Convertirse, pagar o morir. Hace cinco años, esas eran las opciones que el Estado Islámico (ISIS)daba a los cristianos de Mosul, entonces la tercera ciudad de Irak: abrazar el islam, abonar un impuesto religioso o enfrentarse a la espada. El ISIS marcaba las casas cristianas con la letra arábiga ن (N), inicial de la palabra nasrani (“nazareno” o “cristiano”). A menudo los cristianos no podían sino echarse la ropa a la espalda y huir de una ciudad que había sido su hogar durante1.700 años.

Hace dos años se derrotó al ISIS en Mosul y se echó abajo su califato. Los extremistas, sin embargo, habían logrado limpiarla de cristianos. Antes del ascenso del ISIS había más de 15.000 cristianos allí. El mes pasado, la organización benéfica católica Ayuda a la Iglesia Necesitadareveló que sólo habían regresado 40. No hace mucho, en Mosul se hacían “celebraciones de Navidad sin cristianos”.

Gracias a la indiferencia de los europeos y de numerosos cristianos occidentales, más preocupados por no parecer islamófobos que por defender a sus propios hermanos, ese genocidio cultural tuvo éxito, desgraciadamente. Pensemos por ejemplo en lo que le ocurrió al padre Raguid Gani, sacerdote católico de Mosul: acababa de oficiar misa en su iglesia cuando los islamistas lo asesinaron. En una de sus últimas cartas, Gani escribió: “Estamos al borde del colapso”. Eso fue en 2007: casi diez años antes de que el ISIS erradicara a los cristianos de Mosul. “¿Está mirando el mundo ‘hacia otro lado’ mientras se mata a los cristianos?”, preguntó en 2015el Washington Post. Desde luego.

Las huellas del pasado judío perdido también han salido a la superficie en Mosul, donde hubo una comunidad judía durante miles de años. Dos mil años después, tanto el judaísmo como el cristianismo han sido aniquilados. Esa vida se ha terminado. El periódico La Vie recogió el testimonio de un cristiano, Yusef (se le cambió el nombre), que huyó la noche del 6 de agosto de 2014, justo antes de que llegara el ISIS. “Fue un verdadero éxodo”, afirmó.

La carretera estaba abarrotada de gente, yo no veía ni el comienzo ni el fin de esa procesión. Había niños llorando, y familias que arrastraban pequeñas maletas. Los ancianos iban a hombros de sus hijos. La gente tenía sed, hacía mucho calor. Perdimos todo lo que habíamos construido para vivir y nadie luchó por nosotros.

“Sin duda, algunas comunidades, como los pequeños núcleos cristianos de Mosul, se han perdido para siempre”, escribieron en 2017 dos académicos estadounidenses en Foreign Policy.

Estamos al borde de la catástrofe y, salvo que actuemos pronto, en cuestión de semanas la mayoría de las pequeñas comunidades cristianas que quedan en Irak serán erradicadas en el genocidio que se está perpetrando contra los cristianos del propio Irak y de Siria.

Sólo en Mosul se vandalizaron o destruyeron 45 iglesias. No se libró ni una. Sólo queda unaabierta en toda la ciudad. Por lo visto, el ISIS también quiso destruir la historia cristiana del lugar. Atacaron el monasterio de los santos Behnam y Sarah, fundado en el siglo IV. El cenobio sobrevivió a la conquista islámica del siglo VII y a las posteriores invasiones, pero en 2017 se destruyeron sus crucifijos, se saquearon sus celdas y se decapitaron las estatuas de la Virgen. En enero, Nayib Mijaíl, que salvó 850 manuscritos del Estado Islámico, fue ordenado arzobispo católico caldeo de Mosul.

El ISIS, junto con el Frente Al Nusra, rama de Al Qaeda en Siria, siguió el mismo patrón cuando sus combatientes atacaron el pueblo cristiano de Malula. “Marcaron las imágenes de los santos, de Cristo, destrozaron las estatuas”, declaró el padre Tufic Eid a la agencia del Vaticano, Sir.

Hicieron añicos los altares, los iconostasios y la pila bautismal. Pero lo que más me llamó la atención fue la quema del registro de los bautizos. Es como si hubiesen querido borrar nuestra fe.

En el cementerio de la iglesia de San Jorge, en Karamlesh, al este de Mosul, el ISIS desenterró un cuerpo y lo decapitó; al parecer, sólo porque era de un cristiano.

La suerte que corren los cristianos de Mosul es similar a la de los demás cristianos de Irak. “La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza tiene varias categorías para definir el peligro de extinción al que se enfrentan varias especies”, escribe Benedict Kiely, fundador de Nasarean.org, que ayuda a los cristianos perseguidos de Oriente Medio; y añade:

Sobre la base del porcentaje de descenso de la población, las categorías van desde la de “especies vulnerables” (un descenso de entre el 30 y el 50%) y la de “en grave peligro” (80-90%) hasta, por último, la de extinción. La población cristiana de Irak se ha reducido un 83%, lo que la sitúa en la categoría de “en grave peligro”.

Ominosamente, Occidente ha sido y aún parece completamente indiferente al destino de los cristianos de Oriente Medio. El metropolitano Nicodemo, arzobispo siríaco ortodoxo de Mosul, ha llegado a decir:

No creo en esas dos palabras [derechos humanos], no hay derechos humanos. Pero en los países occidentales existen los derechos de los animales. En Australia cuidan a las ranas (…) Considérennos ranas, lo aceptamos: pero protéjannos, para que podamos quedarnos en nuestra tierra.

Esas personas son las mismas que vinieron aquí hace muchos años. Y las aceptamos. Nosotros somos el pueblo original de esta tierra. Los aceptamos, les abrimos las puertas; nos empujan a ser una minoría y después refugiados en nuestra tierra. Esto es lo que os pasará si no abrís los ojos.

“La cristiana de Irak, una de las Iglesias más antiguas, si no la más antigua del mundo, se acerca peligrosamente a la extinción”, dijo en Londres el pasado mayo Bashar Warda, arzobispo de Irbil, capital del Kurdistán iraquí. “Los que nos quedemos, debemos estar preparados para afrontar el martirio”. Acto seguido, Warda acusó a los líderes británicos de incurrir en “corrección política” en este asunto por temor a ser acusados de “islamofobia”. “¿Seguirán condonando esta persecución interminable, organizada, contra nosotros?”, preguntó. “Cuando la próxima oleada de violencia empiece a alcanzarnos, ¿organizará alguien manifestaciones en sus campus con pancartas que digan ‘Todos somos cristianos’?”.

Estos cristianos se han ganado un espacio en nuestras pantallas de televisión y nuestros periódicos; espacio que han pagado con su sangre y su sufrimiento. Su tragedia arroja luz sobre nuestro suicidio moral. Como observó el escritor franco-libanés Amín Maalouf: “Esta es la gran paradoja: uno acusa a Occidente de querer imponer sus valores, pero la verdadera tragedia es su incapacidad para transmitirlos (…) A veces tenemos la impresión de que los occidentales se han apropiado definitivamente del cristianismo (…) y que se dicen a sí mismos: nosotros somos los cristianos, y el resto es solo un vestigio arqueológico destinado a desaparecer. Las amenazas a los pandas causan más emoción” que las amenazas de extinción que se ciernen sobre los cristianos en Oriente Medio.