Cuando tomamos decisiones con respecto a nuestra vida en teoría estas no deberían estar impulsadas o motivadas por alguna persona. Es decir, nuestra determinación tendría que ser siempre motivada por nuestros deseos, gustos, inquietudes o incluso sueños.
Pero no siempre suele ser así.
Muchas veces coexisten múltiples factores para que nosotros optemos por una u otra cosa. Al ser seres sociales nos vemos influenciados por nuestro entorno y, afortunada o desafortunadamente, el contexto forma parte importante en la ecuación llamada vida.
Hay algo particularmente interesante: decidir decir adiós.
Es decir, escoger apartarse; ya sea de un proyecto, de un trabajo… de una persona. Como decía al principio, cada paso que damos debiera sostenerse en base a lo que nosotros creemos pero la prudencia a veces es una carta que debe saber jugarse.
De nada sirve, por más cómodos que nos sintamos o por más adecuado que esté algo para nuestros planes, estar en un lugar en dónde una o varias personas sienten un conflicto hacia nosotros. Es verdad que podemos argumentar que eso no es importante pero navegar contra corriente cansa y desgasta; y lo peor es que quién sale más consumido no son aquellos que te lastiman sino tú, el herido.
Es siempre loable luchar y perseguir tus metas y objetivos a pesar de las personas, de hecho es admirable pero en ciertas circunstancias, como cuándo estás en un lugar dónde no eres muy grato, quizá las cosas pueden ser distintas.
Si nos ponemos incluso cabalistas podríamos decir que ese ambiente puede ser una señal… un indicio de que quizá, en otro sitio, podremos triunfar o encontrar aquello que, según nosotros, solo podemos encontrar dónde estamos.
Despegarnos de los lugares, de las aparentes oportunidades, de la comodidad, de las personas… es quizá lo más complejo de todo. Decir adiós no siempre es fácil porque el ser humano tiene un halo de masoquismo: preferimos malo conocido que bueno por conocer.
Tenemos miedo a la incertidumbre y, aunque tal vez sabemos que dar ese gran paso de despedida es lo mejor, no siempre es fácil animarse a mover el pie.
Pero todo, como dice el libro de Eclesiastés (es un libro de consejos muy, muy interesante a pesar de ser un texto bíblico) todo tiene un tiempo bajo el sol y el entorno, las personas, el lugar y, principalmente, el cómo nos sentimos son la mejor forma de medir que ese tiempo ha llegado, que es momento de decir adiós.
Sí, no es fácil.
Toda despedida tiene su tinte de dolor. Te lastima porque quizá las cosas no salieron como planeaste, o porque no era lo que esperabas, o tal vez alguna persona resultó no ser quién tu creíste que era… pero saber superar ese dolor es un gran paso hacia tu madurez.
El mejor momento para decir adiós es cuándo tú sientes que estás demás, que no eres necesario o cuando simplemente descubres que necesitas emigrar para poder crecer pues de seguir ahí únicamente te estancarás.
No es nada personal. Todos, en su momento, deben de saber despedirse. Unos antes, otros después pero decir adiós nos permite volar a límites insospechables, recorrer destinos inimaginables.