Las luchas por la igualdad y contra la discriminación han logrado avanzar en los objetivos pero queda mucho camino por recorrer en las sociedades para poder mantener que mujeres y hombres son tratados bajo el derecho de misma dignidad de todos los seres humanos. Sobre la tarea que queda, en el Informe de la Comisión Europea sobre igualdad  (23-2-2017) consta que “algunos Estados miembros han experimentado un desarrollo sustancial de movimientos cívicos y políticos que van en detrimento de la igualdad de derechos de mujeres y hombres, y que, incluso, cuestionan la necesidad general de contar con políticas de igualdad de género; que esta reacción negativa contra la igualdad de género pretende reforzar los roles de género tradicionales y poner en cuestión los logros alcanzados y futuros en el ámbito de la igualdad de género”.  Así, feminicidio, agresiones, violación, acoso y discriminación son realidades que componen la arquitectura de la violencia, una forma de ejercicio del poder sobre otro que viola sus derechos fundamentales. La violencia sobre las mujeres supone el trato del agresor a las mujeres como si fueran un objeto sobre el que tiene la propiedad y la deshumanización de la víctima por el agresor le permite cometer toda clase de delitos.

La primera reflexión que en mi opinión es importante resaltar es el reconocimiento de las víctimas como víctimas lo que lleva también a constatar que hay agresores. La condena y la lucha contra la violencia sobre las mujeres pasa por la identificación clara de quién es la víctima y quién es el que comete la acción que repugna a la sociedad. Es esta la única vía de empezar a ver a estas víctimas como sujetos con derechos, visibilizarlas como seres humanos y sacarlas de la oscuridad en las que las sume la agresión. Por tanto lo primero de todo es tratar a la víctima como tal, reconociendo sus derechos y su derecho a ser protegida por las instituciones. Solo así las mujeres víctimas son tratadas respetando su dignidad.

La segunda reflexión de identificación de estos procesos de violencia que sufren las mujeres es que hay una complicidad estructural en la sociedad. Las mujeres que sufren violencia en muchas ocasiones son condenadas socialmente de complicidad con el agresor, como en el caso de la mujer que fue asesinada cuando regresó a casa del maltratador que tenía orden de alejamiento para cuidarle en una enfermedad, confundiendo complicidad con compasión. Pero a diferencia de lo anterior, sí que es una conducta cómplice la participación en estructuras de opresión que son permisivas con la violencia y dejan indefensa a la víctima y que pasan por la discriminación en la familia, en el mercado de trabajo y en la sociedad en general.

En la familia , siendo condescendientes en un reparto de tareas en las que las mujeres soportan las dobles jornadas en el hogar y el mercado de trabajo con formas precarias de empleo, se trata de denunciar el círculo que crea la trampa sin salida para las mujeres que sufren violencia. Con datos del Informe citado, las mujeres tienen cuatro veces más posibilidades que los hombres de ejercer un trabajo a tiempo parcial y de permanecer en él, a menudo de manera involuntaria; la tasa de desempleo de las mujeres está infravalorada, dado que muchas mujeres no están inscritas como desempleadas, en especial las que viven en zonas rurales o aisladas, las que ayudan en el negocio familiar y muchas de las que se dedican en exclusiva a las tareas del hogar y al cuidado de los hijos; que esta situación crea también una disparidad de acceso a los servicios públicos (subsidios, pensiones, permisos de maternidad, baja por enfermedad, acceso a la seguridad social) y, por último; destaca la Comisión sobre la brecha de empleo entre hombres y mujeres, que dicha brecha cuesta a la Unión alrededor de 370 000 millones EUR al año, o sea, el 2,8 % del PIB de la Unión Europea. En resumen, la trampa que mencionaba supone entender la precariedad como una manifestación más de la violencia contra las mujeres que limita las posibilidades de salida de estas situaciones de violencia para las víctimas. En palabras de la cantante y activista Lila Downs en su canción “Peligrosa” la violencia sobre las mujeres es dominio, se trata de tener  propiedad sobre las personas:

“Dicen que yo soy peligrosa
Que yo soy dolorosa
Porque quiero vivir así
Dicen que yo soy enjundiosa
Caprichosa y hermosa
Que no puedo seguir así”.

Al teólogo Gustavo Gutiérrez le preguntan “¿quiénes son los pobres de hoy, principalmente en América Latina?” y responde a partir de las escrituras y no de las Ciencias Sociales o de la Economía:

“El pobre es el que no cuenta, es el insignificante, y ellos son muy numerosos. Existe la pobreza que se llama monetaria o económica, y es preciso estudiarla. La condición femenina por ejemplo. No es que toda mujer sea pobre, pero basta que sea mujer para que existan derechos que no están presentes. Así también ocurre con el color de la piel. La liberación de las víctimas pasa por sus derechos inalienables a desarrollarse como ser humano, a ser tratada desde la dignidad y desde los derechos de igualdad y no discriminación y pasa por intolerancia de todos a cualquier manifestación de la violencia, desde la complicidad con las víctimas para defenderse. El avance hacia sociedades de paz implica la transformación de todos y cada uno de nosotros”.

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Imagen extraída de: La Nave en el Camino