Reza un popular refrán (dicho) en mi país que «a fuerzas ni los zapatos entran«. ¿Y qué queremos decir con ello cuándo lo pronunciamos?

Sencillo:

Que las cosas son mejor cuando permitimos que fluyan, es decir, dejar que se vayan dando por sí mismas ya que, usando la alegoría (metáfora) del calzado, al momento de ponernos un zapato que nos incomoda éste nos hace pasar un muy mal rato y es por ello que a priori es mejor usar un par que nos acomoden bien.

¿Y por qué es tan usado este refrán?

Porque como seres humanos somos impacientes y queremos las cosas de ya. Estamos acostumbrados a no esperar y, si le sumamos el hecho de que la sociedad se está acostumbrando con la Internet a la inmediatez, la cosa se complica un poco.

Aunque no solo aplica a lo anterior (eventos).

También sucede y mucho con las relaciones humanas. La mayoría de nosotros, conscientes o no, queremos que los demás se adecúen a nuestra forma de ser y que todo gire en torno nuestro. Deseamos, nos gusta, tener el control, y desafortunadamente la mayoría de veces proyectamos esos deseos en y sobre los seres humanos.

Y al momento de que las cosas no salen como lo planeábamos nos frustramos, nos enojamos y culpamos al mundo de nuestra desgracia cuando, para empezar, somos nosotros los responsables de ello ya que, por más lindo que parece, la mayoría de las situaciones no pueden ni van a estar nunca bajo nuestro control.

Tenemos que aceptarlo: el ego humano es un arma muy peligrosa.

La soberbia con la que hemos sido educados, eso de ser la joya de la Creación, nos ha hecho fácil tragarnos la idea de que todo lo podemos controlar y que podemos, y debemos incluso, forzar las cosas. Pero lo que no fluye por sí solo en el mayor porcentaje de los casos es porque no tendría que ser.

Pero la situación se pone terrible cuando, como les comentaba, queremos aplicar nuestra voluntad en las demás personas. Tenemos que entender que todos somos, sin excepción (con matices en los niños, claroentes libres y soberanos, con conciencia propia y que nuestro actuar no puede ni debe de estar coartado por la voluntad de otro (obvio, aquí no implicamos el hecho de las normas, sino de una forma general).

Querer que el otro se comporte como quiero, que haga lo que yo deseo y que siga mi voluntad es como meter un calzador a su conciencia intentando moldearlo a mi forma, y eso es algo que no tenemos que permitir (y mucho menos que llevar a cabo).

Somos libres. ¡Seamos libres!

Esa es una de las más grandes virtudes de nuestra naturaleza racional en donde inclusive ni el instinto puede, en muchos casos, imponerse.

No permitamos, nunca, que alguien intente moldearnos a su modo de ser. Ya por algo lo decía Descartes: «cogito ergo sum», es decir, dudo, hasta de cómo me dice alguien que debo ser.