Es un hombre singular: además de que no existe ninguna foto suya en internet, es ministro de una iglesia católica en Buenos Aires (Argentina) y homosexual.
Su iglesia, llamada Iglesia Católica Antigua-Diversidad Cristiana, no está afiliada a la Iglesia católica romana, sino que su vertiente religiosa se separó de esa jerarquía en el siglo XIX. Hugo Córdova Quero es, además, denominado un teólogo queer: un académico de temas religiosos que busca analizar las culturas de las religiones “sin catalogarlas de buena, mala, positiva, negativa, correcta o incorrecta”, como explica él mismo.
Su lista de reconocimientos es compleja. Es profesor asociado de Teorías Críticas y Teologías Queer y director del Departamento de Educación Online, ambos en la facultad Starr King School, en California (Estados Unidos). Doctor en estudios interdisciplinarios de Religión, Migración y Etnicidad. Forma parte del Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública (Gemrip), organización que, junto con la Universidad Javeriana y la organización Sentiido y la Open Society Foundations, llevó a cabo el foro ‘Creando puentes entre diversidad sexual y religión’ en octubre pasado en Bogotá.
¿Cómo fue para usted crecer en una familia religiosa siendo homosexual?
Vengo de una larga sucesión de ministros protestantes en mi familia. Crecí leyendo historias del cristianismo, de teología de los ocho años más o menos, todo por pasatiempo (risas). Mi abuelo, que era pastor, me regaló mi primera enciclopedia de ciencia, en la cual aprendí la teoría de la evolución.
Ese es uno de los grandes mitos del cristianismo: que los cristianos rechazan la teoría de la evolución, lo cual no es cierto. Es uno de los problemas que surgen de una interpretación literal de la creación. Para mi familia, que coexistieran ciencia y religión no era un problema, porque entendían que la ciencia es una disciplina y que, por su parte, los textos sagrados tratan de decir otra cosa: tratan de mostrarte la experiencia de fe con una divinidad. No tratan de ser un texto político, ni un libro de ciencia ni un tratado cultural. Que tengan elementos de todo eso es cierto, pero no es lo mismo que hablar de la intención que tiene con sus palabras.
¿Cómo fue su proceso de admitir su homosexualidad?
Desde los 13 años empecé a sentir que me gustaban los chicos. Empecé a salir con uno que era parte de mi iglesia evangélica, a la que asistía en ese momento. No me aceptó esa iglesia, por ser gay. Entonces me fui. Pero quienes me defendieron fueron mis abuelos, que eran ministros. Mi abuelo, en esos momentos, me dijo algo inolvidable: “Si una iglesia no ve todo lo que tú has hecho y el potencial que tienes, no ve la riqueza que vos traés y solamente se preocupa por lo que pasa en tu cama, entonces esa iglesia no te merece”. Eran los 70, imagínate que un ministro te dijera eso. ¡Valía todo!
Y cuando me casé, mi abuela, de 83 años, fue la que llegó a entregarnos los anillos de matrimonio. Entonces, cuando oigo reclamos de la gente de que “la Iglesia es homófoba” o “los cristianos son homófobos”, simplemente no lo puedo aceptar: la iglesia a la que pertenezco (la Iglesia Católica Antigua) no lo es; mi familia no lo es; yo no lo soy.
Esos reclamos deben de referirse a la Iglesia católica romana…
Claro, pero no podemos seguir llamando ‘Iglesia’ solo a una, porque existen infinidades de ellas.
De acuerdo, pero entre quienes han sido criados con el credo de la Iglesia católica insertado en su cultura, algunos piensan que se trata de un poder conservador, opresor…
Hay una pluralidad dentro de la Iglesia católica romana. En el 2015, cuando se estaba haciendo el concilio de obispos sobre la familia en Roma, allá se unieron representantes de más de 68 países para fundar lo que se llama Católicos Arcoíris, que son los grupos LGBTI dentro de la Iglesia católica romana en estos países que abiertamente se declaran católicos romanos y personas de la diversidad sexual.
Tomamos la cuestión de la sexualidad y la religión como dos trincheras, dos bandos opuestos. Por un lado están los LGBTI y los que los apoyan; por el otro, la Iglesia católica, el dogma. Pero, no, el catolicismo romano nunca ha logrado dividir a las personas de modo tal que dejaran una parte de sí a la puerta de un templo. Tenemos que reconocer que esas trincheras no existen.
Un tercio de la población mundial es cristiana (lo confirmó el Pew Research Center), pero ¿qué es el cristianismo? Un conglomerado de miles de iglesias dividido en cuatro ramas muy importantes: la católica, protestante, anglicana y ortodoxa. Dentro de cada una de estas ramas existen infinidad de iglesias. De la católica, existen más de 350 iglesias católicas antiguas, más de 300 independientes y una sola Iglesia católica romana con 23 iglesias adjuntas, autónomas, pero que respetan la autoridad del Papa.
Pero cuando hablamos de catolicismo, igualamos cristianismo con catolicismo e Iglesia católica romana. Esa es una lectura parcial. Es como si dijeras que los únicos colombianos fueran los de Bogotá, y no solo eso, sino una familia particular en Bogotá.
Lo que constituye una iglesia como tal es que un grupo de personas estén reunidas en el nombre de Cristo. Y puede ser muy institucional, con poderes verticales, o lo puede ser muy independiente, como una comunidad pequeña en una villa en el conurbano bonaerense con 15 personas, sean heterosexuales, gais, lesbianas, transexuales, o de todo, que se reúnen para rezar. Eso también es una iglesia, y no tiene que aprobarla Roma.
El foro ‘Creando puentes entre diversidad sexual y religión’ surgió a raíz de la división en el tema de la ‘ideología de género’, en Colombia, el año pasado. ¿Qué opina de ese hecho?
El tema es transversal en toda América Latina, no solo en Colombia (de hecho, la Conferencia Episcopal de Paraguay anunció un encuentro con el papa Francisco en noviembre para discutir, entre otros temas, “la realidad eclesial y nacional” frente a la ideología de género).
No podés jugar con el estómago de las personas para insertarle una opción religiosa. Eso es deshonesto, y es lo que se hace cuando se juega con la llamada ‘ideología de género’. Una persona tiene que tener la posibilidad y libertad de elegir cualquier credo que quiera, sin necesidad de que esté condicionada por su sistema de salud, situación económica, política, lo que sea. Creo que lo de la ideología de género tiene que ver con ese juego.
Lo que pasa es que si vamos a hablar de ideología, todo es ideológico. La teología también es ideología. De hecho, yo hablo de ‘teoideología’ como para visibilizar esa condición de que todo, incluso la creencia en Dios, es un conjunto de ideas. Pasa que hay ideologías que oprimen y otras que liberan.
La Iglesia católica romana cada vez entra en más diálogo con la ciudadanía, pero se ha demorado…
En cualquier religión uno va a un lugar de fe a sentirse plenamente humano, no oprimido. La Iglesia Católica Antigua estableció en el siglo XIX que todos los clérigos podían casarse. También tiene divorcio. Las mujeres también pueden ser obispos, diáconos. Fue una de las primeras que empezaron a ordenar personas abiertamente gais o lesbianas y a casar personas del mismo sexo bajo el sacramento de matrimonio.
Cada institución tiene que recordar su lugar en un Estado democrático y ser incluida en el debate del presente aunque sus raíces estén en el pasado. En el foro de la Javeriana, un asistente preguntó si la Iglesia le tiene que pedir perdón a la diversidad sexual… Yo contesté: “Mi iglesia no tiene nada que perdonar”. No podemos seguir hablando de la Iglesia católica romana como ‘la Iglesia’. Como dije, eso invisibiliza a las demás.
¿Es el mismo asunto de hablar de la “iglesia” cuando realmente nos estamos refiriendo a la católica romana?
Es similar. Una de las consecuencias de nuestro pasado colonialista en todo el continente, que trajo al cristianismo en primer plano, es que, aunque desde el siglo XIX se puede hablar de “libertad de culto”, en el siglo XXI aún no podemos lograr la ansiada “igualdad religiosa”. Esta desigualdad de culto no contribuye a la democracia porque genera ciudadanos de primera y de segunda basados en sus convicciones religiosas, y destina fondos que debieran ser usados para toda la sociedad hacia una institución religiosa particular, como el caso de la católica romana.
Es una cuestión de la cercanía y educación que tienen los creyentes con su credo, ¿no? Por ejemplo, todavía se hacen lecturas literales de la Biblia, lo que no es lo mismo que estudiarla.
¡Claro! Si tú tomas ese texto y no tienes las herramientas para discernir qué hay detrás del texto porque nunca te las dieron, lo vas a leer al pie de la letra. No podés culpar a la gente por leer. En teología, cuando hacemos interpretación de textos sagrados, tenemos una frase: “Un texto fuera de contexto es un pretexto”. El problema tiene que ver con que tenemos que empezar a poner sobre la mesa discusiones y conversaciones con expertos. Tomemos un ejemplo clásico sobre la condenación de la homosexualidad y del sexo no reproductivo por parte de los creyentes católicos. La gente lee Génesis 19, la historia de Sodoma y Gomorra, como una condenación de la homosexualidad; o el pasaje de Levítico 11, que dice que no te acostarás con varón como te acostarás con mujer.
El texto de Levítico no es una condenación sobre dos personas que tienen una relación entre sí y tienen una relación sexual. El problema es de contexto. Levítico es un libro sobre leyes de pureza. Las leyes de pureza están relacionadas con la manera apropiada para que el pueblo de Israel adorara a su Dios.
Esta manera apropiada estaba en contraposición a los habitantes de la Tierra Prometida, que no estaba vacía, sino habitada por lo cananitas (habitantes de Canaán). Los israelitas toman sus tierras, pero ellos seguían existiendo con su propia religión, de la adoración a Baal. Uno de los ritos de adoración a Baal era la unión sexual como forma de alcanzar la divinidad. La condenación era a no ejercer esa práctica de culto dentro de la religión de Israel, pero no es una condena a que una persona quiera acostarse con alguien de su mismo sexo o que decidan qué tipo de relación quieren tener.
Jesús tampoco condenó la esclavitud, ojo. Y nosotros, ahora, claro que lo hacemos. Ahí te das cuenta de cómo importaba el contexto para lo que dice el texto sagrado.
Entonces, ¿no se trata solamente de tener fe, sino también de conocer muchas otras ciencias para estar seguro de lo que se cree?
Un texto sagrado no debería explicarlo solamente un sacerdote. Hay que complementarlo con lo que las ciencias nos va ofreciendo para poder arrojar luz sobre los textos, sabiendo que nuestra interpretación sobre los textos nunca es definitiva. Para estudiarlos se necesitan complementos de la arqueología: con artefactos culturales se relacionan, de la antropología, de psicología, economía, historia.
Si uno abraza un credo, uno tiene que conocerlo. Siento que para muchos cristianos esto no es así. Nos guiamos mucho por lo que nuestros padres, ministros o clérigos nos han dicho, y a veces ni siquiera tenemos el texto bíblico propiamente. Es el típico “Jesús condena la homosexualidad en la Biblia; no me acuerdo ahora, pero lo voy a buscar”.
¿Tenemos que esperar a que la educación primaria, en general, se encargue de una educación religiosa integral?
Evidentemente, se requiere estudiar para conocer esto, pero si alguien está interesado en este tipo de cosas no hay que hacer una maestría de Divinidad. Puedes hacer un curso de primeros auxilios para ayudar a una persona sin estudiar medicina. Los cursos ayudan en este sentido. Hay mucha oferta online, parroquias que ofrecen lecturas a la comunidad. Las ofertas están. Es un muy buen producto con una muy mala o nula propaganda. Desde las iglesias cristianas tenemos que trabajar junto a los comunicadores para ofrecer este tipo de herramientas.