El 15 de marzo se suspendieron las celebraciones litúrgicas con asistencia de fieles. El Estado de Alarma limitaba las exequias a un responso breve a la puerta de los cementerios. La soledad acompañó durante semanas a lo que debía ser un tránsito en compañía y que ahora era una oración junto a tres familiares. En algunas poblaciones grandes los curas más jóvenes se encargaron de estas oraciones, en las más pequeñas el sacerdote disponible. Hablamos con Rubén Villalta, uno de los que atendió a los familiares de los difuntos en Valdepeñas durante el Estado de Alarma

No nos podíamos imaginar casi nada de lo que ocurre desde marzo, pero algo en lo que nadie había pensado es en la soledad en la muerte, ¿qué pensó en esos momentos? ¿Qué se piensa cuando se va camino de una despedida en esas circunstancias?

Todo fue muy rápido, pasamos de celebrar los funerales en las parroquias a hacer responso en los tanatorios y en pocos días, cuando se cerraron, a acudir al cementerio. Al mismo tiempo el aforo era cada vez más reducido. En ese momento empezamos a ver como mucha gente pasaba la noche en casa a la espera de ir al cementerio a enterrar a su padre o a su madre, acompañados únicamente por los que vivían con ellos. Hermanos que no podían abrazarse al enterrar a sus padres o incluso los que no podían acudir al cementerio por estar en cuarentena. Con todo esto, la muerte se acercó a nosotros de un modo que se atragantaba, que se hacía difícil de vivir y de aceptar. El camino hacia el cementerio era un camino con mucha intensidad. Los sacerdotes atravesábamos las poblaciones vacías para llegar a los cementerios. Son momentos en los que te preguntas con intensidad por la vida y su sentido. Pero sobre todo le pides al Señor dejarte afectar por el dolor de los que están sufriendo.

¿Cambia la oración en esos días? ¿Para siempre? ¿Y la eucaristía?

Creo que en días así la oración se hace nueva. Se llena de nombres, de circunstancias, de preguntas, y al mismo tiempo de paz y de confianza. En cuanto a la eucaristía, cada día vivíamos la ausencia de la comunidad cristiana, pero también descubríamos su capacidad y su fuerza a pesar de las circunstancias. En las celebraciones los nombres de los que morían estaban sobre el altar, y en el corazón y en la memoria llevábamos a los que sufrían. Los familiares sabían que se estaba celebrando la misa por su difunto y se podían unir espiritualmente. Creo que ha sido un momento único para experimentar cómo los lazos de comunión entre los cristianos son más fuertes que las dificultades.

Es difícil porque los recuerdos no son buenos, pero ¿qué es lo mejor que ha vivido en este tiempo?

Pienso que ha habido muchas cosas buenas. La cuarentena llegó por sorpresa, dando una profundidad insospechada a la Cuaresma. De repente todas nuestras actividades cesaron y todas nuestras prisas y proyectos desaparecieron. Y nos encontramos ante preguntas fundamentales y, además, teníamos tiempo para pararnos. De repente había silencio y podíamos parar a escuchar.

Hablando del silencio, hemos vivido una Pascua en silencio… seguimos al resucitado. ¿Cómo damos ahora la esperanza que sabemos que es real?

En medio de todo esto, llegó la Pascua en una primavera preciosa. El campo se llenó de colores y los días se fueron llenando de luz. Puede que hayamos echado de menos muchas cosas, pero también, si hemos sabido mirar, hemos tenido la oportunidad de descubrir la mano de Dios y cómo trabaja, especialmente, cuando reconocemos nuestra debilidad.

(Diócesis de Ciudad Real)