«Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.» (Juan 14, 1-12)

En este domingo de pascua, ante la incertidumbre y dudas de sus apóstoles, les reafirma que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Suena esto un poco  fuerte en estos tiempos donde se desconfía de cualquier pretensión  dogmática, donde se afirma que no hay una única verdad, ni un único  camino, y menos una única manera de vivir o entender la vida. En un clima de múltiples y variadas ofertas, todas válidas por igual, qué pretencioso suena lo que dice Cristo. Más bien, muchos se mofan de esta pretensión. Y mucho más cuando es la Iglesia la que se cree que es la única que posee la verdad sobre el hombre y sobre la vida misma.  A la vista están las numerosas críticas que la Iglesia recibe cuando da su opinión sobre aborto, divorcio, matrimonios especiales, experimentos genéticos, eutanasia…Es verdad que los obispos nos hablan habitualmente a los católicos, pero sus mensajes tienen a veces la impresión de querer imponer los criterios morales a toda la sociedad. Pero la realidad es que el mensaje cristiano no es percibido hoy en toda su belleza ni en toda su dimensión humanizadora y liberadora. Además, nuestra sociedad es cada vez más diversa en las ofertas religiosas. Hay un ecumenismo mal entendido de que toda religión es parecida, de que todas dicen lo mismo y que ninguna es superior a la otra. Lógicamente, lo que dice Cristo sobre la exclusividad de su mediación entre Dios y los hombres, suena a muchos de nuestros contemporáneos a una especial de absolutismo inaceptable. De ahí que más que nunca sea necesario ofrecer el mensaje cristiano con convicción de vida, con humildad, como propuesta no como imposición. Dios no se impone, nos deja que lo sigamos con libertad. No se trata de perder  nuestra identidad ni de renunciar a expresar nuestra convicción de que en  Cristo el Rostro de Dios se humanizó más que en ninguna otra religión y  que el mandamiento del amor, sobre todo a los enemigos, no tiene  parangón en la historia religiosa de la humanidad. Pero que para los cristianos, Cristo sea el Camino, la Verdad y la Vida, no implica que no se reconozcan otros caminos para ir a Dios y para ser felices. Lo que tenemos que hacer es mostrar la belleza de la vida cristiana, en coherencia con nuestras convicciones y nuestras celebraciones.  Y también denunciando caminos, verdades y vidas que no conducen precisamente a hacer seres humanos más felices, sino todo lo contrario. Es hora del testimonio claro, sencillo, directo de nuestra fe en Jesucristo. Es hora de mostrar con nuestras vidas que Cristo es la felicidad.    Nota: Mamá, hoy quiero darte gracias, no por lo que vales, sino por lo que significas en la vida de cada hijo.