A lo largo de todo el año pasado, 3066 cristianos perdieron la vida como consecuencia de su fe. Fueron martirizados por el solo hecho de profesar una religión y no haberlo ocultado. La cifra surge de la memoria anual de la organización Puertas Abiertas, bajo el título «Índice de las persecuciones». Cada una de esas inexplicables muertes ha sido verificada en los más de 50 países donde tuvieron lugar. El elevado número refleja, desgraciadamente, un inquietante aumento respecto de 2016.

Los tres países con el número más alto de mártires cristianos fueron Nigeria, donde el año pasado se asesinó nada menos que a unas 2000 personas, la República Centroafricana y la República Democrática del Congo.

El epicentro de dichas persecuciones continúa estando emplazado en países en los que el islamismo es fuertemente mayoritario e incluye líderes y grupos radicalizados.

El índice citado no contiene cifras que documenten las implacables persecuciones que tienen lugar en la aislada Corea del Norte, país que aloja a una pequeña y casi totalmente oculta comunidad cristiana de unas 300.000 personas, simplemente por imposibilidad de obtener esos datos.

Destaca, en cambio, que Somalia y Afganistán siguen estando entre los 58 países del mundo donde ha aumentado ese tipo de persecuciones.

El nacionalismo religioso creció en varios de los países asiáticos. En el caso de la India, especialmente desde la llegada al poder del actual primer ministro, Narendra Modi, se ha fortalecido el belicoso hinduismo radical. Algo parecido ha ocurrido en algunos de los países donde el budismo es mayoritario, como Birmania, Laos, Bouthán y Sri Lanka. También en Egipto y, en general, en casi todo Medio Oriente. La derrota de Estado Islámico no parece haber mejorado nada esa trágica situación.

El odio, la intolerancia y la violencia, es bien evidente, continúan imperando en distintos rincones del mundo y amenazando a seres inocentes que solo buscan ejercer su culto en libertad.