El general Douglas McArthur solía decir que “no hay ateos en las trincheras”. Lo que quería decir era que en circunstancias desesperadas la gente tendía a buscar a Dios, aun cuando previamente hubieran profesado no creer en su existencia. Lo cierto es que Dios usa situaciones extremas para llamar nuestra atención. El salmista llamó a Dios “nuestra ayuda segura en momentos de angustia” (Salmo 46:1). Lo maravilloso es que Dios no nos da un sermón o nos avergüenza cuando nos volvemos a Él en un tiempo de dificultad, especialmente, cuando el problema fue su propio plan para atraer nuestra atención.
Jonás fue el objeto del plan de Dios. Pero eligió desobedecer las instrucciones de Dios de ir a Nínive. Dios dijo: “¡Ve!” y Jonás le dijo: “No”. Jonás huyó para Tarsis, pero descubrió que el Señor estaba en el caso. Una tormenta se levantó, y era tan grande que hizo que los marineros tuvieran que echar suertes para ver quién era la causa de una tormenta así. Jonás fue descubierto y tuvo que confesar: “Soy hebreo y temo al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme” (Jonás 1:9).
Ante suinsistencia, los marineros lo echaron por la borda. El furioso mar se calmó. “El Señor, por su parte, dispuso un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches en su vientre”(Jonás 1:17). ¡Recién entonces Jonás oró! El segundo capítulo de Jonás parece un salmo. Dios le enseñaba una lección. Se llama castigo o disciplina (Proverbios 3:11-12). “Disciplinar” viene de una palabra griega que significa “aprendizaje forzado”: “porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo”(Hebreos 12:6). Jonás aprendió bien la lección. Pronto se dio cuenta de que la desobediencia no era buena compañera.
Entonces hizo una promesa: agradecer a Dios, si llegaba a salir del vientre del gran pez con vida. “Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor!”(2:9). Desde allí, Jonás tuvo un cambio completo en su corazón, de tal modo que ahora estaba suplicándole a Dios que le diera una segunda oportunidad para arreglar las cosas. La disciplina de Dios surtió efecto. Primero, oraba que no tuviera que ir a Nínive. ¡Ahora oraba por una oportunidad para ir allá! Así de efectivo puede resultar el castigo de Dios.
Jonás le prometió a Dios expresarle gratitud. Sabía que sería el hombre más agradecido si Él le daba una segunda oportunidad. Sabía, también, que no la merecía. La desobediencia inicial de Jonás significó que Dios no tenía que enviar el viento que casi hunde el barco, pero lo hizo. No tenía que mandar que los paganos echaran suertes y estas cayeran sobre Jonás, pero lo hizo. No tenía que enviar el gran pez para que escupiera a Jonás, pero lo hizo. Y Dios no tenía que darle a Jonás una segunda oportunidad, pero lo hizo. “La palabra del Señor vino por segunda vez a Jonás: ‘Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclámale el mensaje que te voy a dar’”(Jonás 3:1-2).
Y Jonás obedeció. Cumplió lo que prometió.
Dios no le pide a nadie que haga un voto. Es algo voluntario, una libre elección. Somos libres de no hacerlo. Pero si lo hacemos, debemos asegurarnos de cumplirlo. Porque Dios no se olvida.
Pedro le dijo a Jesús, con mucha seguridad, que él lo seguiría hasta la muerte; real y verdaderamente, pensaba que amaba al Señor más que los otros discípulos. Jesús le dijo que él lo negaría. “Señor —respondió Pedro—, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte. —Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces” (Lucas 22:33-34). Pedro nunca imaginó que sería capaz de defraudar al Señor. Pero lo hizo. Negó conocer a Cristo. Mírelo nuevamente: “El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: ‘Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces’. Y saliendo de allí, lloró amargamente”(Lucas 22:61-62).
No me caben dudas de que Pedro se sintió avergonzado por haber defraudado al Señor. Pero también, por haberse defraudado a sí mismo. Sinceramente creía que sería el último en hacer algo así.
Es una advertencia para nosotros, para no sobreestimemos lo mucho que amamos al Señor. Un fuerte sentimiento de que amamos al Señor puede ser engañoso y falso. Cuánta razón tenía Jeremías: “Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?” (Jeremías 17:9). Un sentimiento de que amamos al Señor verdaderamente puede, incluso, darnos un sentir tan santurrón que podemos creernos insensibles a la tentación. ¡Mejor sería que no descansemos en nuestro amor por el Señor, sino en su amor por nosotros!
Mi conjetura es que pronto Pedro hizo un voto porque se sintió muy avergonzado y dolido. Su mundo colapsó. ¿Cómo podría volver a mirar a Jesús? ¿Cómo podría volver a mirarse en el espejo? Creo que Pedro hizo un voto que diría algo así como: “Señor, dame otra oportunidad y no te decepcionaré”. ¡Y la tuvo!
Cuando prometemos gratitud, debemos cumplir nuestra palabra. Hay una diferencia entre una promesa y un juramento. Pero ambos deben ser guardados. Hacer un voto, no obstante, es más serio, y si elegimos hacerlo, mejor que estemos bien seguros de que vamos a cumplirlo.
La gratitud contiene una promesa inherente. La promesa es: muestra gratitud y tendrás la atención de Dios. Muestra gratitud y Dios interviene. Para citar a mi amigo Michael Levitton: “Dios no puede resistir la alabanza. ¡Él se conmueve por la adoración y no puede contenerse de mostrarlo!