Scott Hahn es uno de los autores católicos de mayor éxito en determinados ambientes. Teólogo laico converso al catolicismo, profesor de la Franciscan University of Steubenville (Ohio), es un prolífico escritor en el ámbito de lo que pudiéramos denominar la nueva apologética.

Esta añadida aportación suya, junto con Brandon McGinley, escritor y orador católico, plantea un interrogante de fondo: cómo debería ser la sociedad basada en los principios del cristianismo según la fe católica.
Es decir, ¿sería posible en este momento, después de la Ilustración y la modernidad, a estas alturas de la historia, construir una sociedad basada en los principios del cristianismo? ¿Cuáles debieran ser sus señas de identidad, qué debiera caracterizarla?

¿Tenemos los cristianos ‘Síndrome de Estocolmo’?

La pregunta sería si los católicos, y los cristianos, tenemos una especie de Síndrome de Estocolmo respecto a los principios de vida que hemos interiorizado provenientes de una modernidad que, aunque partiera de principios cristianos, se ha alejado a marchas forzadas de ellos.

No es baladí el esfuerzo de hacer un análisis crítico de los fundamentos sobre los que se asienta nuestra sociedad, la política, la economía. Y, sobre todo, con una especie de metodología del contraste con lo que la Iglesia propone, su doctrina, su magisterio social, respecto a cómo debiera ser la convivencia en una sociedad libre.

Lo que ocurre es que, a veces, en las formulaciones, y quizá por estar el libro influido por lo que pasa en Estados Unidos, uno se puede preguntar si algunas de las respuestas no pueden parecer un tanto ingenuas. O esta pregunta en sí misma puede ser fruto de ese Síndrome al que nos hemos referido.

Una reflexión sobre el modo en que vivimos

La lectura de este libro, por tanto, estaría relacionada, en varios aspectos, con esa literatura que propone modelos alternativos de vida cristiana. No digo yo que estaría en relación con los trabajos de Rod Dreher, de John Senior y sus discípulos, y, en cierto sentido, de William T. Cavanaugh. Pero se le parece aunque no sean sus formulaciones análogas.

Al fin y al cabo, es evidente que asistimos a un momento histórico de una civilización que algunos procesos de degradación alcanzan las últimas consecuencias. Por lo tanto, hay que plantearse hasta qué punto esta civilización está acabada y de qué forma un vuelta a la religión verdadera podría salvar la civilización.

Es indiscutible que este libro, para los lectores, parte de unos supuestos que harán posible que se entienda adecuadamente. No serviría, prima facie, para un diálogo con una persona que no creyera o que tuviera una mentalidad laicista. Está claro que para el lector que ha aceptado en su vida esos presupuestos de la creencia según la tradición católica representa un buen aldabonzazo que le ayudará a reflexionar sobre cómo vivimos y en qué sociedad vivimos.

Para diseñar esa arquitectura de la dimensión social y política del cristianismo, Hahn parte, desde el pensamiento clásico, es decir desde la filosofía de Aristóteles, de Cicerón en su “De officiis”, y de san Tomás de Aquino, de la virtud de la religión como forma de justicia. Para concluir, adecuadamente, con una reflexión sobre las circunstancias que le hicieron a san Agustín escribir “La Ciudad de Dios”.

Una propuesta que se sustenta sobre pensamiento de Joseph Ratzinger 

Recordar lo que significa la religión natural, la religión como cuestión de justicia, el papel de la religión en la configuración de la sociedad, la crítica al liberalismo, a la secularización y al pluralismo religioso, a la idolatría moderna, es un buen ejercicio.

Sobre todo si tenemos en cuenta, algo que nuestro autor tiene constantemente en el trasfondo de su propuesta, el pensamiento de Joseph Ratzinger. Un pensamiento que, leído en el contexto del planteamiento de este libro, debe hacernos pensar.

He aquí una muestra de lo que escribió Ratzinger que está en el trasfondo de esta propuesta:

“Una sociedad que convierte lo que es específico del hombre (la llamada a relacionarnos con Dios y a contemplarlo) en algo solo privado, y que se define en términos de un secularismo integral (que además se convierte de un modo inevitable en una pseudorreligión y en un sistema nuevo y totalizador que esclaviza), esa clase de sociedad será triste por naturaleza, un lugar desesperado que se levantará sobre el empequeñecimiento de la dignidad humana. Una sociedad en la que el orden público está determinado constantemente por el agnosticismo no se vuelve más libre, sino más desesperanzada, y queda marcada por el lamento del hombre que ha huido de Dios y se opone a sí mismo. Una Iglesia sin el coraje para señalar la condición pública de esta imagen del hombre habrá dejado de ser la sal de la tierra, la luz del mundo y la ciudad sobre el monte”.

Es justo y necesario

Scott Hahn y Brandon McGinley

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