Las iglesias evangélicas han logrado hacer algo que otros grupos sociales no han podido: indiferentemente de su denominación (siempre y cuando sean cristianas) han cerrado filas detrás de candidatos evangélicos que pasan del púlpito a la oficina del presidente de la República o a una curul del parlamento.
Un movimiento creciente en países como Brasil, Colombia, México, Perú, República Dominicana, Venezuela y Costa Rica están mutando de pequeños grupúsculos cerrados a poderosos sectores influyentes en las políticas de sus respectivos países.
Uno de los casos más conocidos es el del actual presidente de Guatemala, Jimmy Morales, quien era comediante y pastor evangélico, y fue lo segundo lo que logró conseguirle los votos para convertirse en mandatario.
En caso de Costa Rica, en una campaña presidencial en ciernes, es aterrador para los grupos que defienden los derechos humanos. El predicador y cantante evangélico Fabricio Alvarado encontró un brío importante después de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos enviara una intimación a Costa Rica y a otra veintena de países a que aprobaran lo más pronto posible el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Alvarado, candidato por el Partido Restauración Nacional, se coló en la segunda ronda luego de que sectores ultraconservadores y adeptos a las iglesias evangélicas votaran por él y por 16 diputados de su bancada, sin siquiera cuestionar las capacidades de gobernabilidad de su partido o nuevos legisladores.
La retórica pro-vida
Quienes optan por darle el apoyo a estos partidos de derecha ultra religiosa están en contra del matrimonio igualitario, del derecho al aborto (incluso en casos de violación), de la instauración del estado laico y la eliminación de los conceptos religiosos de sus constituciones nacionales y de la legalización de la marihuana, entre otros derechos por los que han luchado las sociedades.
Usando la Biblia, que consideran palabra indiscutible e irrefutable de Dios, algunos feligreses evangélicos han llegado a opinar que los homosexuales “merecen la muerte”, según dice en las escrituras de su libro sagrado.
Algunos movimientos se hacen llamar “pro vida”, porque se oponen al aborto y a la fecundación in vitro, criticando que quienes apoyan esas medidas deben ser criminalizadas y consideradas asesinas.
El discurso y la discusión se vuelve más álgida cuando se habla de la llamada “ideología de género”, un concepto que no existe en ningún tomo de literatura académica o científica y que fue acuñado por primera vez en el libro de un pastor evangélico argentino hace más de 20 años, sin que tuviera mucha trascendencia hasta ahora que los sectores evangélicos neopentecostales tienen poder político.