Celebramos el bicentenario del químico francés Louis Pasteur (1822-1895),  que revolucionó la ciencia del siglo XIX. Exploramos aquí sus aportaciones científicas y algunos aspectos de su carácter y  de espiritualidad.

1. Descubrió el dimorfismo molecular

Con tan solo veintiséis años rebatió los trabajos del alemán Eilhard Mitscherlich y demostró que los cristales de racemato de sodio y amonio presentaban dos variantes, imagen especular la una de la otra. Había descubierto el dimorfismo molecular, fundamento de una nueva ciencia: la estereoquímica.

Tout est trouvé! ¡Todo está resuelto! — exclamó Pasteur cuando comprobó que cada grupo de cristales desviaba el plano de polarización de la luz en una dirección distinta. Salió corriendo del laboratorio y abrazó a otro investigador como si se tratara de su mejor amigo.

2. Destruyó el mito de la generación espontánea

En el siglo XVIII el sacerdote y científico Lazzaro Spallanzani había combatido la creencia de que ciertas formas de vida (animal y vegetal) surgían de manera espontánea a partir de materia orgánica, inorgánica o combinación de estas. Uno de sus experimentos más famosos consistió en hervir materia putrescible en interior de frascos de vidrio sellados, tras lo cual ya no volvía a surgir ningún tipo de vida. Había matado todos los microorganismos y no podían entrar nuevos al frasco debido al sellado.

Pasteur, gran admirador de Spallanzani, completó su labor con diversos experimentos. En uno utilizó dos globos que contenían una infusión de materia orgánica que había hecho hervir para eliminar las bacterias. Los recipientes, al contrario que en los experimentos de Spallanzani, no se encontraban sellados. Uno de los globos tenía el cuello recto y el otro con forma de S. Sólo el globo con cuello retorcido conservaba el líquido sin alterar, porque dicha geometría impedía que penetrase en su interior polvo con microorganismos. En otro experimento demostró que el líquido de los globos se degrada menos conforme aumenta la altitud, porque a medida que nos alejamos del nivel del mar el aire va siendo menos denso y, por tanto, contiene menos microorganismos.

Ante tales evidencias, le preguntaron al sabio: “Si todo proviene de gérmenes. ¿De dónde salió el primer germen?” A lo que Pasteur respondió: “Es un misterio ante el que debemos inclinarnos. Toda cuestión sobre el origen de los seres se sitúa fuera del dominio de la investigación científica”.

3. Inventó la pasteurización

Napoleón III recurrió a Pasteur para darle solución a un problema que afectaba a la economía francesa. El vino de este país sufría muchas enfermedades, motivo por el que los ingleses lo importaban de Jerez y de Oporto en vez de comprarlo a su vecino galo.

Pasteur dedujo que la raíz del mal se hallaba en la presencia de microorganismos. Así que puso en práctica un método similar al que utilizó para refutar la generación espontánea. Este consistía en el calentamiento del vino para eliminar gérmenes, con la peculiaridad de que lo hacía entre 55°C y 60°C durante un minuto para garantizar que la bebida no perdiera sus propiedades. Esta idea también la aplicó a la cerveza, con una temperatura ligeramente más baja. Había inventado la pasteurización, una técnica que se emplea también para la leche.

4. Se convirtió en el padre de la Microbiología

Louis Pasteur sufrió la muerte de 3 hijas por enfermedades contra las que no existía cura. No cabe duda de que esta circunstancia le estimuló a investigar en el campo de la microbiología.

Sus conocimientos sobre gérmenes y bacterias le permitieron resolver prácticamente todos los problemas que acuciaban a Europa durante el siglo XIX: combatió las enfermedades del gusano de seda, que arruinaban la industria textil europea, desarrolló vacunas contra patologías que diezmaban los ganados —como el cólera de los pollos, la erisipela porcina y el ántrax—, y contra otra que afectaba a los humanos —la rabia—, mientras que sus ideas sobre esterilización de instrumentos médicos constituyeron la base para que los pacientes atendidos por los cirujanos no se infectaran durante las operaciones.

Asimismo, evidenció que la mycoderma aceti, un organismo de color verdoso y distinguible sin necesidad de microscopio, es el responsable de la fermentación acética y permite que el vino se convierta en vinagre al fijar el oxígeno del aire sobre el alcohol del vino. Así que elaboró un método para extraer vinagre de forma sencilla: tomar vino y vinagre —este último en un volumen que sea un cuarto del de vino—, mezclar y verter sobre la superficie una siembra de mycoderma aceti. Con esta técnica redujo enormemente las cantidades de vino y de vinagre necesarias para obtener el compuesto final, a la vez que el tiempo de fabricación de vinagre pasó de tres meses a menos de diez días.

5. Sus discursos se hicieron legendarios

Tenía grandes dotes como orador, hasta el punto de arrancar aplausos entre el público. Uno de sus más famosos es el siguiente:

»Cuando Franklin asistía a la primera demostración de un descubrimiento puramente científico, alguien le preguntó: “¿Pero para qué sirve eso?” Franklin respondió: “¿Para qué sirve un hijo que acaba de nacer?” Sí, señores, para qué sirve un niño que acaba de nacer. Y, sin embargo, en esta edad de la más tierna infancia ya había en vosotros gérmenes desconocidos de los talentos que os distinguen. En vuestros recién nacidos, en estos pequeños seres a los que un soplo haría caer, hay magistrados, sabios, héroes […] De la misma manera, señores, un hallazgo teórico no tiene por sí mismo más que el mérito de la existencia. Él despierta la esperanza y eso es todo. Pero dejadla cultivar, dejadla crecer, y veréis en lo que se convierte.

»¿Sabéis en qué época vio la luz por primera vez el telégrafo eléctrico, una de las más maravillosas aplicaciones de las ciencias modernas? Fue en aquel memorable año 1822. Oersted, físico danés, sostenía en las manos un hilo de cobre unido en sus extremos a los dos polos de una pila de Volta. Sobre su mesa se encontraba una aguja imantada, colocada sobre un soporte. De repente, contempló que la aguja se movía y adoptaba una posición muy diferente de la que le asigna el magnetismo terrestre. Un hilo atravesado por una corriente eléctrica hace desviar a una aguja imantada. Y así fue, caballeros, como nació el telégrafo actual. Todavía más en esta época, viendo una aguja moverse, el interlocutor de Franklin no hubiera dicho: “¿Pero para qué sirve eso?” Sin embargo, con tan solo veinte años de existencia, este descubrimiento ha dado lugar a la aplicación, casi sobrenatural en sus efectos, del telégrafo eléctrico.

6. Otras luces del carácter de Pasteur

Poseía muchas otras virtudes. Era un trabajador incansable cuya jornada laboral podía extenderse a las 15 horas.

Pero no buscaba el mero enriquecerse. Al contrario, su afán era mejorar, a través de sus inventos, la calidad de vida de las personas que le rodeaban. En este sentido Pasteur no escatimó en emprender múltiples viajes que luego continuaron sus discípulos, un auténtico grupo de misioneros comandados por el padre de la microbiología. Esta iniciativa cristalizó en la creación, durante los últimos años del sabio francés, del Institut Pasteur, una organización sin ánimo de lucro que actualmente se encuentra en los cinco continentes. Sus líneas de actuación son la ciencia, la medicina y la salud pública.

El altruismo de Pasteur también se extendía a las personas. Cuando la vacuna de la rabia empezaba a dar resultado, le presentaron a una niña con una mordedura de rabia de más de treinta días de antigüedad. Era demasiado tiempo y lo sabía. Pero no dudó en intentar salvarla. Al final la niña murió, pero el padre de la chica supo reconocer la sensibilidad de Pasteur: “fue capaz de poner en peligro su reputación universal simplemente por humanidad”.

Louis Pasteur en su laboratorio

7. Algunas sombras en su vida

Sin embargo, Pasteur también presentaba un carácter bastante irascible que hasta su propia familia reconocía. Esta debilidad le llevó a comportarse de manera belicosa e intolerante en algunas disputas que sostuvo con otros científicos.

Asimismo, se le acusa de que en alguna ocasión no actuó de forma ética, como en el caso de la prueba pública del funcionamiento de la vacuna contra el ántrax, donde utilizó una versión diferente de la vacuna que había anunciado en la Academia de Ciencias, aunque finalmente, cuando se procedió a la vacunación final de tres millones y medio de ovejas, se utilizó la vacuna original.

Louis Pasteur y su esposa Marie hacia 1884

Louis Pasteur y su esposa y gran ayudante Marie hacia 1884.

8. La vida espiritual de Pasteur

En lo que atañe a su espiritualidad, Pasteur experimentó a largo de su existencia altos y bajos, lo que ha provocado un intenso debate entre sus biógrafos.

Algunos han exagerado su condición de católico con frases que no afirmó como: “Todos mis estudios me han llevado a tener la fe de un paisano bretón”, mientras que otros defienden tesis con escaso rigor como que era panteísta —así figura en el prólogo de la traducción al inglés de la biografía La vie de Pasteur.

Pasteur recibió la fe de su familia, pero tuvo una crisis en su juventud, motivada por un escándalo de deudas cuyo responsable fue el capellán de su colegio. Este desengaño le alejó de la práctica asidua de los sacramentos.

Sin embargo, Pasteur mantuvo su corazón de católico: rezaba a menudo, educó cristianamente a todos sus hijos, mantenía una estrecha amistad con un gran predicador de la época, el padre Didon, y se casó con una devota católica, terciaria dominica.

El Dr. Roux, junto con el que Pasteur inventó la vacuna de la rabia, la describe así: “Modesta, pero consejera a la que se le hacía caso, heroica en la prueba, alentadora en las horas de duda. Fue el modelo de esposa de un sabio, entregada hasta la renuncia y la más útil de sus colaboradores”.

https://youtu.be/Xc5p0cUdyKQ

Ella resultó clave en el acercamiento del genio a Dios. Allanó el terreno para que en el último periodo de su vida Louis Pasteur se interesase por el evangelio y las vidas de santos.

Así, en sus últimos días, el químico francés, pidió con sencillez que le administraran los Santos Sacramentos. Un año después de la muerte de Pasteur, su mejor amigo, Charles Chappuis, declaraba: “ha conservado enteras las creencias de su juventud”, en una clara alusión a la herencia cristiana recibida a través de sus padres.

La mezcla de ciencia, humanidad y espiritualidad hizo posible el forjado de un genio que lo fue gracias a su ilusión por conseguir un mundo mejor para sus semejantes.

Ignacio Del Villar, autor del libro Ciencia y fe católica: de Galileo a Lejeune y Sacerdotes y científicos: de Nicolás Copérnico a Georges Lemaître

Pasteur protagoniza este capítulo de «Érase una vez… los inventores»