La Navidad, festejada en las numerosas regiones donde habitan los miles de millones de miembros de la cristiandad, es especialmente significativa en Tierra Santa en tanto en ella tuvieron lugar los acontecimientos que en estas fechas se celebran. Sobre todo, Belén y Jerusalén se visten de luces y reciben peregrinos fervorosos que se suman a los cristianos locales en los actos festivos destinados a recordar y celebrar el nacimiento de Jesús. Se trata, pues de una ocasión propicia para asomarse a la situación de la población cristiana que habita en esas tierras, cuna de esa religión.
Más de una decena de denominaciones cristianas diferentes, con sus respectivos dirigentes y centros de culto existen en Israel y los territorios palestinos. Cristianos ortodoxos de raíz bizantina apegados a la iglesia ortodoxa griega, rusa o serbia; católicos latinos cuyo centro de autoridad se ubica en Roma; católicos griegos; maronitas; armenios; coptos etíopes; evangelistas y protestantes de diversas orientaciones son algunas de las denominaciones a las que pertenecen los casi 200 mil cristianos que se contabilizan en esos lares. A pesar de que en las capas dirigentes de dichas iglesias existe una clara conciencia de las diferencias teológicas y doctrinales que las hacen distintas entre sí y las dotan de su identidad particular, en los fieles comunes y corrientes prevalece un sentimiento de solidaridad gracias a la consciente pertenencia compartida a un mismo eje común, a saber, la creencia en Jesús como redentor y Mesías.
Hay, sin embargo, otro elemento más que contribuye a atenuar las diferencias entre las citadas denominaciones cristianas: su condición de minoría religiosa que a medida que pasa el tiempo se exacerba más y más. En una zona donde residen cinco millones y medio de musulmanes y la misma cantidad de judíos, los cristianos representan un sector débil cuya situación se ha complicado cada vez más en virtud de los conflictos bélicos irresueltos existentes en esa zona y también debido a la efervescencia de los movimientos islamistas como el representado por Hamas, cuya intolerancia hacia creencias religiosas distintas a la suya ha provocado hostilidad, violencia y discriminación grave contra ellos. Esto a pesar de que cerca de 80% de los cristianos son árabes étnica y culturalmente hablando.
De ahí que la población cristiana en Tierra Santa disminuya constantemente a causa de la emigración provocada por la precariedad de sus condiciones de vida. América Latina, Australia, Canadá, Estados Unidos y diversos países europeos han sido, desde hace años, los destinos elegidos por individuos y familias dispuestos a someterse a los sinsabores del exilio con tal de escapar de una realidad adversa en múltiples sentidos. Hace poco más de medio siglo, los cristianos constituían 20% de la población en lo que hoy es Israel y los territorios palestinos, mientras que en la actualidad su porcentaje apenas alcanza dos por ciento.
En una entrevista recientemente concedida por el sacerdote jesuita David Neuhaus, quien reside y practica su ministerio en Belén, éste expresaba su preocupación por el paulatino encogimiento de la población cristiana en Tierra Santa, situación por cierto similar a la que se presenta en diversos países árabes como Líbano, Irak, Egipto y Siria donde la fragilidad cristiana ha aumentado aún más a raíz de las recientes sacudidas políticas que han aquejado a tales naciones. Ejemplo de lo anterior es la reducción del poder que alguna vez tuvo la población cristiana libanesa, lo mismo que los frecuentes y crueles ataques físicos contra los coptos egipcios que constituyen 10% de la población del país del Nilo. Neuhaus señalaba que en el caso específico de Tierra Santa, la única buena noticia es que hoy por hoy se registra una modesta cantidad de nuevos miembros en las iglesias cristianas en Israel gracias a la incorporación a ellas de familiares cristianos de judíos que se han establecido en ese país, así como de trabajadores migrantes de fe cristiana llegados de lugares como Filipinas y América del Sur.