Jesucristo no condenó la posesión de bienes mundanos, o incluso de grandes riquezas; tampoco los pastores de las iglesias; sin embargo para las personas de la vida consagrada al menos desde el Siglo XIII es de obediencia declarar el voto de pobreza; ratificado en el Decreto perfectae caritatis al sostener que “es menester que los religiosos sean pobres en la realidad y en el espíritu, teniendo sus tesoros en el cielo”.
Mientras que Pablo VI al morir disponía de bienes materiales de su propiedad, los papas Juan XXIII y Juan Pablo II murieron pobres.
En el testamento del primero se “refiere a los bienes muebles e inmuebles de (su) propiedad personal, que aún pudieran quedar de proveniencia familiar”.
Juan XXIII, nacido pobre, pero de honrada y humilde familia, anotó en su testamento: “Estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado”. Juan Pablo II escribió: “No dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones”.
En este punto, el papa Francisco destacó “La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia” (Corea, Training Center “School of Love”, Kkottongnae, 16 de agosto de 2014).
El papa Jorge Mario Bergoglio ha invitado reiteradamente a sacerdotes y en general a las personas consagradas a “la necesidad de evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás”.
El papa argentino asimila el voto de pobreza a una fuente de fortaleza, a un tesoro; “Parece una contradicción, pero ser pobres significa encontrar un tesoro”. Acude a la parábola del «muro», con el mismo fin; porque protege; en fin, coteja el voto de pobreza en la vida consagrada a una «madre», “porque la ayuda a crecer y la guía por el camino recto”.
En el documento “Las personas consagradas y su misión en la escuela, reflexiones y orientaciones”, de la Congregación para la educación católica, compara la vida consagrada con una escuela, “que cada persona consagrada está llamada a frecuentar durante toda su vida”
“La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente”.
El Decreto referido anima a los Institutos a esforzasen “en dar testimonio colectivo de pobreza y contribuyan gustosamente con sus bienes a las demás necesidades de la Iglesia y al sustento de los pobres”. Las propias Congregaciones religiosas “pueden permitir en sus Constituciones que sus miembros renuncien a los bienes patrimoniales adquiridos o por adquirir”.
“Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (cf.2 Co 8,9).
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