- El andar internacional del pontífice, en bajada. La mediación esquiva entre Rusia y Ucrania. Biden, a distancia. El mutismo por Nicaragua desilusiona a la grey.
Los problemas en la rodilla derecha que aquejan a Jorge Bergoglio, más los rumores de renuncia al pontificado que él tampoco termina por despejar, le están impidiendo al papa avanzar a la velocidad pretendida en la reforma integral de las estructuras vaticanas para la que fue elegido en el cónclave de 2013; todo en medio de la resistencia del ala eclesiástica ultraconservadora que mina su credibilidad rechazando su pastoral de apertura, lo quiere afuera de Roma cuanto antes y busca denodadamente un candidato para sucederlo en la Cátedra de Pedro.
Las limitaciones de movimientos también le quitan a Francisco protagonismo en el panorama internacional, donde aquella diplomacia de la paz y de la fraternidad entre los pueblos que propuso al llegar a Roma desde el fin del mundo parece diluirse en lo que el propio papa define como una “tercera guerra mundial en partes”.
Hoy, casi una década después del inicio del papado, poco y nada quedan como resultante de aquellos gestos contundentes de 2014, cuando reunió a los presidentes Shimon Peres (Israel) y Mahmud Abbas (Palestina) en el Vaticano, o de 2015 cuando jugó un rol clave en el giro histórico en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba tras más de medio siglo de enemistad, bloqueo comercial y tensiones bilaterales.
La guerra en Ucrania es la sintomatología más evidente de que la receta pacifista que Bergoglio plasmó en la encíclica Fratelli tutti no ha calado en la consideración de quienes mandan en el concierto de las naciones. Pese a que el papa se ha propuesto para interceder en el conflicto de Europa del Este y ha ratificado que su deseo es poder viajar a los dos países enfrentados desde la invasión rusa del 24 de febrero, el Vaticano acaba de reconocer que no hay “disponibilidad” ni de Rusia ni de Ucrania para aceptar una mediación “super partes” que permita poner sobre la mesa negociaciones “reales” de paz.
Hace apenas tres días, el secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin, sostenía en una entrevista con la revista italiana de geopolítica Limes que el diálogo entre los gobiernos de Vladimir Putin y Volodimir Zelenski es cada vez “más difícil”, al señalar que “avanza a pequeños pasos” y “experimenta fases fluctuantes”, pero “no se ha detenido”. El número dos de la curia romana también fue claro en ratificar que se suspendió, porque no hubo entendimiento, la reunión entre Francisco y Kirill, la máxima autoridad ortodoxa del Patriarcado de Moscú que apoya la guerra en territorio ucraniano para combatir a “las fuerzas del mal” que amenazan la unidad del russky mir (mundo ruso).
Del otro lado del mundo, la relación de cercanía que Bergoglio tenía con Joe Biden tras su llegada a la Casa Blanca como el segundo presidente católico en la historia de Estados Unidos y por las coincidencias en materia de política de emigración y entorno al cambio climático, tampoco son lo que eran a fines de 2020 y principios de 2021. Varias son las razones.
Una es la decisión del mandatario estadounidense de firmar el 8 de julio una orden ejecutiva para proteger el derecho al aborto tras el fallo del 24 de junio del Tribunal Supremo revocando la protección legal de esta práctica a nivel nacional. “Que (Biden) hable con su pastor sobre esa incoherencia”, dijo el papa pocos días después al ser consultado sobre el hecho de ser católico y apoyar el aborto durante una entrevista a Univisión y Televisa.
Otra de las motivaciones de la toma de distancia papal con Biden tiene a otra católica y candidata a la embajada ante la Santa Sede como protagonista: Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, a quien se le atribuye responsabilidad en la escalada de tensión bélica entre China y Estados Unidos por su reciente viaje a Taiwán. Esta visita de la legisladora a Taipei mereció un comentario del embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, quien la califica como “una provocación y un problema para toda la comunidad internacional».
Las omisiones y silencios en cuestiones de geopolítica también le están trayendo críticas a Bergoglio desde la Patria Grande latinoamericana, donde decenas de organizaciones nicaragüenses en el exilio le piden al papa una declaración o que intervenga frente a la situación de persecución a la feligresía católica por parte del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua. Según denuncian, hay un obispo con arresto domiciliario, sacerdotes asediados por la policía, organizaciones religiosas expulsadas, al menos seis emisoras de radio católica y un canal de TV cerrados y también se registran numerosas restricciones al culto.
Igual de llamativo es el silencio del episcopado argentino que, pese haberse reunido esta semana en Buenos Aires, no adhirió a la declaración del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) repudiando el hostigamiento del gobierno y manifestando solidaridad con el pueblo nicaragüense a raíz de los últimos acontecimientos; y que sí suscribieron la mayoría de las conferencias episcopales de la región y también su compatriota el arzobispo sanjuanino Eduardo Lozano, secretario general del organismo continental.