Marco Impagliazzo: «El cielo es uno solo. Al cielo todos se dirigen rezando, tanto en la desesperación como en la alegría, tanto desde los precarios refugios bajo las bombas en Siria, como en el culto de las iglesias, de las sinagogas, de las mezquitas o de los templos. El cielo no es prisionero de las fronteras»
Carlos Osoro ‘regala’ unas nuevas Bienaventuranzas de la Paz a los asistentes
Solalinde: «La migración de hoy es el principal signo de los tiempos. Dios nos está hablando a través de ella»

Una inmensa procesión, con varios brazos, se unió en el imponente escenario instalado en la fachada principal de la catedral de La Almudena. Al frente, el Palacio de Oriente. Entre ambos, representantes de todas las religiones del mundo, pensadores, políticos, filósofos, artistas… fundidos en un abrazo y en un llamamiento común: «¡Dios no quiere la separación entre hermanos. Dios no quiere las guerras!«.

Madrid se ha convertido, durante tres días, en la capital mundial de la paz. Sin matices. Con la excelente organización del Arzobispado de Madrid y ese aroma a ciudad nueva, a paz posible, que impregna todo lo que toca la Comunidad de Sant’Egidio. Y el año que viene… Roma, en octubre, tal y como anunció el presidente de este movimiento, Marco Impagliazzo, en la ceremonia final.

Distintas religiones, unidas por la paz

Antes, distintas procesiones se unieron en una, procedentes de distintos lugares de Madrid, donde tuvieron lugar las ceremonias de oración de cristianos (catedral), musulmanes (en los locales de la catedral castrense), judíos (en Casa Sefarad) y representantes de las religiones asiáticas (en los patrios del acuartelamiento), que confluyeron en Bailén. Unidos, cantando, rezando, bailando, comprometiéndose, demostrando que juntos, la paz es posible.

Así se podía leer en el discurso de Impagliazzo, que apuntó que «hemos rezado en lugares distintos, porque distintas son las religiones». «No hemos rezado los unos contra los otros. No hemos rezado los unos olvidando a los otros«. Ahora, todos juntos, gritaron «¡que llegue la paz, una gran paz por encima de las fronteras!».

Una de las asistentes

Una de las asistentes

El cielo es uno solo para todos

«El cielo es uno solo», clamó el presidente de Sant’Egidio. «Al cielo todos se dirigen rezando, tanto en la desesperación como en la alegría, tanto desde los precarios refugios bajo las bombas en Siria, como en el culto de las iglesias, de las sinagogas, de las mezquitas o de los templos. El cielo no es prisionero de las fronteras». Tampoco deben serlo las personas, «el hombre y la mujer que sufren, oprimidos por la pobreza, las enfermedades y las guerras o expuestos a las catástrofes naturales (….) Su grito no puede quedar atrapado tras los muros, o bajo la indiferencia«.

«Nadie puede quitarnos la paz de nuestro corazón», apuntó Impagliazzo, quien abundó que «desde Madrid nos comprometemos a considerar la casa del vecino no como la de un extraño, sino como la de mis parientes», porque «sólo construyendo puentes de diálogo y de encuentro, entre las casas de la aldea global podrá fluir el río de la paz».

Llamamiento de paz

En el ‘Llamamiento de paz’, que se leyó como conclusión del evento, los asistentes consensuaron que «hemos rezado, hemos escuchado el lamento silencioso y el grito de quienes están excluidos del bienestar, en las guerras, en tierras donde ya no crece nada, como si ya no fueran hombres o mujeres como nosotros».

«Nos preocupan las futuras generaciones, porque vemos que se consume el único planeta de todos como si solo fuera de algunos. Porque vemos la reaparición del culto de la fuerza y las contraposiciones nacionalistas, que han provocado grandes destrucciones a lo largo de la historia. Porque el terrorismo no deja de golpear a gente inerme. Porque parece que el sueño de Paz se ha debilitado».

Tras exponer los riesgos, el manifiesto final se compromete a apostar por «el diálogo y la cooperación», porque «No podemos dejar detrás del muro de la indiferencia a los más débiles, a los golpeados por la violencia y el desprecio por ser diferentes, porque rezan y hablan en otra lengua«. Tampoco, a los que derrochan el aire, el agua, la tierra y los recursos sin pensar en las generaciones futuras.

«No nos escondamos tras un muro de indiferencia»

«Pedimos a todos, a los responsables políticos, a los más ricos del mundo, a los hombres y mujeres de buena voluntad, que proporcionen los recursos necesarios para evitar que millones de niños mueran cada año por falta de atención médica y para poder mandar a la escuela a millones de niños que hoy no pueden ir», añade el documento. «Sería un signo de esperanza para todos».

«¡No nos escondamos detrás de un muro de indiferencia!», gritó la asamblea. «Lo hemos aprendido: quien usa el nombre de Dios para justificar la guerra, la violencia y el terrorismo, profana el nombre de Dios». Y es que, concluye, «las religiones, al igual que las personas y los pueblos, se encuentran hoy ante dos caminos: trabajar para la unificación espiritual que le ha faltado a la globalización únicamente económica, o dejarse utilizar por quienes sacralizan las fronteras y los conflictos».

Osoro, reforzado

Como buen anfitrión, un emocionado cardenal Osoro -quien tras esta organización sube muchos enteros, en el ámbito internacional, como uno de los hombres del Papa Francisco, mal que les pese a muchos de nuestros obispos-, agradeció a los asistentes «tomar decisiones claras y apostar por la cultura del encuentro».

«Estos días vividos en Madrid -prosiguió el arzobispo de la capital- han sido un regalo, pues poder expresar lo que hace posible ayudar a dar vida, a darnos la mano, a poder ser protagonistas de la lucha activa desde el diálogo y el encuentro, evitando y luchando contra la división, las rupturas, los enfrentamientos, la violencia, la discriminación, la guerra…».

Osoro, durante su intervención

Osoro, durante su intervención J L. Boñano/Infomadrid

Bienaventuranzas de la paz sin fronteras

«Todos nosotros deseamos comprometernos y buscar por todos los medios, hacer comprender que la fraternidad es el fundamento y el camino de la paz», proclamó el cardenal de Madrid, quien regaló a los participantes unas nuevas Bienaventuranzas. Estas son:

Bienaventurados cuando escuchamos a quienes han sufrido en su carne la experiencia denigrante de la guerra, que muy a menudo viven a nuestro lado.

Bienaventurados cuando descubrimos que la guerra constituye una grave y profunda herida que se inflige a la fraternidad entre los hombres, aunque se haga en lugares distantes a nosotros.

Bienaventurados cuando ante tantos conflictos en el mundo, ninguno de ellos los vivo desde la indiferencia, sino que afectan a mi vida.

Bienaventurados quienes se sienten cercanos a quienes viven en tierras donde las armas imponen el terror, la destrucción, y les hacen sentir su cercanía.

Bienaventurados los que mediante la oración, el servicio a los heridos, a los que pasan hambre, a los desplazados, refugiados o viven con miedo, les hacen sentir su amor.

Bienaventurados quienes convencidos de lo que significa la paz para los hombres, hacen llegar a cuantos siembran la violencia y la muerte, la noticia y la llamada a que renuncien al exterminio del hermano.

Bienaventurados quienes asumen las vías del diálogo y el encuentro, del perdón y de la reconciliación para construir a su alrededor la paz y devolver la confianza y la esperanza.

Bienaventurados quienes dedican la vida a hacer descubrir que el enemigo es un hermano al que tampoco podemos exterminar, sino que debemos convencer que no niegue el derecho a vivir del otro y de una vida plena para todos.     

El padre Solalinde

El padre Solalinde J L. Boñano/Infomadrid

Dios nos habla a través de los migrantes

Finalmente, el padre Alejandro Solalinde quiso dar gracias a Dios «por una migración trascendente y única», pues «la migración de hoy es el principal signo de los tiempos. Dios nos está hablando a través de ella». De hecho, afirmó, «los migrantes certifican la decadencia de nuestra civilización moderna, posmoderna, del sistema capitalista. Anuncian el fin de una cultura afectada por el materialismo consumista».

«Los migrantes son también la imagen de la humanidad: una rica pluralidad que se desprende de lastres materiales para aligerar el camino», subrayó el sacerdote mexicano, quien añadió que, «como Iglesia, aprendemos de ellos que nosotros somos también peregrinos».

«Nos vamos motivados para construir con todos y todas, la paz como regalo precioso del amor de Dios y el esfuerzo de todos», culminó. Y todos asentimos. Pensando, tal vez esta vez sí, que la paz es posible. Y una paz sin fronteras, ni muros, ni mares sin puertos en los que fondear. Una paz muy parecida a la que Dios soñó para todos.