La afirmación de que «los cristianos matan o persiguen también a los musulmanes allí donde estos son minoría» es una insidia con trampa: trata de inducir a la conclusión de que el hecho religioso engendra violencia social, y por eso debe ser restringido o prohibido abiertamente.
Los informes sobre libertad religiosa suelen referirse a tres tipos de persecución. La abierta, que ejercen las dictaduras, normalmente comunistas. La intrarreligiosa, en la que destaca el acoso de las mayorías musulmanas contra las minorías, en particular la cristiana. Y la sutil, puesta en práctica en Occidente por gobiernos y medios de comunicación antirreligiosos a través de la legislación y las campañas de opinión pública.
Un año más, el informe de referencia de la ONG Open Doors (Puertas Abiertas) constata que el cristianismo es la religión más perseguida del mundo. El estudio, correspondiente a 2019, concluye que uno de cada nueve cristianos en el mundo vive la amenaza. En cifras globales, la experiencia de persecución afecta a 245 millones de cristianos, un 14 por ciento más respecto a 2018. Corea del Norte es el país con mayor índice de persecución de los cristianos –dudoso honor que conserva desde hace 18 años–, en un listado de 50 naciones supervisadas por Open Doors. En el «top ten» entra por vez primera la India, debido al incremento de ataques de la mayoría hindú contra la minoría cristiana. China sube en 2019 muchos puestos, y pasa del 43 al 27 por las medidas de control impuestas por Xi Jinping.
En términos generales, el mayor factor de opresión de los cristianos es el clima cada vez más asfixiante de islamismo en los países de mayoría musulmana. El informe revela que el integrismo islámico explica que ocho de los diez países con mayor persecución de cristianos en el mundo tengan regímenes musulmanes, más o menos regidos por la Sharía. En esa atmósfera de acoso los más vulnerables son las mujeres y los conversos.
La apostasía del islam al cristianismo es rara, y conlleva ruptura con la familia, discriminación laboral y violencia física. Las mujeres cristianas en países de mayoría musulmana sufren una doble persecución: una por su fe y otra por su género. Atentar contra la mujer implica también acosar a la madre, y con ella al tejido esencial de las comunidades cristianas.
La persecución de los cristianos no es esencial al Corán –de hecho los primeros musulmanes convivieron pacíficamente con las tribus cristianas y judías– pero sí es básica en el islam político, que busca la aplicación de un modelo social basado exclusivamente en las normas musulmanas. La justificación de la violencia contra otras religiones, cuando se trata de defender a la «umma», la comunidad musulmana, tiene mucho fundamento. Al menos 40 versículos del Corán son explícitos en el llamamiento a la violencia armada en nombre de Alá.
En Occidente, en cambio, la persecución del cristianismo es mucho más sofisticada. El Observatorio de la intolerancia y la discriminación contra los cristianos en Europa, con sede en Viena, revela los múltiples caminos de las campañas contra la Iglesia, desde los legales –como por ejemplo la prohibición de signos religiosos o de objeción de conciencia a los médicos en el aborto– hasta el creciente vandalismo contra templos.