Hemos visto que más y más se producían profanaciones en iglesias católicas: musulmanes radicales mancillan los templos, en varios países degüellan a los cristianos, los matan de un tiro en la nuca. En Nigeria, más de 900 iglesias han sido destruidas. También israelitas extremistas profanan o destruyen mezquitas. La pedofilia es otra execrable profanación, pero recién por los años noventa se destapó el escándalo a nivel internacional. En Estados Unidos ha habido más de mil trescientos casos verificados desde la década del 50, cerca de trescientos sacerdotes se han visto implicados. Los casos más sonados afectaron a la arquidiócesis de Boston, cuyo cardenal Bernard Law tuvo que renunciar a su puesto por encubrir a 250 curas pederastas, y a la de Los Ángeles. En Irlanda, varios informes revelaron que el abuso de menores en centros católicos era una práctica común y constante. El Informe Ryan, el más desgarrador, elaborado por la comisión investigadora de abusos de los niños en ese país, denunciaba la connivencia de la Iglesia con la Policía o la Fiscalía para encubrir casos de pederastia. Australia ha podido comprobar unos 620 casos de abusos sexuales a menores desde la década del 30 hasta la actualidad, mientras que en Alemania se recibieron casi tres mil denuncias. Solo doscientas de ellas se pudieron constatar en colegios de jesuitas, donde 14 personas fueron acusadas, no solo religiosos, sino también profesores laicos.

Muchos piensan que una de las causas puede ser el estado de celibato en el que viven los sacerdotes, pero el porcentaje de pedófilos es más elevado en los pastores protestantes sin embargo casados. Muchos casos se dan en los hogares y no hace mucho se descubrió la enorme cantidad de casos que aquí mismo teníamos en colegios ecuatorianos con profesores laicos. James Cantor, del Centro de Adicción y Salud Mental de Toronto, en Canadá, pasa la mayor parte de su tiempo explorando los cerebros de pederastas con escáneres por resonancia magnética. Ha llegado a una conclusión llamativa y controvertida: “La pedofilia es una orientación sexual”, dice. “Es algo con lo que nacemos, esencialmente; no cambia a lo largo del tiempo, es tan central para nuestro ser como cualquier otra orientación sexual”. La mayoría de los científicos piensa que no hay diferencia entre el cerebro de un pederasta y el de una persona normal. Las consecuencias en niños profanados pueden llegar a ser dramáticas, hasta hubo casos de suicidio. Nunca como ahora se reportaron casos de niñas de poquísimos años, las que fueron violadas, torturadas, luego estranguladas, a veces quemadas. En países pobres, la prostitución infantil se halla en auge. Unicef calcula que son 1,8 millones de niños y niñas los que la sufren. Existe incluso un mundo del turismo sexual infantil, quienes contratan niños o niñas no son necesariamente pedófilos, solo aprovechan lo que se les ofrece.

Para los cristianos, el Nuevo Testamento es formal en boca de Jesús: “Quien recibe en mi nombre a un niño, a mí me recibe. Si lo escandaliza, deben atarle al cuello una piedra de molino y precipitarlo al mar”.