Un trabajo recientemente publicado recoge la experiencia que han llevado a cabo científicos de la Universidad de Stanford, en EEUU, inoculando organoides cerebrales autoorganizados procedentes de células humanas en cerebros de ratas recién nacidas, observando que se producía una integración de ambos tejidos neuronales, murino y humano, que provocaba cambios en el comportamiento del animal.
En síntesis, que neuronas humanas injertadas en el cerebro de ratas consiguen modificar su comportamiento.
Prudencia y límites éticos
Desde el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia, Julio Tudela, Director del Observatorio, y Lucía Gómez Tatay señalan a Religión Confidencial que “la prudencia y la regulación consensuada de los límites de estos experimentos, se hace imprescindible para evitar extralimitaciones, que, más allá del lícito objetivo de su aportación a la investigación orientada a la terapéutica en humanos, ofrezca resultados que supongan un atentado contra la dignidad de los individuos de nuestra especie”
“Estos organoides neurales son agregados de neuronas humanas cultivadas in vitro y procedentes de células humanas adultas, reprogramadas para convertirlas primero en células pluripotentes inducidas (hiPSC) y, posteriormente, en neuronas. Según distintos trabajos, representan una plataforma in vitro prometedora con la que modelar el desarrollo humano y la enfermedad”, exponen desde el Observatorio de Bioética de la UCV.
No obstante, “en el laboratorio carecen de la conectividad que existe in vivo, lo cual limita su maduración e imposibilita la integración con otros circuitos cerebrales relacionados con el comportamiento. El trabajo recién publicado muestra que estos organoides cerebrales humanos trasplantados en ratas atímicas -con respuesta inmune limitada- recién nacidas, desarrollan tipos de células maduras que se integran en circuitos cerebrales de las ratas relacionados con la motivación y los sentidos”.
Cuestionamientos y antecedentes
“Algunos de estos ensayos se han visto sometidos a cuestionamientos éticos ante la imposibilidad de asegurar que las células humanas presentes en la quimera humano-animal no pudieran invadir otros tejidos diferentes a los diana, como el cerebro, cuyas consecuencias resultarían difícilmente predecibles”.
Otra investigación publicada en 2021, del grupo del investigador español Carlos Izpisúa, estudió la competencia quimérica (hibridación humano-animal) de células troncales pluripotentes extendidas humanas (hEPSC) en embriones de mono cynomolgus (Macaca fascicularis) cultivados “ex vivo”, en el que se demostró que las hEPSC sobrevivieron, proliferaron y generaron varios linajes celulares pre y post-implantatorios dentro de estos embriones de mono.
Según los autores, estos resultados pueden ayudar a comprender mejor el desarrollo humano temprano y la evolución de los primates y desarrollar estrategias para mejorar el quimerismo humano en especies evolutivamente distantes. Este quimerismo permitiría en el futuro obtener órganos humanizados en animales utilizables en trasplantes.
Valoración bioética
Las experiencias para la obtención de quimeras humano-animal fueron cuestionadas por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (NIH) ya en 2015 ante las dificultades éticas que podrían derivarse de la introducción de células pluripotentes humanas en embriones de animales vertebrados no humanos en etapa de pregastrulación, afirmando que no se financiarían experiencias en esta área hasta que la Agencia considerara una posible revisión de la política.
Alta Charo, bioética con sede en Washington DC y profesora emérita de la Universidad de Wisconsin-Madison ha afirmado que “las combinaciones neuronales tocan lo que nos hace esencialmente humanos: nuestras mentes, nuestros recuerdos, nuestro sentido del yo. Resulta perturbadora la idea de una mente humana atrapada en el cuerpo de un animal, o una criatura con un cerebro semihumano”.
“Avance científico prometedor”
“Nos encontramos, pues, en una encrucijada muy común en bioética: el avance científico, prometedor en muchos campos tanto en la investigación como en terapéutica, ofrece posibilidades no exentas de dificultad ética, es decir, susceptibles de dañar más que de curar si no se adoptan las medidas que aseguren que no se extralimitan en sus posibilidades, conduciendo hacia horizontes impredecibles que puedan suponer retrocesos en el respeto a la dignidad humana”, destacan desde el Observatorio de Bioética.
Así mismo, señala que “el actual avance, que ha superado muchas de las dificultades de experiencias previas parecidas, ofrece como resultado un dato trascendental: la proliferación de células nerviosas humanas en cerebros de rata, contribuye a modificar su comportamiento. ¿Qué grado de modificación en el comportamiento animal podría alcanzarse cuando esta “colonización” neuronal humana pueda intensificarse en ensayos futuros y, aún más, en especies más próximas a la nuestra como los primates? No debe desdeñarse esta posibilidad que puede contribuir a desdibujar determinadas fronteras humano-animal, creando conflictos difícilmente previsibles”.