Por lo expuesto y razonado en esta columna en los últimos meses, para mí queda claro que el ocaso de Europa (y “Occidente” en términos generales) ha empezado. No se trata de una encadenación de factores adversos. Me atrevo a llamarlo juicio divino.
Viviremos cosas que jamás hubiésemos creído posibles: el derrumbe total de nuestro sistema económico/financiero y de un sistema político que pone de manifiesto cada vez más rasgos totalitarios, irracionales y éticamente repugnantes. Veremos -ya estamos viendo- disturbios sociales, enfrentamientos civiles y guerras. Y esta lista de desgracias no es completa.
En medio de una situación así, los cristianos somos llamados a actuar, porque no hay otros que puedan hacerlo con las mismas garantías. Y es hora que el pueblo del Señor se dé cuenta de su poder y de la tremenda oportunidad que se le brinda para proclamar el evangelio y hacer “discípulos a todas las naciones”.
Llega la hora “cero”.
Las iglesias que se han abastecido a tiempo con alimentos no perecederos, artículos de higiene y medicamentos jugarán un papel crucial, porque los servicios sociales estatales no darán abasto. El Estado ya no podrá cumplir con sus obligaciones y promesas. Los servicios sanitarios colapsarán.
Aquellos creyentes que ya hace años se han dado cuenta de la insolvencia del sistema bancario y han puesto sus ahorros en bienes que no están a la merced de una mafia de estafadores con protección oficial, serán los que pueden usar su patrimonio para ayudar a sus prójimos y moldear una nueva sociedad.
El sistema político que ha perdido toda su credibilidad necesitará gente con solvencia ética, honradez y temor a Dios. Este tipo de personas se encuentran en nuestras iglesias y han sido preparadas pacientemente por pastores, ancianos y líderes responsables, para este momento.
Lo mismo se aplica al sistema judicial, que se ha agotado y hecho inservible por leyes absurdas y regulaciones más allá del sentido común. Cuando se reescriban las reglas de nuestras convivencia, gente con valores sólidos llevarán la voz cantante. Estos serán los creyentes que entienden que los Diez Mandamientos tienen que formar parte de cualquier sociedad que quiere perdurar en el tiempo.
El sistema educativo -después de años de devastaciones morales sin precedencia y un nivel académico en caída libre- tiene que reformarse completamente. Serán los creyentes que impedirán que de nuevo una ideología secularista, sectaria y anticristiana imponga sus criterios, porque fundarán sus propias escuelas, colegios y academias donde se enseña dentro del marco de una antropología bíblica. Estos colegios serán atractivos por su nivel educativo superior porque se premiará el esfuerzo, el trabajo y la honestidad.
Cuando el Estado se derrumbe y la gente empiece a reorganizar de nuevo su propia vida, se dará cuenta que el 90% de los ministerios y funcionarios sobran completamente. Lo mismo ocurre con el 100% de todas las organizaciones que viven y funcionan gracias a subsidios estatales, expoliados previamente a los ciudadanos.
El sistema bíblico del mercado libre, sin regulaciones de parte de una mafia que vive del cuento, hará que en menos de medio año la sociedad empiece de nuevo a florecer. Históricamente, es exactamente lo que pasó en Alemania después de imponer un sistema de mercado libre en el año 19481.
De nuevo surgirán científicos, que están solo obligados a la ciencia, y no a ideologías o intereses de las multinacionales. Esto llevará a una explosión de creatividad sin precedentes.
Habrá una nueva generación de periodistas e intelectuales capaces de pensar por sí solos para idear una sociedad moldeada desde un entendimiento transformador del evangelio. Informarán en vez de manipular y actuarán según la palabra de Jesucristo: “la verdad os hará libres.”
¿Un sueño?
¿Estoy soñando? ¿No es todo esto pura ciencia ficción? Me niego a creerlo. Esto va a ser posible por un avivamiento de la fe cristiana que empezará a formar una nueva sociedad europea sobre las devastaciones y ruinas del pasado.
Tal vez historiadores futuros pondrán algún día nombre a nuestra época con su sociedad putrefacta, formada a partir de las ideólogas marxistas del 1968 y que entró en plena locura a partir de 2008. Y tal vez el nombre será la edad de la irracionalidad y del sectarismo ideológico.
No sé si viviré el momento cuando todo esto ocurra. Más bien, me temo que viviré en los próximos años -como la mayoría de aquellos que leen este artículo- horrores que van en aumento.
Pero me queda la esperanza que las cosas que puse por escrito sobrevivan en el tiempo y puedan aportar un grano de arena a que no nos resignemos. No vamos a dejar este mundo en manos de los servidores del mal. Demasiado tiempo nos hemos dormido cómodamente en nuestras iglesias. Ha llegado el momento de coger el toro por los cuernos.
Aquellos que dudan que en el futuro esto no será posible deberían estudiar bien el pasado. Deberían recordar que los primeros cristianos consiguieron tumbar al imperio romano, porque estaban preparados a servir a sus prójimos con su fe. El Dios de ellos y su sistema de valores fue infinitamente superior a las filosofías greco-romanas y a sus “dioses” incapaces. Veamos en un ejemplo como esto funcionó hace casi 2000 años.
Cuando el “Galileo” conquistó Roma
La historia nos describe que el hambre y la guerra habían afectado recientemente a Cesarea, por lo que cuando la plaga golpeó a principios del siglo IV, la población ya estaba debilitada e incapaz de resistir esta desgracia adicional. Sus habitantes comenzaron a huir de la ciudad, una de las más grandes del Imperio Romano, en busca de seguridad en el campo. Sin embargo, en medio de los habitantes que huían, al menos un grupo se quedó atrás: los cristianos.
El obispo de la ciudad e historiador de la iglesia primitiva, Eusebio, nos cuenta que durante la plaga, «todo el día algunos de ellos [los cristianos] se dedicaron a atender a los moribundos y a su entierro, innumerables personas sin nadie que los cuidara. Otros se reunieron de todas partes de la ciudad a una multitud de los marchitos por el hambre y distribuyeron pan a todos ellos”.2
Eusebio registra que la hambruna fue tan severa que una medida de trigo se vendía por 2.500 dracmas, siendo una dracma el salario diario de un trabajador calificado3. El obispo interpreta los trágicos eventos como un castigo divino sobre la ciudad por su celo en llevar a cabo la persecución patrocinada por el gobierno de los cristianos iniciada por César Maximino. Poco después de estos eventos Maximino murió y Constantino se convirtió en emperador. El cristianismo se legalizó en todo el imperio y la historia comenzó a cambiar para bien.
Las ciudades en el mundo antiguo eran incluso más superpobladas que los centros de población de hoy en día. Con pocos alcantarillados existentes, estaban sucias más allá de la imaginación y se convirtieron en un caldo de cultivo para las enfermedades. Las catástrofes importantes no eran infrecuentes, incluyendo incendios, plagas, conquistas por ejércitos y frecuentes terremotos. A pesar de que las ciudades eran lugares desagradables para vivir, eran los centros de población e intelectuales del imperio, y proporcionaban a los cristianos oportunidades de crecimiento numérico e influencia cultural. De hecho, el cristianismo finalmente dominó el imperio al arraigarse en casi todas las principales ciudades del mundo antiguo del Mediterráneo, desde Alejandría en el norte de África, hasta Córdoba en España.
La conquista cristiana del Imperio Romano no se llevó a cabo por la espada, sino por la predicación del Evangelio unida a actos de compasión. Eusebio continúa afirmando que, debido a su compasión en medio de la plaga, las «acciones [de los cristianos] estaban en boca de todos, y glorificaban al Dios de los cristianos. Tales acciones los convencieron de que sólo ellos eran piadosos y verdaderamente reverentes con Dios».4
Unas pocas décadas después de Eusebio, el último emperador pagano, Juliano el Apóstata, reconoció que la práctica cristiana de la compasión era una de las causas detrás de la transformación de la fe de un pequeño movimiento en los márgenes del imperio a un poder cultural. Escribiendo a un sacerdote pagano, dijo:
«Cuando se produjo el hecho de que los pobres eran ignorados y pasados por alto por los sacerdotes [paganos], entonces creo que los impíos galileos [es decir, los cristianos] observaron este hecho y se dedicaron a la filantropía».5
Juliano no se refiere a la instancia específica que Eusebio cita, sino que se refiere a la caridad cristiana en general. En otro lugar, Juliano afirmó con respecto a los cristianos:
«Es su benevolencia hacia los extraños, su cuidado de las tumbas de los muertos y la pretendida santidad de sus vidas lo que más ha contribuido al aumento del ateísmo”.6
Juliano intentó copiar la benevolencia cristiana y el impacto de su ética: «Creo que debemos practicar realmente cada una de estas virtudes».7
El programa de reforma moral de Juliano prohibía a los sacerdotes ir a teatros licenciosos y a juegos sagrados en los que las mujeres estuvieran presentes. También animó a los sacerdotes a demostrar hospitalidad estableciendo hostales para viajeros y distribuyendo dinero a los pobres. Como ex cristiano, Juliano conocía bien la ética cristiana, sin embargo era incapaz de reproducirla sin fundamento espiritual.
De hecho, Juliano propuso que los sacerdotes paganos imitaran la caridad de los cristianos para llevar a cabo un renacimiento del paganismo en el imperio.
El programa de Juliano fracasó porque el politeísmo de la antigua Roma no era capaz de sostener el tipo de amor y compasión de sacrificio propio que Eusebio observó en Cesarea.
Finalmente, el “Galileo” se impuso. «¡Oh Galileo, has vencido!» (en latín: «Vicisti, Galilaee!”), exclamó Juliano desesperado en el momento de su muerte, después de ser herido por una lanza durante una batalla contra los persas en el año 363 d.C.8
Conclusión
Es un ejemplo que demuestra lo que nuestra fe puede alcanzar, si se pone en acción. Se podría haber escrito algo semejante de los inicios del imperio de Bizancio, de la Reforma, los grandes avivamientos del siglo XVII y XIX, o de las Reformas de Abraham Kuyper en Holanda al inicio del siglo XX.
¿Estamos hablando de utopías? Me niego a creerlo. También el cumplimiento de la Gran Comisión es utópico. Y sin embargo, se cumplirá (Apocalipsis 7:9). Las utopías muchas veces suelen transformarse en realidades en poco tiempo, particularmente si tienen fundamento bíblico. Es lo que la historia nos enseña. Si no contamos con milagros, no somos realistas.
Durante la Reforma, Juan Calvino comenzó a usar la frase en latín «Post Tenebras Lux» (“Después de la oscuridad viene la luz”) para describir la gran reforma espiritual de la ciudad de Ginebra por parte de Dios. En poco tiempo, Post Tenebras Lux se convirtió en el grito de guerra de toda la Reforma.
La Edad Media a menudo se describe como la «edad oscura», pero en realidad hubo muchos avances en las artes, la ciencia y la tecnología en ese período. Me temo que algún día, se hablará también de nuestra época como “años oscuros”, donde ideologías inspiradas por el infierno por poco hubiesen salido con la suya. Los reformadores se veían a sí mismos como portadores de la luz del evangelio a una edad oscura.
Y ¿nosotros?
Para que las cosas mejoren deben de ponerse mucho peor. Pero si nos atrevemos a dejar brilla la luz del evangelio, milagros ocurrirán. Milagros que transforman al individuo y a una sociedad que yace en sus últimas y que tiene que dar paso a la luz de la verdad del evangelio.
Notas
1 Ludwig Erhard, el “padre del milagro económico alemán”, era responsable de este desarrollo histórico. Sin embargo, no fue un milagro. Erhard, siguiendo las pautas de la Escuela Austríaca de Economía, puso simplemente el marco legal para un mercado libre del intervencionismo estatal.
2 Eusebio Historia de la iglesia IX,8,13-15
3 ibid.
4 ibid.
5 Fragment of a Letter to a Priest en: The Works of the Emperor Julian, vol. II, trans. Wilmer Cave Wright (New York: MacMillan, 1913), p. 337.
6 To Arsacius, High-Priest of Galatia, en The Works of the Emperor Julian, vol. 3, trans. Wilmer Cave Wright [New York: G. P.Putnam’s Sons, 1923], p. 69)
7 ibid.
8 Amiani Marcellini: Rerum Gestarum, Libri XXXI, 25,4,15).