La frase causa por lo regular diferentes opiniones. Están quiénes aceptan a raja tabla la premisa y los que, por el contrario, creen que para hablar de perdón “verdadero” debe de haber por antonomasia un olvido del daño.
Hace algunos días, platicando con un amigo, salió entre la plática el comentario y su punto de vista me pareció particularmente interesante puesto que, aunque hablaba del “perdón” en su sentido amplio, el tema delolvido no lo desechaba por completo.
Para explicar su punto empleó una alegoría un poco peculiar y que a priori pudiese rayar en la herejía cristiana pero, a su vez, siento que amén del tinte religioso, puede ser efectiva para el punto en cuestión.
– ¿Has visto la imagen de un Cristo resucitado?
– Sí.
– ¿Cómo lo miras?
– Con ropa blanca, esplendoroso.
– ¿Conserva o no las “marcas” de su crucifixión?
– Sí.
Y en ello se detuvo. Su reflexión se sostenía a partir de dicho punto.
Él comentó que así como la imagen de Jesús resucitado era una muestra de que la divinidad había muerto por el perdón de los pecados éste a su vez no olvidaba, al mostrar sus heridas, que perdonar había implicado un costo (morir) y conservar sus lesiones era una forma de hacerle ver, al creyente, tal concepto.
Como comento, amable lector, la alegoría pudiera estar un poco desfasada en cuánto a la teología católica tradicional pero el punto en cuestión es sin duda interesante y nos invita a reflexionar.
Decir que olvidamos cuándo decidimos perdonar a alguien que nos lastimó suena lindo y es políticamente correcto pero ¿hasta que punto es una utopía?
¿Realmente cuando alguien te es infiel, por ejemplo, logras arrancar de tu mente, para siempre y de forma radical, dicha infracción? ¿O es solo el amor que sientes por él/ella lo que te hace volver a confiar?
Para mi interlocutor, siguiendo con su punto, perdonar implicaba más optar por hacerlo admitiendo y recalcando que la lesión jamás volvería a salir a tema.
Es decir, en el momento de la discusión se puede decir lo que provocó la herida y lo lastimado que uno se vio al verse ofendido pero, tras optar y decir “te perdono”, es momento de enterrar el tema de la relación. Para siempre.
No volver a tocarlo, confiar “desde cero” en la persona y que, aunque siempre estará dicha “llaga”, el amor -tanto romántico como el storgé/ágape (fraternal/amistad)- es más fuerte que la ofensa y per se la relación sobrevive al agravio.
La reflexión es sin duda interesante y, en lo personal, el punto es un poco más “mundano” y alcanzable en términos prácticos ya que, afortunada o desgraciadamente para ciertas cosas tenemos una mente privilegiada (y que nos hace no “olvidar”) pero así como amar implica una decisión: lo haces a pesar de los defectos de quién amas; perdonar también entra en la misma vertiente: perdonas pese a la ofensa que te pudieron haber hecho.
Y así cómo cuando amas estás consciente de las virtudes y defectos, y aún así amas. Cuando perdonas, sabes que una vez te ofendieron pero decides consciente obviarlo por el amor que sientes.