Durante la cuarentena estamos probando obligadamente el potencial que tiene la tecnología de la información y comunicación.
Entiendo que la Iglesia del futuro usará la tecnología como nunca antes. La gran pregunta es ¿Qué conviene y que no? ¿Cómo equilibrar el contacto físico con el digital? ¿Cuál será el alcance digital del ministerio local?
Quiero dejarte algunas enseñanzas que estoy aprendiendo en esta cuarentena acerca del uso de la tecnología en el ministerio:
1. Las tres «C» de la comunicación eficiente.
Vemos a Jesús enseñando profundas verdades con imágenes conocidas por todos en Galilea y con frases cortas superpoderosas. Las tres C para dar un mensaje eficiente son: creativo, conciso y claro.
La creatividad es muy valorada en estos días y más aún para las nuevas generaciones. Jesús sorprendió a todos cuando puso a un niño en el medio para hablar del Reino, o cuando se comparó con una vid. Usó elementos conocidos y los comparó con verdades profundas del Evangelio.
Ser concisos es un gran desafío porque es un esfuerzo transmitir varios conceptos en una oración. Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí vivirá aunque muera.» (Juan 11.25). Fue un misil espiritual directo al corazón de todo el que lo oye, y aún más poderoso por el contexto. ¿Podría haber dado un discurso de la resurrección? ¿Podría haber enfatizado las diferencias con los incrédulos? Claro que sí, pero no sería contundente con el mensaje que quería dar.
Uno de los valores que sobresalen de los líderes eficientes en el contexto global como el que estamos atravesando, es la capacidad de ser explícitos. Es decir, la claridad. Nuestros pensamientos tienen que ser concretos para hablar con claridad. La visión de la Iglesia, nuestro propósito en la vida, el negocio que tenemos, debe resumirse en una frase clara y simple.
Siempre enseño que el mensaje que queramos dar, debe resumirse en una frase de oro. Esa frase tiene que resumir en modo «bomba» el concepto central de tu mensaje, que justamente tiene estos tres condimentos: creatividad, concisión y claridad.
2. La imagen no es todo, pero ayuda.
Por un lado, tenemos que cuidar nuestra propia imagen. No estoy hablando de convertirnos en unos teneegers, al contrario. Tenemos que vestirnos como lo marca el calendario. Lo que estoy diciendo es que debemos estar prolijos. Hoy no sólo la ropa habla de nosotros, sino también el feed de los perfiles sociales.
Por otro lado, tenemos que animarnos a usar más imágenes que letras en las presentaciones que hacemos. El arte es importante también para esta nueva generación. Hoy en día el boom de los emojis o stickers justamente refuerza el punto que está sociedad habla mucho por imágenes. Si queremos darles el mensaje del Evangelio tenemos que aprender a usar bien las imágenes.
3. Buen contenido es mejor que buena imagen con un pobre contenido.
Parece que se contradice con lo anterior, pero no es así. Aquí el foco está en el contenido. Un producto se vende cuando es útil. La propaganda lo puede presentar muy atractivo, sin embargo se venderá solo si brinda algún servicio necesario y cumple las expectativas del cliente. Y eso mismo lo hará girar en la rueda del boca en boca. Hoy diría, de click en click. Podemos usar la publicidad, pero lo más efectivo a largo plazo es que la propia gente por sí sola, motivada por su utilidad, sea la que difunda la actividad.
Cada actividad de la Iglesia tiene que tener un propósito, una utilidad. Y tiene que ser evaluado con sabiduría su periodicidad. A veces, se pierde la expectativa cuando es demasiado reiterativo y repetitivo. Aprovechemos los medios digitales con mesura porque hoy se valora mucho más la cercanía que las figuras.
4. Priorizar el intercambio.
En las redes hay un principio: somos todos iguales. Eso presenta una oportunidad de acercar la distancia sin reducir la autoridad. También estamos acostumbrados a tener la posibilidad de visualizar reuniones de Iglesia o mensajes por canales digitales, y ¡eso es muy bueno! Sin embargo, eso no es solamente la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes. Entonces, debemos priorizar la interacción digital por encima de la reunión para discipular a nuestra gente.
El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre (Proverbios 27:17 NVI)
Sea que estemos o no aislados, el discipulado requiere roce. Seamos cercanos y alcanzables, como lo era Jesús. Si aún estamos en cuarentena, el contacto y el roce digital es la herramienta que tenemos para discipular. Si no estamos en cuarentena, entonces podemos aprovechar otros medios. Los discípulos querían alejar a Jesús de la gente, mientras Él deseaba comer en sus casas, jugar con sus hijos, dialogar con las familias.
Tenemos que pensar la Iglesia y desarrollar el ministerio desde el nuevo paradigma digital. Es un error traducir lo físico a un marco digital. La digitalización de las relaciones nunca reemplazará el contacto físico. Debemos pararnos desde otro lugar, desde la cultura digital pero sin abandonar la esencia del Evangelio que transforma vidas.