Carlo Acutis será beatificado el próximo 10 de octubre. El joven italiano de 15 años, que murió en 2006 ofreciendo todos sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa, era un chico normal, guapo y popular. Un “payaso” natural que disfrutaba haciendo reír a sus compañeros de clase y a los profesores. Le encantaba jugar al fútbol, los videojuegos, la Nutella y los helados.
Como era un poco glotón y goloso, engordó y se dio cuenta que tenía que medirse. Fue una de las muchas luchas que Carlo tenía para dominarse en las cosas sencillas. “De qué sirve ganar 1000 batallas si no puedes vencer tus propias pasiones”, solía decir.
Ser originales y no fotocopias
El lema de Carlo se hace realidad en la vida corriente de un joven como tantos otros, muy pendiente de los demás, que llegó a ser la mejor versión de sí mismo. Con sus primeros ahorros le compró un saco de dormir a un pobre a quien veía de camino a Misa. Podría haberse comprado otro juego para la videoconsola ¡le encantaba jugar a los videojuegos! pero en su libertad, decidió hacer un acto de generosidad. Y no fue solamente una vez. El día de su funeral, la iglesia se llenó de grupos de “sin techo” que el joven Carlo había ayudado, demostrando que el mismo gesto que hizo aquella vez con el mendigo, lo había repetido con muchas otras personas.
Le regalaron un diario y se le ocurrió usarlo para calificarse con “buenas notas” si se portaba bien y “notas malas” si no llegaba a sus expectativas. Así llevaba cuenta de sus progresos. En ese mismo cuaderno apuntó: “la tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos”.
Un “payaso natural”
Era un “payaso natural” como alguna que otra vez comentó su madre, Antonia Salzano, en una entrevista. Hacía reír a la clase y hasta a los profesores. Pero se dio cuenta de que podía molestar a los demás, así que también se esforzó en ese aspecto. El esfuerzo por hacer la vida agradable a quienes le rodeaban fue algo constante, por ejemplo, no le gustaba que el personal de la limpieza tuviera que ir recogiendo su desorden. Comenzó a programar el despertador unos minutos antes para dejar la habitación ordenada y la cama hecha. Estos detalles no pasaron desapercibidos, y Raejsh, hindù, que limpiaba en casa de Carlo, se quedó impresionado de que un “chico tan guapo, tan joven y tan rico” pudiendo hacer tantas cosas, decidiera vivir una vida sencilla: “Me contagió y cautivó con su profunda fe, caridad y pureza” diría más tarde. Así que decidió bautizarse y hacerse católico.
La pureza era otra de las luchas de Carlo. Para él, “en cada persona está reflejada la luz de Dios”. Le dolía cuando sus compañeros no vivían de acuerdo a la moral cristiana, y los animaba a hacerlo, haciéndoles comprender que el cuerpo humano es un regalo de Dios y que la sexualidad tenía que ser vivida como Dios lo había pensado. “La dignidad de cada ser humano era tan grande que Carlo veía que la sexualidad también tenía que ser algo muy especial, porque era colaborar con la creación de Dios”, recordaba su madre.
Nuestro muy pronto nuevo beato disfrutaba también colocándose las gafas de bucear y jugar a “buscar basura del fondo del mar”. Cuando sacaba a los perros a pasear, siempre recogía la basura con la que se encontraba. Era su manera de mejorar su rincón del mundo.
La Eucaristía, su autopista hacia el cielo
La verdadera pasión de Carlo era la Eucaristía, “su autopista hacia el cielo”. Fue esto lo que llevó a su madre a la conversión. Una mujer que solo había ido “tres veces a Misa en su vida” se dejó conquistar por el cariño del pequeño. Para dar respuesta a todas las preguntas que su hijo le hacía, se apuntó a unas clases de teología. A los 11 años, Carlo comenzó a investigar los milagros Eucarísticos ocurridos en la historia. Utilizó todos sus conocimientos informáticos y sus talentos para crear una web que recorría esa misma historia, con 160 paneles que pueden descargarse de Internet en este enlace y que ya han estado en más de 10.000 parroquias en todo el mundo.
Verano de 2006 y Carlo le pregunta a su madre: “¿Crees que debo ser sacerdote?”. Ella le responde: “Lo irás viendo tú solo, Dios te lo irá revelando.” Al comienzo de ese curso no se encontraba bien. Parecía una gripe normal, pero no mejoraba y sus padres lo mandaron al hospital. “De aquí ya no salgo”, dijo cuando cruzó las puertas del edificio. Al poco se le diagnosticó una de las peores leucemias, de tipo M3. Su reacción fue sorprendente: “Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al cielo”. Murió el 12 de octubre de ese año.
“Está siendo sacerdote desde el cielo”, dice su madre, “él, que no conseguía entender por qué los estadios estaban llenos de gente y las iglesias vacías, repetía: «tienen que ver, tienen que entender”.