1. El origen del nombre
La Solemnidad de todos los Santos es el 1 de noviembre y en la Iglesia se empieza a celebrar desde la noche anterior. Por ello la noche del 31 de octubre, en el inglés antiguo, era llamada “All hallow’s eve” (víspera de todos los santos). Más adelante esta palabra se abrevió a “Halloween”.
2. Las raíces celtas y el trato con muertos
Antropólogos e historiadores consideran que al menos desde el siglo VI antes de Cristo los celtas del noroeste europeo celebraban el fin de año con la fiesta de “Samhein” (o Samon), festividad del sol que se iniciaba la noche del 31 de octubre y que marcaba el fin del verano y de las cosechas.
Creían que el dios de los muertos permitía esa noche que los difuntos llegaran a la tierra, cosa preocupante para los vivos, que debían buscar las formas de protegerse, bien con sacrificios (a veces humanos) o, según otros, disfrazándose para no ser reconocidos.
Como las fronteras con el Otro Mundo se debilitaban, también era un buen momento para practicar adivinación, hablar con ciertos dioses, con los muertos, buscar lo oculto… En este caso la motivación ya no era el respeto a los difuntos y servirlos (o protegerse de ellos) sino la búsqueda de poder, la idea de que con la metodología adecuada (magia, brujería, poder al fin y al cabo) es posible forzar o engañar al Otro Mundo a entregar sus secretos o su fuerza.
3. La coincidencia con Todos los Santos
Muchos pueblos celtas cristianizados mantuvieron a nivel popular distintas costumbres y festejos de origen pagano. Además, la coincidencia cronológica de la fiesta pagana del “Samhein” con la celebración de Todos los Santos (fiesta luminosa de los que están en el Cielo y ven a Dios) y que el 2 de noviembre se celebre la de los Fieles Difuntos (aquellos que están en proceso de purificación, camino del Cielo, por los que hay que orar), mezcló los festejos en las mismas fechas. Todos coinciden en abordar el trato entre este mundo y el de la Otra Vida.
En los primeros siglos del cristianismo latino, la fiesta de Todos los Santos se celebraba en la luminosa primavera, en mayo, después de la Resurrección de Cristo, y buscaba conmemorar a todos los mártires sin una fecha propia. En el año 835 la Iglesia Occidental empezó a trasladar al 1 de noviembre la fiesta de Todos los Santos. La de Fieles Difuntos colocada en el 2 de noviembre fue potenciada por San Odilón, abad de Cluny, hacia el año 998. Se trataba, en cualquier caso, de cristianizar el trato de los fieles con los difuntos, recordando que sólo Cristo es Señor de vivos y muertos, vencedor de la Muerte y Camino, Verdad y Vida.
Frente a las inacabables negociaciones del pagano con las siempre irascibles y peligrosas almas de los muertos, el cristianismo enseña que Cristo y Dios Padre se aseguran del destino de cada difunto y protegen a los vivos.
Como insiste el canto bizantino: «Cristo resucitó de entre los muertos, y con su muerte venció a la Muerte; a los que estaban en el sepulcro ha dado vida«. Eso es mucho más poderoso que la simple gestión pagana o espiritista para evitar que las almas difuntas molesten.
4. Las calabazas y el ‘truco o trato’ eran cristianas y moralizantes
Parece que Halloween entró en Estados Unidos a través de los inmigrantes irlandeses y se implantó como un A través del arribo de algunos irlandeses a Estados Unidos, se introdujo en este país el Halloween, que llegó a ser parte del folklore popular del país norteamericano.
La famosa calabaza con una vela dentro (Jack O´Lantern) se ha conservado en Irlanda ligada a una leyenda moralizante y cristiana. El tal Jack creía ser muy listo en vida: no hacía caso a Dios, prometía cosas que nunca cumplía e incluso engañó al diablo tres veces. Pensaba que jurar en vano no tendría consecuencias. Pero cuando llega a la otra vida, ni San Pedro le deja entrar en el Cielo ni el diablo en el infierno. El diablo le castiga a errar por el mundo con una calabaza hueca y una llama en su interior como única iluminación. La enseñanza es clara: «Jack» no es un símbolo de alegría ni luz, sino un castigo por haber tratado de engañar a la Justicia Eterna con promesas incumplidas.
La tradición irlandesa -que los emigrantes llevaron a EEUU- de que los niños pidan caramelos por las casas con la amenaza «truco o trato» en su origen tenía también un elemento de penitencia cristiana. Con la sensación de año que acaba (el otoño marcaba el fin del año celta) los niños cristianos iban por las casas del vecindario pidiendo perdón por sus pequeñas travesuras; los vecinos, como signo de reconciliación, regalaban un dulce a los chicos y volvía la paz entre familias a las comunidades rurales. Borrón y cuenta nueva. Algo muy cristiano que se fue perdiendo en versiones posteriores.
5. El Halloween consumista
El Halloween mundano y consumista, por el contrario, olvida por completo al difunto real -puesto que eso obligaría a pensar seriamente en el sentido de la vida- y lo sustituye por el difunto ficticio, o sea, el monstruo, el no muerto, el vampiro o el zombie… y procurando no profundizar demasiado en una narrativa (la novela «Drácula», por ejemplo, es demasiado católica para el gusto moderno), pasando rápidamente a la bebida y la diversión.
Unas calabazas, unas telarañas, y les cobras 10 euros la copa… así el comercio apoya Halloween
Los comercios han apoyado la fiesta porque les hace vender: se vende turismo, alcohol, disfraces, cine, teatro, ocio, fiesta en general. En un país volcado en el ocio, la fiesta y el turismo como España es inevitable que algo asi se fomente desde las patronales.
Entre los adultos jóvenes, exceptuando aquellos que les guste específicamente el cine o la literatura de terror, es una mera excusa para beber, ir de fiesta y ligar. Las tiendas de disfraces hace años que tienen comprobado que los disfraces femeninos que se venden o alquilan más en octubre no son estrictamente de miedo, sino «sexis»: «diablesa sexy», «bruja sexy», «vampiresa sexy»…
En la tienda de disfraces Maty, de Madrid, explicaban a Europa Press que a sus clientas el miedo les da igual. Ellas quieren gustar. «Nosotras pedimos estar guapas vayamos a donde vayamos y queremos un esqueleto ceñido, provocativo, y que el maquillaje favorezca aunque sea de calavera», argumenta.
Por su parte, las niñas pequeñas quieren lo que salga en la TV (por lo general, las Monster High) y los únicos de verdad interesados en intentar dar miedo son los niños varones.
6. El Halloween esotérico o satanista
Un peligro del «Halloween mundano» o «consumista» es que puede llevar al «Halloween esotérico» o demoníaco. El primero anima a «disfrutar al límite en esta noche especial», con un elemento de «arriésgate, asume peligros». El segundo refuerza esa idea: «en esta noche especial, da un paso más, arriésgate a lo sobrenatural y adquirirás poder».
Grupos satánicos, esotéricos y brujeriles en general han heredado de los celtas la idea de que se trata de una noche «poderosa», en la que los rituales obtienen «poder». Es evidente que en otras culturas (africanas o asiáticas) las noches «poderosas» para hacer brujería son otras. La lógica señala, por lo tanto, que no hay ninguna noche más poderosa que otra.
Ex-satanistas explican que en esta noche se realizan los rituales supuestamente de «más poder», para los que algunos grupos intentan conseguir víctimas humanas, que pueden ser voluntarios fanáticos, jóvenes drogados o bebés o niños. Pero en nuestra sociedad moderna, matar una persona y hacerla desaparecer, sin más, es muy complicado. Los miembros de estas sectas dicen que emplean la fecha como nuevo año satánico y “cumpleaños del diablo”.
7. ¿Hay verdadero poder mágico?
La Iglesia responderá a los brujos que si obtienen algún poder será de origen demoníaco, sólo por un tiempo, engañoso y a precio muy caro como se revelará más adelante. Tratar con lo demoníaco es como tratar con la mafia que asegura protegerte: te engancha y te cobra tarifas brutales. La misma leyenda original de Jack O’Lantern enseñaba eso: no sale a cuenta tratar con el demonio y sus engaños. Con todo, el 99,9% de lo que pueda interesar al demonio en esta noche probablemente es el mero hedonismo, despilfarro o superstición.
8. Alternativas cristianas
Un punto débil de Halloween es que, al contrario que la fiesta de los Reyes Magos, por ejemplo, no tiene una historia, un cuento, una leyenda, no hay una narrativa fundacional para contar. En España esta función la cumplió mucho tiempo el «Don Juan Tenorio» de Zorrilla, con su historia de un seductor al que se aparece un difunto explicándole lo que espera en la Otra Vida. Lo cierto es que incluso las historias de monstruos y zombies terminan haciendo pensar en el bien y el mal, y eso es subversivo en nuestro mundo de relativismo. Cada vez que se repone una película tan ortodoxa como «El exorcista» hay algo que chirría en la sociedad posmoderna hedonista y comodona.
Muchas parroquias y colegios celebran actividades de «Holywins» («lo santo gana», en inglés) desde hace años, que funcionan bien. Consisten en disfrazar a los niños de santos y animarles a conocer la historia de su santo. Una figura histórica real, con una historia que contar, es más poderosa que una mera fiesta de disfraces. Ha habido santos guerreros, princesas, decapitados, mutilados… cualquier cosa que guste a un niño o niña puede encontrar su disfraz de santo adecuado.
Hay tradiciones cristianas que se mantienen con fuerza. Mucha gente que no va a misa durante el año sí que va en Todos los Santos. En Fieles Difuntos se visitan los cementerios, se ponen flores y a menudo se celebra misa en el cementerio mismo. Los sacerdotes deberían ir allí donde están las personas con inquietudes espirituales, y el 2 de noviembre están en los cementerios.
Los postres tradicionales (buñuelos de viento, huesos de santo y otros tipos de dulces tradicionales) pueden dar ocasión para hablar en casa de la fiesta. Los hijos pueden acompañar a padres y abuelos en la visita a cementerios.
Pero lo que de verdad puede contrarrestar el Halloween consumista es hablar de los muertos de verdad, de los difuntos, de nuestros seres queridos que ya murieron y de las condiciones en que nos reencontraremos con ellos… Recordarlos y orar por ellos es un auténtico contacto con la Otra Vida, que gestiona Dios. Eso es algo profundamente instalado en el corazón de cualquier ser humano que ya haya perdido un ser querido. Detenerse un momento y reflexionar sobre eso puede transformar a una persona.