Hace unos días unos niños de siete u ocho vieron pasar una patrulla. Acto seguido agitaron fervorosamente sus manitas para saludarlos en una escena llena de gusto, admiración y respeto.

Algo que desafortunadamente -y quizá ya de grandes, una vez perdida «esa» inocencia- dejamos en el olvido. Corrupción o desilusión del sistema aparte, la «necesidad» de refugiarnos en algo/alguien mayor a nosotros, que nos brinde protección y seguridad, es quizá no solo indispensable sino necesario.

Esa es una de las teorías por la que dentro de las ciencias religiosas justificamos la aún «existencia», en el colectivo, de una deidad. Los seres humanos queremos contar con alguien que nos cuide. Y quién lo hace merece nuestra consideración o sumisión.

Pero sucede algo curioso en esta ecuación, y aquí entran los niños que vi.

Como cito líneas arriba, los años y la degeneración de los sistemas humanos (no solo el judicial, sino en todas las esferas de la actividad social) hacen que cada día nos sintamos más huérfanos y suspiremos con anhelo encontrar «eso» o quién pueda ofrecernos una vaga garantía de amparo.

Es incluso esta necesidad la que nos hace buscar pareja o quién nos «complemente»; ya lo decía Aristófanes, en parte, en El Banquete (Platón) dónde hablaba cómo buscamos la perfección en aquella «mitad», la famosa media naranja, que perdimos.

Y será con este complemento, cuando lo encontramos, lo que nos brinde no solo «perfección» sino la seguridad que connaturalmente siempre buscamos y necesitamos.

Pero la pregunta del millón es la siguiente:

¿Queremos brindar tal seguridad o solo queremos encontrarla?

[En el amor] «…cada uno de nosotros es, por lo tanto, una contraseña de otro…» Esta es la clave para responder la pregunta anterior. Aunque queremos y «requerimos» sentirnos seguiros y confiar en alguien, de la misma manera tenemos que ser correlativos.

Es decir, ser la contraseña del otro.

Según el mito de la media naranja, una vez que encontramos esa mitad que nos falta, nos fusionamos en una combinación perfecta. Y una vez en tal simbiosis lograremos esa admiración mutua (que en términos prácticos es el amor) y, sobretodo, lograremos que emane confianza y seguridad, las cuáles no solo debemos de sentir sino, y sobretodo, hacer sentir.

Imagen | Chema Muñoz Rosa