Al inicio del capítulo 62 del libro del profeta (y además talentosísimo poeta) Isaías, se hace referencia (exactamente en su cuarto y en su quinto versículo) a un idóneo matrimonio, dulce y armonioso, entre Dios y el Estado israelita (entre el Señor y el pueblo y la tierra prometida).
¿Qué significa exactamente lo anterior? ¿Es acaso una velada (o no tan velada) referencia a una especie de vínculo indisoluble entre la Iglesia y el Estado (es decir, una genuina y directa acción apologética de una teocracia como sistema óptimo de gobierno, tanto para el Reino de Israel como para cualquier otra nación del mundo, así como de esa o cualquier otra época)?
En realidad, no.
Lo que sí significa, es que la única manera de que una cultura y/o sistema político prevalezca, y pueda así entonces llegar a subsistir por años sin término, es cuando los códigos morales establecidos por el Estado en cuestión (es decir, la ley o constitución que rige al mismo), está intrínsecamente basada nada menos que en la ética que proviene de Dios.
Y, a su vez, ¿qué significa exactamente lo anterior?
Básicamente que, por más que un gobernante o incluso la inmensa mayoría de todo un nutrido pueblo, crea y/o vote a favor de que el pasto es azul y el cielo verde, que dos más dos son cinco y/o sencillamente de que el homicidio es bueno y no malo, este último seguirá siendo un crimen deleznable y, por otro lado, la aritmética, la bóveda celeste y la naturaleza, en general, seguirán su curso como sin nada (y por más “ilegal” y “opresiva” que semejante y tan enferma cultura considere a semejante realidad irrefutable, y por más que sean incluso aplaudidas, ad nauseam, justo aquellas absurdas y delirantes versiones contrarias a la realidad, e incluso sean plasmadas con indeleble tinta dentro de los deplorables códigos penales de tan putrefactos gobiernos).
En pocas palabras, lo anterior significa que la realidad y la verdad no son, en absoluto, cuestión de democracia (o, dicho de otro modo, que la mentira continúa siendo mentira, aunque sea sostenida por la gran mayoría de la gente, y que, por ende, la verdad lo continuará siendo, aunque a ésta la posea una minúscula, aun microscópica, minoría de seres humanos -incluso de uno sólo o de hasta ninguno de ellos-).
En pocas palabras, el destazar bebés y comérnoslos, no está bien, aunque el imperio mexica, prácticamente en su basta y tan numerosa totalidad, opinara justo lo contrario.
Es decir, existe, aunque el mundo posmoderno y relativista dentro del cual vivimos actualmente lo intente negar (sin éxito verdadero alguno, por supuesto, aunque sí de forma mucho más que estridente y rotunda), existe, decía, una ética absoluta y universal, una ley divina y absolutamente trascendental, y esa Ley eterna es nada menos que la Ley de Dios (misma que, nuevamente, nos indica que el asesinar, violar y/o comernos por puro gusto a nuestros hijos pequeños es no sólo terriblemente inmoral, sino terriblemente criminal, por más que digamos, creamos, sintamos, queramos, opinemos y/o votemos porque sea lo contrario de lo que en realidad es).
Y, por lo tanto, lo anterior también implica que, el estado corrupto que, consciente o inconscientemente promueve, incentiva y/o simplemente permite que la gente devore y/o asesine a sus propios hijos, será un estado ya condenado a su propia muerte y estrepitosa destrucción.
La ley de Dios aborrece que los padres asesinen a sus propios hijos, por lo tanto, el Estado que permite el aborto, por ejemplo, habrá dado un mucho más que significativo paso hacia su propio y eventual exterminio.
Así que no es tanto, a lo que aquí se refiere Isaías en particular, a la existencia o no de una clara separación entre la Iglesia y el Estado o incluso a una posible y eventual libertad de credo (valores éstos enteramente positivos y deseables desde una perspectiva política y moral, sin lugar a dudas), sino más bien a que, si un pueblo, aunque diga creer en lo que diga creer, actúa de forma colectiva en contra de la Ley de Dios (abortando, robando, asesinando, violando, o lo que gustes y mandes), ese pueblo en particular habrá decidido ya divorciarse violentamente del Padre, y se habrá entonces enemistado, de forma mucho más que radical y mucho más que imprudente, con Dios y, por tanto, habrá consecuentemente iniciado una agresiva confrontación directa en contra de todo lo que Dios representa (es decir, que dicho Estado caído se ha automáticamente auto declarado como un acérrimo y total enemigo de la Verdad, del camino y de la vida, así como también del amor, de la justicia, de la bondad, de la sabiduría, de la inteligencia, de la realidad, de la libertad, de la ciencia y simple y sencillamente de todas las más sublimes, elevadas e insuperablemente hermosas virtudes que Dios es, que Dios encarna y que Dios representa y representará aquí y en China así como por los siglos de los siglos).
Moraleja: busquemos y caminemos siempre en dirección a la Vida, la Verdad y la Justicia, y no justo en sentido contrario a las mismas (es decir, no nos divorciemos de Dios, sino casémonos con Él y con todas las perfectas e insuperables virtudes que representa).