Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reconoció la semana pasada  a Jerusalén como capital de Israel, tembló la diplomacia. Se trata de una decisión histórica que revoca décadas  y amenazas violentas  en Medio Oriente.

“Es hora de reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel”, declaró el líder desde la Casa Blanca, considerando este paso como “condición necesaria para lograr la paz” y llamando a que la “calma y la “tolerancia” prevalezcan sobre el odio.

La declaración, que recibió una fuerte condena mediática, pone fin a siete décadas de ambigüedad diplomática sobre el estatuto de una ciudad que alberga los lugares sagrados de las tres grandes religiones monoteístas, y es reclamada por igual por israelíes y palestinos.

Jerusalén ha estado dividida entre Jerusalén oriental y occidental desde el final de la guerra árabe-israelí en 1948. Para dividir ambas partes se trazó una Línea Verde, que era la línea de demarcación entre las fuerzas combatientes.

El área occidental, que estaba habitada principalmente por judíos, quedó bajo hegemonía israelí; mientras que el área oriental, habitada principalmente por palestinos musulmanes y cristianos, quedó bajo control de Jordania.

Los árabes que residían en los barrios de la parte occidental fueron obligados a marcharse hacia el este y viceversa, los judíos que residían en la parte oriental tuvieron que irse.

Entre 1949 y 1967 Israel controló la parte occidental y Jordania tomó el control de la parte oriental, que incluye la ciudad vieja de Jerusalén donde están los importantes sitios sagrados de judíos, musulmanes y cristianos.

Pero en 1967, durante la guerra de los Seis Días, Israel capturó la parte oriental de la ciudad y extendió los límites municipales para colocar a toda Jerusalén bajo su soberanía y su ley civil.

En 1980 Israel aprobó una ley en la que afirmaba que Jerusalén era “una parte integral de Israel y su capital eterna”.

El estatus de la ciudad, sin embargo, continuó siendo disputado. Ninguna potencia internacional reconoció a la ciudad como capital israelí y el derecho internacional consideró ilegal la ocupación por parte de Israel de Jerusalén oriental.

Desde entonces, el estatus de Jerusalén ha sido uno de los asuntos clave en el conflicto israelí-palestino y la ciudad continúa dividida entre la parte oriental, donde viven unos 300.000 palestinos, y la parte occidental, con cerca de medio millón de judíos.

En términos prácticos, el Knéset (Parlamento israelí), la oficina del primer ministro y la Corte Suprema israelí están ubicados en el Jerusalén occidental. Y aunque las embajadas internacionales están en Tel Aviv, los líderes y diplomáticos que visitan Israel mantienen sus reuniones en Jerusalén occidental. Este año, Rusia reconoció a Jerusalén occidental como capital de Israel.

Donald Trump, en su discurso sobre Jerusalén, no hizo distinciones entre este y oeste. De hecho, subrayó que su decisión no comprometía los límites geográficos y políticos actuales de la ciudad y que seguía “determinado” a avanzar con el proceso de paz entre israelíes y palestinos.

Indicó que su gobierno “no está tomando partido sobre ningún asunto de estatus final, incluidos los límites específicos de la soberanía israelí en Jerusalén”.

Estas palabras, afirman los expertos del diario  New York Times, dejan abierta la posibilidad de un arreglo eventual en el que un Estado palestino tenga su capital en la parte oriental de Jerusalén.

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, dijo que era “una decisión valiente y justa”,  a pesar de que la medida tomada por Trump deja profundas dudas sobre el futuro del proceso de paz.

Para el presidente palestino, Mahmud Abas, Estados Unidos perdió su papel histórico de mediador de paz entre palestinos e israelíes, mientras que Hamas, el movimiento islamista palestino que controla la Franja de Gaza, dijo que la decisión de Trump “abrió las puertas del infierno”.

Trump ordenó el traslado de   la embajada de Estados Unidos en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén.   El mandatario estadounidense cumple así una promesa de campaña apoyada por los cristianos evangélicos y los votantes judíos de derecha, así como por los donantes, pero sobre todo, dijo, marca el inicio de un “nuevo enfoque” para resolver el espinoso conflicto israelo-palestino.

Sus predecesores, desde Bill Clinton hasta George Bush, hicieron promesas electorales similares, pero las desecharon al asumir el cargo. “Muchos presidentes dijeron que harían algo y no hicieron nada”, dijo Trump poco antes de su discurso.

En una frenética ronda de diplomacia telefónica, líderes de Arabia Saudita, Egipto, Jordania, la Unión Europea, Francia, Alemania y Turquía habían advertido a Trump contra la medida.

Turquía calificó la decisión de “irresponsable” e ilegal, en tanto Jordania dijo que era “una violación del derecho internacional”.

“Hago un llamamiento desesperado para que todos se comprometan a respetar el statu quo de la ciudad, en conformidad con las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas”, instó  el papa Francisco desde el Vaticano.

Cientos de palestinos quemaron banderas estadounidenses e israelíes y fotos de Trump en la Franja de Gaza, mientras estallaron enfrentamientos relativamente pequeños cerca de la ciudad de Hebrón en Cisjordania.

La mayoría de la comunidad internacional no reconoce formalmente a Jerusalén como la capital de Israel, insistiendo en que el tema solo puede resolverse durante las negociaciones, un punto reiterado por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, tras la decisión de Trump.

Guterres implícitamente criticó a Trump, enfatizando su oposición a “cualquier medida unilateral que ponga en peligro la perspectiva de paz”.

Israel se apoderó del sector oriental de Jerusalén, en su mayoría árabe, durante la Guerra de los Seis Días de 1967 y más tarde lo anexó, reclamando ambos lados de la ciudad como su capital.

Los palestinos quieren que el sector oriental sea la capital del futuro Estado que reclaman.

Trump dijo que decidió sobre la mudanza de la embajada estadounidense en cumplimiento de una ley de 1995, que estableció que la ciudad “debería ser reconocida como la capital del estado de Israel” y que la embajada de Estados Unidos debía trasladarse allí.

Los sucesivos presidentes estadounidenses han invocado una exención, posponiendo cada seis meses la mudanza por motivos de “seguridad nacional”, con lo cual la ley nunca entró en vigencia.

Según Trump Jerusalén hoy,  debe seguir siéndolo, un lugar donde los judíos oran en el Muro de las Lamentaciones, donde los cristianos caminan por el Vía Crucis y donde los musulmanes rezan en la mezquita Al-Aqsa.

Los expertos coinciden que las amenazas de guerra, votaciones en la ONU, exhortaciones de la Unión Europea y del mundo, no pueden esconder un derecho innegable de establecer la sede diplomática en donde están las instituciones del Estado de Israel: Jerusalén es sede del gobierno, del parlamento, de la cancillería, y es el lugar donde los embajadores presentan sus cartas credenciales.  Definir arbitrariamente la capital de Israel en Tel Aviv, es otro conflicto.