Cuentan que en un aula, un profesor mostró a sus estudiantes una naranja. La puso sobre el escritorio y les preguntó: “¿Qué pasa si exprimo esta fruta?” Los alumnos contestaron seguros que saldría jugo. “¿De qué será el jugo?” – preguntó de nuevo el profesor. «De naranja», contestaron. “¿No puede ser jugo de manzana, o de pera?”, preguntó insistente el hombre. Los alumnos afirmaron con toda seguridad que no. “¿Por qué?”, preguntó al fin el maestro. «Porque la fruta es una naranja».
El ejemplo suena lógico, ¿cierto?, y puede que hasta parezca un poco boba la anécdota; sin embargo, ¡cuánto puede enseñarnos si reflexionamos sobre ella!
¿Qué sentimientos has experimentado en esta época de ansiedad ante la recién nombrada pandemia mundial del COVID 19 o “coronavirus”? Las circunstancias nos “exprimen”: no nos recomiendan salir, han suspendido las clases y los eventos sociales… ¿cómo te has comportado?, ¿has perdido la paz? ¿eres una de las personas que han abarrotado los centros comerciales con las compras de pánico?, ¿has esparcido seguridad, contención, serenidad?, ¿qué tipo de “jugo” ofreces a otros?
¿Es agrio nuestro “jugo de naranja”?
¿Existe una forma particular en la que los que creemos en Cristo debemos reaccionar ante la vida?, ¿un código de comportamiento específico para los cristianos? Así es. Existe uno, manifestado por Dios desde el Antiguo Testamento y validado y clarificado por Jesucristo en sus días de presencia física sobre la tierra. En el Nuevo Testamento podemos también recordar esta guía.
Una pista sobre este comportamiento la encontramos en la Primera Carta a los Corintios, leemos: “ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor, 10: 31).
¿Debe ser distinto nuestro comportamiento por ejemplo ante la amenaza de la pandemia del COVID 19 o “coronavirus”? ¡Sí!. En este artículo queremos reflexionar contigo al respecto.
Para empezar, ¿para qué la angustia?
En el Evangelio de Lucas leemos: “en cuanto a ustedes mismos, hasta los cabellos de su cabeza él los tiene contados uno por uno. Así que no tengan miedo: ustedes valen más que muchos pajarillos” (Lc 12: 7).
Siempre estamos en los brazos amorosos de Dios. Y muchas veces, nos exponemos a riesgos mucho mayores sin ser conscientes: de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, cada día, mueren en el mundo 3014 personas por tuberculosis, 2110 personas por VIH o SIDA, 392 personas por cólera, y aún no se ha alcanzado esas cifras diarias a nivel mundial de muertes por coronavirus.
Por poner un ejemplo que tal vez nos haga mirar en perspectiva, “cada año se producen 3 millones de muertes en el mundo debido al consumo nocivo de alcohol, lo que representa un 5,3% de todas las defunciones”. Esto significa que la muerte, siempre está ahí, acechándonos a la vuelta de la esquina, donde un día la encontraremos sin previo aviso.
Ciertamente, el coronavirus nos coloca frente a un panorama de afección inminente, y más, porque es un tema difícil de controlar y que está cambiando seriamente nuestra organización personal y familiar diaria. Esto nos coloca frente a nuestra propia fragilidad, y tal vez es ahí donde urge que los cristianos demos un mensaje.
Los cristianos no le tememos a la muerte
«No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones«. (Filipenses 4,6-7)
En un Comunicado de prensa de Monseñor Pascal Roland, obispo de Ars-Belley (Francia), él animaba a sus fieles con estas retadoras palabras:
“Deberíamos recordar que en situaciones mucho más serias, las de las grandes plagas, y cuando los medios sanitarios no eran los de hoy, las poblaciones cristianas se ilustraron con pasos de oración colectiva, así como por la ayuda a los enfermos, la asistencia a los moribundos y la sepultura de los fallecidos. En resumen, los discípulos de Cristo no se apartaron de Dios ni se escondieron de sus semejantes, sino todo lo contrario”
Ahuyentar el miedo y renovar la confianza en Dios
Si analizamos en la historia del cristianismo, cuando las plagas han sido abundantes, los religiosos y religiosas han dedicado su vida a la atención de los enfermos, como es el caso de San Roque, el santo francés que dedicó su vida a la curación de los enfermos de la peste bubónica, que mató solo en Europa, a 30 millones de personas en el siglo XIV.
Esta epidemia global es la oportunidad para que los cristianos creemos a nuestro alrededor un espacio de solidaridad, cariño, unidad, consideración y serenidad para quienes nos rodean.
Además, es un espacio para renovar la conexión con nuestros seres queridos, procurando que la convivencia sea saludable, cortés y rica en gestos de cariño y consideración.
Nuestra tranquilidad también nos protege
Las acciones externas serán de gran utilidad para evitar la propagación de este virus en nuestras comunidades, y para seguirlas debemos atender las indicaciones de nuestras autoridades, pero también hay acciones pequeñas que podemos hacer en lo interno que serán de gran ayuda. Estas son algunas de ellas:
Ora o medita
Las hormonas del estrés reducen la efectividad del sistema inmune, así que procura un rato diario para hacer oración.
Respira
Si te sientes alterado, procura respirar bajando el ritmo de tus respiraciones poco a poco. Esto te brindará serenidad.
Duerme bien y come sanamente
El sueño estimula el desarrollo de las células-T que ayudan a combatir especialmente ataques virales a nuestro cuerpo. Una alimentación basada en frutas y verduras, también colaborará a mantenernos fuertes.
Evalúa a quién dejas entrar a tu mente
Si te sirve, aléjate un poco de las redes sociales, noticieros y grupos de Whatsapp que pudieran robarte la paz. Toma lo que te ayude (consejos prácticos, indicaciones de autocuidado) y evita lo que provoque histeria o pánico social.
Conecta con los tuyos
Aprovecha la oportunidad de mantenerte fuera del ajetreo social, para conectarte con los tuyos.
Recibimos una maravillosa oportunidad de acercarnos a Dios, que es la fuente de la vida, recordar nuestra fragilidad sin asustarnos, pues sabemos que nuestra patria no es esta sino la celestial. No dejes que estos acontecimientos te roben la paz, llena de paz tu círculo cercano con el fuego de Cristo que llevas en el corazón. ¡Ánimo!