El arquitecto mexicano Sergio Zaldívar creía que los templos son “la sintaxis arquitectónica más sedienta de la eternidad a la que toda urbe aspira al ser fundada”. Lo dijo parafraseando al escritor Vicente Quirarte. “Eternidad como testimonio de la más tangible y permanente construcción del paso de un grupo de seres por el mundo”. Por eso, pensaba, no pueden desaparecer. Zaldívar, que restauró la Catedral Metropolitana de Ciudad de México y la salvó del hundimiento, ha fallecido este martes a los 87 años.
El arquitecto había sido ingresado en el hospital por un problema gástrico, según han informado los medios locales. La Academia Nacional de Arquitectura ha lamentado la muerte del restaurador y la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, ha expresado en Twitter que el país “pierde a una mente brillante, gran restaurador y especialista en la conservación de monumentos del patrimonio cultural”. Zaldívar, que fue el primer titular de la Dirección de Conservaduría de Palacio Nacional, era un pilar de la restauración en México.
Su intervención en la Catedral Metropolitana empezó en 1988 después de que una lluvia intensa inundó el Sagrario Mayor. Entre 1900 a 1980 el inmueble se había hundido ocho metros. El desplome no había sido parejo ya que el edificio había sido levantado sobre suelo arcilloso y encima de edificios prehispánicos destruidos durante la Conquista. Zaldívar, que era titular de la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural en 1988, convocó a un grupo de especialistas para resolver la nivelación. Tras varios intentos, consiguieron estabilizar el inmueble religioso y revertir en más de 90 centímetros el hundimiento. Por aquellos años, el Gobierno de Italia invitó al arquitecto a compartir su experiencia con el comité que estudiaba el rescate en la Torre de Pisa.
Zaldívar estudió Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México y siguió su formación en la Universidad de la Sapienza, en Roma. Durante su carrera, aparte de los trabajos en la Catedral Metropolitana, intervino el Salón Tesorería del Palacio Nacional, la antigua colegiata de la Basílica de Guadalupe, el edificio del Marqués del Apartado y en el antiguo Arzobispado, en el Centro Histórico de Ciudad de México; el templo de los Santos Reyes, en Hidalgo, y el de Santa Isabel Tepetzala, en Puebla. Por sus labores, el arquitecto recibió distinciones como el premio Hermenegildo Galeana, que entrega el Colegio de Arquitectos de México, o el Federico Sescosse del Consejo Internacional de Sitios y Monumentos de México. También obtuvo la máxima distinción vitalicia que otorga la Academia Nacional de Arquitectura, que lo nombró arquitecto emérito.
Cuando en 2017, le concedieron la medalla 7 de Julio por su trayectoria en el rescate del patrimonio nacional agradeció el galardón, pero hizo también un llamado a “ocuparse de los monumentos” y proteger el patrimonio: “El turismo es paradójico porque deja dinero, pero destruye el patrimonio. En ciudades como Roma, Venecia o Barcelona ya hay gente en contra del turismo, no lo soportan. Creo que somos los únicos que se aprovechan sin importar que los pueblos o las ciudades detengan su curso natural de desarrollo: más que procurar tener mayores nombramientos, hay que ocuparse de los monumentos que tenemos y cuidarlos”.