Cuando la religión deja de ser un tabú, sus prácticas más profundas emergen del ámbito privado para demostrar que la pluralidad existe y debe ser aceptada. La legislación uruguaya protege a la libertad de culto abriendo paso a la expresión religiosa de diferentes grupos que encuentran la posibilidad de desarrollar sus costumbres sin demasiadas complicaciones. Sin embargo, y a pesar de la laicidad del Estado, el calendario cristiano universaliza las festividades y los feriados de nuestra cultura más allá de que los contenidos sagrados son cada vez más olvidados.
Conocer cómo celebran nuestras tradicionales fiestas de fin de año las distintas comunidades que habitan en Uruguay no es tarea sencilla. Debemos saber que dentro de un mismo universo religioso existen tantas perspectivas como fieles practicantes y que su devoción está presente en cada aspecto de la vida cotidiana. Aquí está el gran desafío de entender que las distintas costumbres, creencias y valores enriquecen nuestra diversidad cultural aunque puedan poner en juego la capacidad de integración y tolerancia de toda una sociedad.
Para saber un poco más sobre estas realidades, charlamos con Mendy, Susana, Monika, Yaafar y Samir. Estos cinco representantes de distintas comunidades religiosas nos abrieron las puertas de sus hogares para mostrarnos que, mientras la mayoría de los uruguayos despedimos el año con el último día de diciembre, en algunos rincones del país suceden otras cosas.
Todos ellos coinciden en que en Uruguay hay libertad de expresión y que la gente suele ser respetuosa. También destacan que el uruguayo es curioso por naturaleza: le gusta observar, entender y preguntar cuando algo es —o al menos se ve— diferente. Para Monika y Samir, una joven hindú y un sheij musulmán egipcio, vivir aquí es muy gratificante al igual que para Yaafar y Mendy, un uruguayo convertido al musulmán y un rabino hijo de padres judíos extranjeros. Quien no tiene una perspectiva tan positiva es Susana, diputada nacional y afroumbandista desde hace tres décadas. «Ser umbandista sigue siendo ‘raro’ o semiclandestino. A pesar de todo lo que hemos batallado culturalmente cuesta aceptar que somos una religión y en el imaginario social persisten los estereotipos», señala al mismo tiempo que se jacta de ser reconocida en las calles por vestir atuendos propios de su religión en lugares poco frecuentes.
Y es que cada uno de ellos abandera su cultura sin prejuicios. Susana y Mendy a través de la vestimenta típica, Yafaar cada vez que invoca a Dios con un «Insha’Allah», y Samir y Monika a través de preparaciones gastronómicas, como el jugo egipcio de Karkade o un té hindú con leche, jengibre y cardamomo.
Con dos calendarios
Mendy Shemtov (32) es judío ortodoxo; sus padres impulsaron el jasidismo (un movimiento dentro del judaísmo) en los años de 1980 en Uruguay, con lo que lograron ampliar la visibilidad de la colectividad en nuestro país. Su legado continúa en manos de Mendy, su esposa y sus cuatro hijos. La vida de todo judío ortodoxo se rige por un calendario lunar y solar repleto de momentos especiales que inician cuando cae el sol de los viernes con la conmemoración del sabbat. A su vez, la agenda determina que entre setiembre y octubre se festeje Rosh Hashaná o la «cabeza del año», una festividad que en esencia es muy similar a nuestro Año Nuevo en cuanto al comienzo de una etapa diferente. Mientras charlamos con Mendy, transcurre el décimo día de un nuevo año y así lo constatamos en el calendario de su celular donde aparece en tamaño grande la fecha gregoriana y en pequeño la del calendario judío. «Vivo en una sociedad donde el año lectivo marca la agenda. Por lo que, cuando termina diciembre tengo ese sentimiento positivo hacia lo que se viene», explica.
La tradicional Rosh Hashaná se festeja durante dos noches y en la mañana del primer día es mitzvot (orden divina) tocar un instrumento llamado shofar. Para los que no tienen oportunidad de asistir a la sinagoga para escucharlo, Mendy recorre a pie todo Montevideo por hogares de ancianos, hospitales y residencias tocándolo, ya que no está permitido andar en coche durante esas fechas, así como tampoco utilizar electricidad o manipular dinero. «Como todas nuestras festividades, la cabeza del año se recibe con grandes cenas familiares. Sobre la mesa hay comidas típicas y en su mayoría dulces, como símbolo de un buen año venidero», cuenta.
Estas preparaciones suelen ser elaboradas dentro de cada hogar ya que deben ser kosher, es decir, cumplir con ciertas leyes para el consumo. También, se usa mojar manzana en miel, comer la cabeza de un animal y frutas que no sean de estación. Según Mendy, «otros ritos incluyen el encendido de velas por parte de las mujeres del hogar y la práctica del kidush, un momento especial para todos». Durante ese momento se proclama la santidad del día a través de una bendición sobre una copa de vino que luego es compartida entre todos los integrantes de la familia.
Aunque la comunidad judía no celebra Navidad, cerca de esa fecha se desarrolla Janucá, una festividad de ocho días que comparte una tradición similar: a los niños en vez de obsequiarles regalos les dan dinero, como forma de educarlos en responsabilidad y solidaridad, ya que deben donar una porción a alguien que lo necesite.
Días de culto
En su día a día Susana Andrade asegura tener muy presente los preceptos, las costumbres, los colores y los sabores que integran la riqueza cultural umbanda, religión monoteísta surgida a principios del siglo pasado en Brasil, basada en los pilares de la fe, la esperanza y la caridad. Las festividades umbanda son recreadas en las mismas fechas del santoral católico, luego de que en plena época de conquista se fusionaran las convicciones espirituales de negros, indios y europeos. «Sabemos que las celebraciones del 25 de diciembre pertenecen a una cultura ajena, pero por sincretismo umbandista ese día no pasa indiferente ante nosotros», explica Susana.
Durante la Navidad se rinde culto al maestro supremo Orixá Oxalá —figura de Jesucristo en la religión católica— con vestimenta blanca y un ritual de velas que se encienden al comienzo del día. «Cuando pasa la medianoche del día 24, vamos al congal o pejí (altar sagrado) a batir cabeza, que es cuando tocamos la frente al suelo en honor al Padre. En este acto se enciende una vela blanca y se bate sineta, que es tocar una campanita mientras se cantan canciones», describe la Mae sin dejar de recordar que previamente cambia el agua de los recipientes sagrados y coloca flores blancas en el espacio de veneración. El ritual de tambores y las preparaciones típicas tampoco pueden faltar, donde adquiere protagonismo la comida elaborada con granos y miel.
Aunque la noche del 31 de diciembre es entendida como una celebración prestada desde la perspectiva umbandista, también se aprovecha para homenajear a los orixás regentes que con su impronta marcarán los días del año venidero. En esta conmemoración se ponen a disposición sus ofrendas preferidas como velas, adornos, paramentos, comidas y todo tipo de símbolos de su agrado. «El sentimiento es el de despedir con alegría el viejo año para recibir al nuevo con las mejores bendiciones, y por eso es una fiesta que se vive con la familia sanguínea y espiritual para reforzar los lazos humanos en comunión con la fe», dice una de las mayores representantes locales de esta religión que cuenta con más de cien mil adeptos en Uruguay.
Celebrar a la distancia
Cuando Monika Mishta (29) llegó a Uruguay desde la India hace algunos meses, buscó algún templo hindú para venerar a sus principales deidades Shiva y Shakti, pero ante la falta de éxito decidió refugiarse en la iglesia de Punta Carretas, a donde concurre entre dos y tres veces por semana. «Para mí, cada religión tiene algo importante que enseñar y disfruto aprendiendo. En mi ciudad solía ir a templos, mezquitas e iglesias», cuenta en inglés, pues apenas conoce unas tímidas palabras en castellano.
Y esa pluralidad de la experiencia religiosa de Monika también se ve reflejado en las festividades que celebra, cada vez más influenciadas por la cultura occidental: a las casas hindúes llega Papá Noel y el Año Nuevo comienza en la medianoche del último día de diciembre con fuegos artificiales. Sin embargo, según la mitología hindú, las celebraciones del inicio del nuevo año se dan en el mes de Chaitra (marzo), entre las que destaca la festividad de Holi, celebrada con un ritual de polvos de colores brillantes arrojados al cielo como símbolo de unión y felicidad.
A pesar de estar lejos de su país, Monika intenta mantener las costumbres y tradiciones hindúes durante el Año Nuevo. La vestimenta es parte indisociable de un ritual que se caracteriza por atuendos coloridos y un punto en la frente como símbolo de concentración y equilibrio. La gastronomía tiene un gran protagonismo en estas celebraciones y difiere mucho de acuerdo a la región. En el norte de la India —de donde proviene Monika— predominan los sabores picantes y muchas variedades de dulces, pero en casi todas las mesas pueden encontrarse verduras, legumbres, snacks y productos lácteos que comienzan a elaborarse puertas adentro de cada hogar incluso desde unos días antes del festejo. Por estas fechas, las reuniones son multitudinarias, hay música y baile para unir a familiares y amigos, aunque sin cerveza ni vino de por medio porque se procura evitar el consumo de alcohol.
De acá y de allá
Samir Selim (35) es sheij en el Centro Egipcio de Cultura Islámica de Montevideo y el encargado de enseñar su religión en nuestro país como parte de una misión que finaliza en unos pocos meses. Uno de los aprendices más devotos es Yaafar Chabkinián (60 años), un uruguayo convertido al islam. Ambos coinciden en que la comunidad musulmana uruguaya no está muy organizada y solo existen tres centros islámicos a los que asistir cada viernes para realizar los rezos sagrados. Sin embargo, el número de adeptos crece poco a poco y desde que Samir llegó a Uruguay ha convertido a más de cincuenta uruguayos a su religión.
Esos tres centros constituyen el punto de encuentro para los musulmanes que celebran las festividades más tradicionales del islam —Ramadan (conocido como el mes del ayuno) y Eid al Adha (fiesta del sacrificio)—, mientras que en Año Nuevo permanecen desolados, ya que la fecha no tiene ninguna connotación para esta comunidad que se rige según el calendario lunar. Sin embargo, tanto Yaafar como Samir no son ajenos al quehacer popular. «La noche del 31 de diciembre es una más para mí, pero como mi hermana vive enfrente me suelo unir a las celebraciones sin beber alcohol. Además, debo preparar mi propio menú considerando las restricciones de nuestra comida y debo tener el cuerpo cubierto», explica Yaafar y agrega: «Todo es muy natural».
Samir recuerda sus últimos fines de año en Egipto, fecha en que suele reunirse el entorno familiar más íntimo sin ningún trasfondo religioso. «Es una celebración cultural en la que encendemos fuegos artificiales y brindamos con gaseosa porque el musulmán no puede consumir ninguna bebida alcohólica. Tanto el hombre como la mujer deben vestir sus mejores prendas y a los niños hay que comprarles ropa nueva. El primer rezo del día es especial y se realiza a las ocho de la mañana con el ritual que eso implica: la cara y las manos se deben higienizar tres veces e ingresar a la habitación descalzo». Además, dentro de la habitación hay una brújula que indica la posición de rezo orientada a la mezquita más grande del mundo en la ciudad de La Meca.