Los cristianos ocultos han vuelto a llamar la atención antes de la visita del papa Francisco a Japón del 23 al 26 de noviembre. El año pasado, la Unesco designó doce lugares vinculados con la religión como patrimonio mundial.
Pero a medida que los jóvenes abandonan las zonas rurales, donde la fe ha persistido, la práctica puede estar al borde de la extinción.
“Temo que se pierda lo que mis ancestros trabajaron duro para preservar, pero esa es la tendencia de los tiempos”, comenta Kawasaki, quien reza cada noche en su casa ante el altar, flanqueado por otros dedicados a dioses budistas y sintoístas. “Tengo un hijo, pero no espero que continúe”.
Siglos ocultándose
Los jesuitas llevaron el cristianismo a Japón en 1549 pero fueron proscritos y con la expulsión de los misioneros los fieles se vieron obligados a elegir entre el martirio u ocultar su religión.
Muchos se unieron a templos budistas o santuarios sintoístas para disfrazar sus creencias, y algunos ritos como la confesión y la comunión, que requieren un sacerdote, desaparecieron. Otros rituales se mezclaron con prácticas budistas como el culto a los antepasados o las ceremonias sintoístas indígenas.
Transmitidos oralmente y en secreto, los cánticos «orasho», del «oratio» en latín, combinaban latín y portugués con japonés, con significados en su mayoría simbólicos.
Cuando la prohibición de Japón sobre el cristianismo se levantó en 1873, algunos cristianos ocultos se unieron a la Iglesia Católica; otros optaron por mantener lo que vieron como la verdadera fe de sus antepasados.
«No querían destruir la fe que habían conservado todo el tiempo a pesar de la represión», dijo Shigenori Murakami, jefe de séptima generación de un grupo en el distrito Sotome de la ciudad de Nagasaki, escenario de la película de 2016 de Martin Scorcese «Silencio» sobre la persecución a cristianos.
Se espera que el Papa Francisco hable sobre los cristianos ocultos cuando visite el monumento de los mártires en la colina de Nishizaka en Nagasaki, en el suroeste de Japón, donde 26 cristianos fueron ejecutados en 1597.
«El Papa ha dicho que el hecho de que en Japón hubo cristianos que mantuvieron sus creencias por dos siglos y medio bajo una gran represión es una gran lección para el presente», dijo a periodistas Kagefumi Ueno, exenviado japonés al Vaticano.
Números a la baja
Murakami, de 69 años, asumió el cargo de «chokata» o líder de su grupo local de creyentes después de la muerte de su padre hace 14 años. Pasó tres años aprendiendo el orasho de libros basados en pergaminos en ruinas del siglo XVIII que aún posee.
En la isla Ikitsuki, en el suroeste de Japón, donde vive Kawasaki, los cantos se hacían tradicionalmente en voz alta. Pero en Sotome, los creyentes oraban en silencio por temor a ser expuestos. El padre de Murakami comenzó a cantar en voz alta hace unos 40 años a petición de otros cristianos ocultos.
En ese momento, el grupo de su padre tenía alrededor de 100 personas. Ahora solo hay aproximadamente la mitad de ese número, cuenta Murakami.
Es difícil encontrar un número exacto de cristianos ocultos, pero nadie discute que sus filas se están reduciendo. Sólo alrededor del 1% de la población de Japón es cristiana.