En una iglesia de la capital jordana, Ammán, donde se reúnen decenas de cristianos de Irak, Walaa sueña con un futuro mejor para sus tres hijos, a quienes quiere mantener a toda costa lejos de su tierra natal.

«Lo hemos perdido todo. Nuestras casas fueron saqueadas y destruidas, no nos queda nada allí por lo que valga la pena volver», dice amargamente Walaa Luis, una madre de familia de 40 años.

Walaa forma parte de los miles de cristianos de la región iraquí de Bartalla, cerca de Mosul, que encontraron refugio en la vecina Jordania después de que el grupo yihadista Estado Islámico (EI) conquistara en 2014 un tercio del territorio iraquí.

Bajo el yugo de la organización ultrarradical, los cristianos tenían la opción entre convertirse al islam, pagar una tasa especial o abandonar la ciudad bajo pena de ejecución.

El poder en Bagdad acaba de proclamar la victoria militar contra el EI, expulsado de todos los centros urbanos, pero Walaa, cuya casa fue quemada, no piensa en volver a su país, donde dice que ya no se siente segura.

Reunidos en la iglesia latina de Marka, cuya escuela ofrece cursos de tarde a sus hijos, Walaa y decenas de sus compatriotas cristianos recibieron a principios de la semana al embajador de Francia en Jordania, David Bertolotti.

– Ayuda de Francia –

Bertolotti les anunció una ayuda de 120.000 euros de Francia, para que la escuela pueda continuar con sus actividades hasta finales del año escolar.

Un gran árbol de Navidad preside la sala de fiestas y los niños, con pequeñas cruces de madera colgadas del cuello, cantan el himno nacional iraquí.

«Estos niños fueron víctimas de la violencia y la persecución por parte de una organización extremista que les obligó a huir», afirmó el embajador de Francia.

Para muchos refugiados cristianos de Irak en Jordania, el sueño es volver a empezar su vida en Europa, en Canadá, en Australia o en Estados Unidos.

Alrededor de 10.000 residen en Jordania, según el padre Rifaat Badr, que dirige un centro católico de estudios.

Después de haber pasado largas noches durmiendo en los jardines públicos y las iglesias de Erbil, la capital del kurdistán iraquí, al norte de la ciudad de Mosul, Walaa llegó el pasado mes de agosto a Jordania con su marido y sus tres hijos, de 8, 15 y 16 años.

Una vez allí, se dirigió al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para pedir una reubicación «en cualquier país seguro para el futuro de [sus] hijos».

– Desamparados –

«Hemos gastado todo lo que teníamos y no hemos recibido un solo dinar de nadie. No puedo ni consultar a un médico o comprar regalos de Navidad a mis hijos», se lamenta Walaa Luis, que padece problemas de corazón y de tensión arterial.

La escuela de la iglesia, situada en el barrio de Marka, en el este de Ammán, acoge a unos 200 niños cristianos de la región de Mosul, de edades comprendidas entre los 6 y 14 años.

«La mayoría de ellos no piensa volver a Irak», señala la directora del establecimiento, Sanaa Baki, explicando que muchos sufren traumas y problemas psicológicos.

Para el padre Khalil Jaar, es esencial que estos niños reciban una buena educación, para evitar que no olviden su historia o crezcan analfabetos.

Los maestros son voluntarios y el conjunto de los cursos son en inglés, para facilitar la integración de los niños en futuros países de acogida.

Ban Benyamin Yussef, de 43 años, es madre de cuatro hijos. Sueña con una «nueva vida» con su familia, tras todo el sufrimiento padecido en Irak.

«Con el recrudecimiento de la violencia comunitaria en 2006 en Irak, recibimos amenazas de muerte y huimos de Bagdad hacia Mosul. Allí, también nos amenazaron y nos refugiamos en un pueblo más al norte. Después llegó el EI en 2014 y partimos a Erbil», relata.

«Ya no podemos volver. Nuestras ciudades están destruidas. Lo hemos perdido todo», concluye.