera obra en Madrid, reconoce ser poco admiradora de sí misma, lo que le ha costado el sobrenombre de la «eterna insatisfecha», a pesar de que sus creaciones atraen a miles de espectadores.
En apenas una semana, su nueva exposición ‘Isabel Guerra 2015. Pintura, dibujo y fotografía’, que reúne más de cien obras en el Patio de la Infanta de Ibercaja en Zaragoza, ha registrado unas 9.000 visitas, ha indicado hoy a EFE, antes de participar en un coloquio sobre su biografía que protagonizado hoy en la capital aragonesa a raíz de la muestra.
Isabel Guerra (Madrid, 1947), quien reside en el monasterio zaragozano de Santa Lucía donde ingresó a los 23 años, se ha mostrado sorprendida por el éxito de su trabajo y ha reconocido que le admira que otras personas alaben sus obras, incluso aquellas en las que considera no haber logrado lo que pretendía.
«Yo soy poca admiradora de mí misma sinceramente. Para darle una pista, me llaman la eterna insatisfecha y es un poco verdad», ha manifestado.
Lo cierto es que miles de espectadores continúan admirando su pintura, a la que ha dedicado su vida profesional desde que tenía doce años, antes incluso de entrar en el convento cisterciense como monja de clausura, ha recordado.
Compagina «perfectamente» la vida religiosa con su dedicación a la pintura, que para ella no es más que un trabajo profesional como otro cualquiera, «necesario» para poder aportar y formar parte de la sociedad en la que vive, «ya sea con una obra de arte o con cualquier tipo de obra» ha aclarado.
«Para mí, mi vida es la pintura, es mi profesión, mi trabajo y mi vocación, exactamente igual que mi vida consagrada», ha comentado.
Y en sus obras trabaja «siempre», sin pensar en «si apetece o no» como hacen el resto de personas que desempeñan un puesto de trabajo, porque es su «quehacer» y su «motivación» para vivir cada instante.
Esta exposición instalada en Zaragoza se podrá contemplar en el Centro Cultural Casa de Vacas del Parque del Retiro a partir del 29 de mayo con una nueva incorporación, un retrato que todavía no ha terminado.
En la muestra, la artista además de óleos y dibujos, expone también fotografías texturizadas, con las que lleva trabajando «muchos años»,
Esta técnica, que no es nueva para la artista, aunque no la había expuesto hasta ahora, al igual que el resto de su obra, surge del «espíritu» de un momento vital y de la «personalidad» desarrollada como autora a lo largo de los años, ha dicho.
La luz está presente en sus cuadros, especialmente en los 108 que componen esta nueva exposición, porque para esta religiosa cisterciense es una herramienta básica con la que transmitir el mensaje de «paz, esperanza y serenidad» que le interesa hacer llegar a quienes los contemplen.
«La vida puede ser mucho mejor de la que estamos teniendo en nuestra sociedad tan convulsa y ennegrecida, con nuestras propias limitaciones», ha resaltado.