La Iglesia Católica se ha constituido, desde su creación, en un poder político en muchas circunstancias. En Latinoamérica, este poder nos ha llegado de la mano de los conquistadores españoles a finales del siglo XV, ya cuando el poder de Roma estaba siendo discutido por la Reforma Protestante por Martín Lutero, quien tuvo un aliado formidable en Johannes Gutenberg con su imprenta de tipos móviles (1450), que imprimió Biblias para que la gente “común” pudiera leer libre y directamente “la palabra de Dios”. Desde entonces, católicos y protestantes coquetearon con el poder temporal.
Los protestantes se fortalecieron con el crecimiento evangélico en Europa y, sobre todo, con la formación de los Estados Unidos de América (anglosajón, blanco y protestantes), país formado con británicos huidos de la Madre Patria justamente por la intolerancia religiosa en la misma. La religión (protestante) tuvo mucho que ver con la política estadounidense, y los católicos solo lograron un presidente, John F. Kennedy, proveniente de la Boston católica (por ascendencia irlandesa).
Washington comenzó a apoyar a las iglesias evangélicas en América Latina. Recordarán la aparición en Asunción, en los años 70 y 80, de los “carperos”, grupos religiosos que se instalaban en carpas en baldíos de barrio. Pero la idea no era solo apoyar la expansión religiosa: había un gran componente político en ese apoyo. Las iglesias evangélicas tuvieron el apoyo ideológico de Estados Unidos, y así se consolidaron. Pero pronto algunos pastores descubrieron otra veta: los negocios. Y descubrieron más: para hacer buenos negocios, era necesario estar cerca del poder.
Adalid de este pensamiento es el brasileño Adir Macedo, el pastor más rico y poderoso del mundo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios (¿se acuerdan de Pare de Sufrir?). Esta iglesia fundó su propio partido, el Partido Republicano Brasileño (PRB), aliado del Partido de los Trabajadores (PT). Al PRB pertenecía José Alencar (1931-2011), vicepresidente de Lula luego de haber militado en el Partido Liberal.
Alencar le permitió a Adir Macedo hacer grandes negocios entre el 2003 y 2011. La alianza del PRB y el PT siguió en el gobierno de Dilma Rousseff. El sobrino de Adir Macedo, Marcelo Crivella (del PRB), fue ministro de Pesca y hoy es gobernador de Río de Janeiro.
Cuando la izquierda perdió el poder, Macedo hizo virar al PRB, que se alió con la ultraderecha en apoyo a un candidato marginal: Jair Bolsonaro. Este pasó, sorpresivamente, de casi no medir en las encuestas, a convertirse en Presidente luego de la eliminación electoral de Lula, antiguo aliado del PRB. Todos los dedos apuntan a Macedo y a su poder político y económico al frente de su Iglesia Universal. Macedo es el poder detrás del poder en Brasil, y maneja infinidad de multimillonarios negocios. Incluso se habla de su injerencia en el plan de privatización de Eletrobras.
La Iglesia Universal de Macedo pisa fuerte hoy en la Argentina, donde tiene mucha cercanía con el gobierno de Macri. En Centroamérica, el poder político de los evangélicos también se acrecentó. El predicador Jimmy Morales llegó a la presidencia en Guatemala. En Costa Rica, otro predicador, Fabricio Alvarado, estuvo a punto de llegar.
¿Y en El Paraguay?
En el Paraguay, la influencia evangélica en el poder se hizo bien notoria durante el gobierno de Nicanor Duarte Frutos. Recordarán que buena cantidad de políticos y funcionarios se “bautizaron” en la iglesia Raíces, a la cual pertenecía la familia presidencial. Esa pertenencia facilitaba el acceso al poder y a los negocios. Luego de que Nicanor dejara la presidencia de la República, muchísimos “bautizados” olvidaron su adhesión religiosa oportunista.
Pero en ciertos grupos evangélicos quedó el reflejo de que es importante acercarse al poder. Y en sectores políticos y económicos se pensó que se podría utilizar al evangelismo como un modo “inocente” de acceder a las cercanías del poder y, por ende, a los grandes negocios con el Estado.
Hoy vemos a empresarios y políticos (de todos los partidos) “convertidos” súbitamente para concurrir a una iglesia evangélica, verdadero club de negocios a la vera del poder, al son de trompetas de oro de 24 quilates. Esto no es malo en sí mismo. Pero se nota cada vez más en ciertos ámbitos de decisión estatal, incluidos ministerios y entes binacionales, la influyente presencia corporativa de grupos religiosos que inciden en los negocios con el sector público. ¿Una nueva cofradía?
El accionar religioso en forma corporativa para acceder al poder y, desde ahí, dominar negocios públicos, tal como sucede con la Iglesia Universal del Brasil (hoy con los dos pies en la Argentina), hay que observarlo con cuidado. Con sumo cuidado.
La trilogía Dios-Poder-Negocios apunta más al pecado capital de la codicia que a la “salvación de las almas”.