Tras la celebración del Simposio Internacional dedicado a la reina Isabel la Católica, la comisión para su beatificación dirigida por José Luis Rubio Willen ha comenzado la difusión de sus actas y conclusiones.

La publicación, en la que han participado los mayores exponentes nacionales e internacionales en la figura y virtudes de la reina, es todo un alegato en favor de la continuidad de su proceso de beatificación, esperando que «desde un altar, Isabel sea mediadora de estas tierras ante el Señor de la Historia».

En Isabel la Católica y la evangelización de América (BAC), más de una quincena de expertos han resaltado 11 motivos por los que consideran que la reina católica fue «una mujer predestinada» que «debería haber sido declarada santa hace ya mucho tiempo».

1º Isabel, «un instrumento de la Providencia»

«Isabel pensó la política con la mirada puesta en Dios», remarca Bertha Bilbao Richter, profesora de la Universidad Católica Argentina y fundadora del Instituto Literario y Cultural Hispánico.  «Tenía el convencimiento de que la fe, la devoción, la instrucción devenida del conocimiento de los Evangelios y la educación humanística contribuirían de manera decisiva a la perfección moral de los pueblos», añade.

Por ello, sus vertiginosas y difíciles decisiones diarias le exigieron una comprensión «proveniente de su sensibilidad, la escucha de sus confesores, de una reflexión rigurosa y de esa fe en sentirse un instrumento de la Divina Providencia». Esto, añade Richter, es muestra de un «catolicismo integrador» cuyo recuerdo «debería ser inspirador en estos tiempos».

2º Gran celo por la salvación de sus súbditos

Estrechamente relacionada está la preocupación constante de Isabel por la salvación de sus súbditos. «Lo que de verdad importaba entonces era la salvación de sus almas«, destaca María del Rosario Sáez. Y esto es algo que, como refleja su testamento y codicilo, implicó una «asombrosa rectitud de intención» que guio «toda su vida para alcanzar el fin último para el que fuimos creados. Sin tener una fuerte experiencia de Dios es imposible comprender la empresa evangelizadora de la reina», aseguró la Rectora de la Universidad Católica de Ávila.

3º 20.000 misas por su salvación

Como una de esas virtudes que «debería inspirar estos tiempos», la profesora de la Universidad de Valladolid María Isabel de Val Valdivieso recuerda el profundo respeto con el que la reina contemplaba el impago de sus deudas económicas y su posible repercusión de cara a su salvación.

«Para evitar que esta tacha pudiera perjudicarle y para procurar pagarlas, pide a fray Hernando -su confesor- que se encargue de indagar qué es lo que debe y le envíe un memorial, con el fin de poder satisfacerlas», afirma Valdivieso. Conforme se acercaban sus últimos días, «Isabel, mujer de fe profunda, era consciente de que se hallaba próximo el día en el que debía rendir cuentas ante Dios y dictó una carta a los conventos que estaban rezando por ella para que dejasen de pedir por su salud y suplicasen por la salvación de su alma», relata Sáez.

En este sentido, las actas del simposio inciden en las 20.000 misas que encargó por la salvación de su alma, acompañadas de las «habituales» limosnas a los necesitados, como vestir a 200 pobres y liberar de manos de los infieles a 200 cautivos sin recursos. Del mismo modo, manifestó su voluntad de que una vez ejecutado su testamento, los bienes sobrantes fuesen entregados a hospitales y pobres e iglesias y monasterios, para atender las necesidades de estos últimos en lo relativo al culto divino.

4º Alejada del lujo y la ostentación

La austeridad y pobreza fueron virtudes constantes en la vida de Isabel. Valdivieso destaca cómo antes de su muerte, la reina expresó su deseo «de ser enterrada en una tumba baja y sin bulto, y en la decisión de no gastar en exceso en sus exequias». De hecho, ordenó que el dinero que no se emplease en ellas se distribuyese a los pobres, y que la cera que no se gastara debía ser donada para las luminarias de los sagrarios de parroquias sin recursos.

5º Amoroso trato hacia los indios

Para el rector de la Universidad Católica de La Plata, una de las virtudes más sobresalientes de Isabel fue el espíritu misionero y evangelizador que plasma a la perfección -entre decenas de documentos-, la instrucción dada a Colón antes de su segundo viaje: «Deberá hacer todo lo posible para convertir a los indígenas, precisando que estos deberán ser bien y amorosamente tratados sin causarles la menor molestia, de modo que se tenga con ellos mucho trato y familiaridad».

«Para la mentalidad del siglo XXI es difícil asumir que España buscara la catequización de los nativos con más ansias que el apoderamiento de tierra y riquezas», continúa Hernán Mathieu. Pero fue una realidad «preeminente y principal: La idea de cristianizar a los habitantes de las indias, incluso al mismo Gran Khan», no solo «inspiró el inicio de la gesta» sino que la impregnó por entero. Incluso en contra de las conveniencias económicas y políticas de la potencia descubridora, «a la que probablemente le hubiera resultado más fácil haber actuado como los conquistadores del norte americano».

Puede adquirir aquí las actas del «Simposio Internacional Isabel la Católica y la evangelización de América». 

6º Más allá de la evangelización: civilizadora de América

Sin embargo, la rectora de la Universidad Católica de Ávila explica que lejos de ser una realidad estable, la evangelización fue un proceso que, lejos de cómo lo ordenó la reina, no se cumplió de inmediato. Esto, explica Sáez,  supuso «el quebranto y fracaso más doloroso» de la reina hasta que pudo solventarlo.

Para ello, se designó como nuevo evangelizador de las Indias a Nicolás de Ovando, con quien «comenzó una intensa actividad evangelizadora» llevada a cabo por franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas: «Estos religiosos fundaron universidades, hospitales, conventos, escuelas de artes y oficios y aprendieron y conservaron la cultura indígena».

A esto, continúa Sáez, se añade que gracias a Isabel se estableció por primera vez en Europa el reconocimiento de los derechos naturales a todos los moradores de las islas y tierra firme, lo que constituye «una labor grandiosa» de la reina.

7º Devota de un extenso santoral

Junto con sus virtudes de gobierno, Valdivieso destaca la profunda devoción por un amplio santoral al que la reina se encomendaba. «En su testamento encomienda su vida a Cristo, a quien le pide misericordia, y solicita la intercesión de la Virgen, santos y arcángeles«.

Destaca especialmente María Magdalena, «a la que dice tener por abogada», y los arcángeles san Gabriel y San Miguel, al que valora como «excelente príncipe de la iglesia y la caballería angelical».

«San Juan ha sido un santo de referencia», y aunque se encomienda a los dos con ese nombre, «es en el evangelista en quien se detiene, resaltando su relación con Cristo y con la Virgen», al que manifiesta tener por abogado «y del que espera contar con su apoyo en este trance y en el juicio al que su alma será sometida». También menciona a Santiago «como patrón de sus reinos» y recuerda a San Francisco «como patriarca de los pobres», una muestra más de su profunda y acentuada caridad.

'Reina y Señora', de Augusto Ferrer-Dalmau.

«Reina y Señora», de Augusto Ferrer-Dalmau, muestra a la reina Isabel la Católica escoltada por el Gran Capitán. Puedes adquirir la lámina aquí.

8º Una estatua «orante e incansable» ante el sagrario

La rectora de la Universidad Católica de Ávila habla de una manifiesta piedad en la reina Isabel, que se materializa en Guadalupe. En el lugar donde descansan los restos de Enrique IV, se hizo reservar una celda de cara al altar mayor donde se retiraba a orar y meditar: «La llamaba `mi paraíso´, y algunas de las decisiones importantes se tomaron en ese lugar», añade Sáez de Yuguero.

No en vano, afirma, que la vida espiritual de la reina «fue el hilo conductor de todos sus actos»,  y muestra de ello son «las muchas horas en oración que empleaba desde la infancia». Sin este aspecto «resulta imposible conocer lo que fueron la vida y obra de Isabel». Como ejemplo, recoge que a pesar del precepto de clausura, entraba con frecuencia en conventos y monasterios, «donde la veían las monjas cual estatua orante, incansable y de rodillas junto al sagrario, pidiendo la luz del Señor. Fue su profunda fe y compromiso cristiano los que hicieron de la reina la primera mujer evangelizadora de América».

9º Devota de la Eucaristía

De entre todas sus devociones, además del rosario, los especialistas destacan la eucarística. Guzmán Carriquiry Lecour, Vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina, cuenta que «sin dejar de ser reina y actuar como tal», Isabel quiso imponer en su vida «la regularidad sistemática de una religiosa, con una piedad firme y sincera», en la que «la profunda devoción eucarística» tenía un papel preponderante, así como una caridad «siempre discreta y muy activa» con los pobres.

10ª Profunda modestia y humildad

Valdivieso destaca también la profunda modestia de Isabel, en cuyas cartas «se muestra moderada, declarando que no baila y procura reducir el gasto en el vestuario como muestra de su humildad personal«.

Al mismo tiempo, justifica su asistencia a las fiestas y los gastos que conllevan por ser «imprescindibles en los asuntos relativos al gobierno». No obstante, «con cierta autosuficiencia y desafío, dice estar dispuesta a rectificar si el confesor le explica que hay de malo en ello».

11ª La piedad, su rasgo más destacado

Al mencionar «la extraordinaria inteligencia y energía» con las que creció la reina, Sáez de Yuguero afirma que «la piedad religiosa fue la nota más destacada de su carácter«: Lejos de ser una virtud innata, esta fue fruto de una esmerada educación religiosa que fue impartida, entre otros ilustres referentes, por santa Beatriz de Silva.

En esta labor, todos sus maestros coincidieron en inculcar a la futura reina «profundos sentimientos religiosos a los que se mantuvo fiel toda su vida«, lo que «caló con tanta hondura que moldeó de manera definitiva su alma y mente».

12ª Todo desde la fe, por el bien de España

En este elenco de virtudes, el simposio internacional incidió en una fijación que acompañó a la reina «desde su infancia hasta su fallecimiento: todo lo que hizo fue por el bien de los intereses de España, por su tierra a la que tanto amaba y que acababa de retomarse, y no hubiera tenido sentido alguno si no se hubiese basado y apoyado en su profunda fe en Cristo y su Iglesia», menciona Roberto Alonso Gómez, colaborador de la causa.

«Dirigió sus decisiones políticas desde la oración, vivió en olor de santidad y en sus últimos días de vida, esa santidad se extendió por todo el pueblo que tanto la admiraba», añade. Por este y los cientos de motivos recogidos en los 27 volúmenes que ocupan su causa de beatificación, la conclusión de los especialistas es tajante: «Debería haber sido declarada santa hace ya mucho tiempo, y en otros tiempos», concluye el colaborador de la causa.