En su modesta iglesia rural, con 16 feligreses, el padre William Hla Myint Oo se siente a menudo un poco “solo” y ve la primera visita de un papa a Birmania, que comenzará el lunes, como una verdadera fuente de consuelo.
El pontífice argentino emprende esta semana un viaje delicado a Birmania y Bangladés, dos países asiáticos donde los católicos son minoría. La iglesia de Kawkareik (este), en la frontera de Birmania con Tailandia, cuenta con tres familias y varios voluntarios.
Todos ellos acudirán el miércoles a Rangún, la capital económica, para asistir a la multitudinaria misa que Francisco oficiará ante 200.000 personas. Birmania, donde más del 90% de la población es budista, tiene 700.000 católicos, un 1% del total de sus habitantes.
“Que el papa nos venga a ver a nosotros, que somos una minoría aquí, nos da mucha fuerza”, aseguró el padre William. En los alrededores del pequeño pueblo de Kawkareik, la predominancia de los budistas es evidente. Son pocas las colinas en las que no se ve una pagoda. Con la apertura del país en 2011 tras décadas de aislamiento bajo la junta militar, Birmania vivió un levantamiento de las restricciones religiosas y, al mismo tiempo, un aumento de las tensiones interconfesionales.
Estas tensiones afectaron sobre todo a la minoría musulmana, que precisamente será un tema primordial del viaje del pontífice. El papa ha defendido en numerosas ocasiones a los rohinyás, a los que ha llamado “sus hermanos”, y se reunirá con ellos el viernes durante su visita a Bangladés.
Esta minoría musulmana ha sido víctima en los últimos meses de lo que las Naciones Unidas calificó como una “depuración étnica”, unas acusaciones que la opinión pública birmana, marcada por el nacionalismo y el racismo antimusulmán, rechazó. Más de 600.000 rohinyás han encontrado refugio en Bangladés desde finales de agosto, en su huida de la campaña de represión del ejército birmano.
Pero, para el padre William y sus seguidores, ningún tema de actualidad podrá empañar su encuentro con el papa Francisco. “Ninguno de mis antepasados ha vivido algo así”, cuenta Maria Maung Lone, una fiel de 73 años a la que la cara se le ilumina al pensar en el papa. “Somos muy afortunados”, manifiesta.
Discriminación bajo la junta
El catolicismo se asentó en Birmania en el siglo XVI a través de los comerciantes portugueses establecidos en el estado indio de Goa. Los primeros misioneros se enfrentaron a la desconfianza de los habitantes locales antes de encontrar finalmente su sitio.
Los católicos tenían en general buenas relaciones con sus vecinos budistas, según el padre Soe Naing, portavoz de la iglesia católica en Birmania. Sin embargo, esto cambió tras la rebelión de 1988 contra la junta militar birmana, que provocó un endurecimiento del régimen. “De repente fuimos discriminados”, explicó el religioso. “Los cristianos que trabajaban para el gobierno no fueron promocionados y fue imposible construir nuevas iglesias”, añadió. Pero, con la autodisolución de la junta, todo se hizo más fácil.
En 2014, el país celebró su primer santo: el Vaticano canonizó a Isidoro Ngei Ko Lat, asesinado en la frontera este del país en 1950. En Birmania, la muerte de este joven catecista, hacía más de 60 años, casi se había olvidado tras décadas de represión. En 2015, Birmania acogió a su primer cardenal.
Y la llegada del gobierno civil dirigido por Aung San Suu Kyi permitió en mayo el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Vaticano. El papa, que se encontrará también con el jefe del ejército durante su visita a Birmania, “no podrá evitar tratar la crisis de los rohinyás”, según el analista Richard Horsey. “Pero debe ser consciente igualmente de que la intervención de un líder cristiano es más susceptible de provocar tensiones que de impulsar la comprensión interconfesional”, aseguró. Para los católicos de Birmania, una intervención polémica del papa podría ponerles en el punto de mira de los budistas extremistas.