San José es mucho san José. Se comprende que su figura, caracterizada por eludir protagonismos y pasar inadvertida, lo ocupara todo el día de su solemnidad litúrgica. Quizá por esto, en la homilía del pasado 19, el celebrante olvidó recordar el comienzo de un nuevo año en la Iglesia católica, esta vez dedicado a la familia, con motivo del quinto aniversario de la exhortación apostólica Amoris laetitia. Y muestra las riquezas de la fe, tan difícil de apresar en palabras humanas.
Por esta razón, el creyente vive el viejo consejo de escudriñar las Escrituras, convencido también de que siguen hablando íntimamente a cada uno, especialmente en la celebración litúrgica. La palabra divina inspira y fundamenta el comportamiento humano, adaptando una voluntad eterna a la humana condición temporal.
Como no dejó de repetir Juan Pablo II antes y después del jubileo del año 2000, tiempo y eternidad se dan la mano en la Persona de Jesucristo. En cierta medida, el cristiano, hijo de Dios por el bautismo, une también en su corazón la capacidad de atisbar la acción de la gracia increada en su vida, para superar así lo efímero y transitorio, y ganar la inmortalidad de sueños e ilusiones rectamente llevados a la práctica.
Amor y alegría son dos conceptos esenciales del cristianismo, con resonancias específicas en la vida familiar. Se explica que el papa Francisco las eligiese para titular la exhortación apostólica del 19 de marzo de 2016, después de los dos sínodos de obispos convocados para dar respuesta a las crisis matrimoniales: la síntesis del título en la traducción española es justamente “sobre el amor en la familia”. Y, puestos a elegir, recomiendo especialmente el capítulo cuarto, brillante aplicación al matrimonio del “himno del amor” de la primera epístola de san Pablo a los Corintios (1 Cor 13,4-7).
Dios es Amor. No es tópico repetir que la vida del cristiano es de Amor. San Josemaría lo aplicaba también al trabajo: “el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor”. Sobre todo, a las relaciones humanas, al matrimonio, a la propia lucha por la plenitud de vida cristiana: “Este corazón nuestro ha nacido para amar. Y cuando no se le da un afecto puro y limpio y noble, se venga y se inunda de miseria”. El amor a los hombres y a Dios “se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón”.
Se aplica a cualquier situación: “Es una pena no tener corazón. Son unos desdichados los que no han aprendido nunca a amar con ternura. Los cristianos estamos enamorados del Amor: el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una materia inerte. ¡Nos quiere impregnados de su cariño! El que por Dios renuncia a un amor humano no es un solterón, como esas personas tristes, infelices y alicaídas, porque han despreciado la generosidad de amar limpiamente”.
La doctrina y la praxis cristianas se apoyan en el amor: desde el Génesis o el Cantar de los cantares, hasta el Evangelio y los primeros cristianos, con ejemplos inolvidables en los grandes místicos –entre nosotros, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz- y en tantos santos contemporáneos. Es uno de los fundamentos de la alegría, rasgo inseparable de la vida de fe, aun en momentos de dolor o incertidumbre. Lo hemos palpado durante un año largo de pandemia. Como sabíamos antes, en los países latinos no había estallado la revolución, porque la familia era inesperado pero seguro refugio del galopante desempleo juvenil.
Amoris laetitia ayuda a profundizar en la belleza gozosa de la familia, para darla a conocer y vivir sus exigencias con buen ánimo. En cierto modo, es un gran manual para superar con éxito la asignatura pendiente de difundir las magnalia Dei, las maravillas que darán a una civilización quizá cansada una nueva esperanza.
Además, para los católicos, el Año de la Familia se solapa hasta la Inmaculada con el de san José, que comenzó en diciembre pasado. Como ha escrito Mons. Fernando Ocáriz, “esta coincidencia puede ser una ocasión para acudir especialmente a la intercesión del santo Patriarca, para que cuide nuestras familias y las de todo el mundo, y también para que muchos jóvenes descubran la belleza de emprender la vida matrimonial, conscientes además de la misión evangelizadora de la familia cristiana”.