Una de las primicias fundamentales de la filosofía es cuestionar lo establecido mediante el razonamiento. Pensar, es por tanto, la herramienta por antonomasia mediante la cuál intentamos doblegar al sistema.

Pero hacerlo, atreverse, no es fácil porque en muchas ocasiones existen consecuencias. Desde las más simples, como lo es que te vean mal o te juzguen de loco (porque vas contra la corriente, alteras la «normalidad») hasta aquellas que atentan contra la vida del pensador (¿recuerdan la Inquisición, por ejemplo).

Y aunque somos testigos de pensadores que se convierten en mártires en lugar de revolucionarios, nuestra naturaleza inquieta e inquisitiva ha logrado mantener viva el hambre por descubrir y desentrañar nuestro entorno.

Dar el paso es complicado.

Como lo comento, el pensar implica que aceptamos los riesgos implícitos de ello además, claro, de que entendemos (en teoría) de que no hay paso hacia atrás. Una vez que le plantamos la cara a algo, es muy difícil, por no decir imposible, que se nos deje de etiquetar de «rebeldes«.

Pero aparte hay algo más.

Somos seres en «potencia» con la capacidad de racionalizar, de cuestionar e indagar sobre cosas o asuntos trascendentes pero hacerlo, además de los «riesgos» que les comentaba líneas arriba, lleva consigo algo más: esfuerzo.

Sí.

Pensar no es fácil y las respuestas no caen, casi nunca, como la manzana a Newton. Tenemos que rumiar ideas, cuestionar posturas, indagar cuestiones, profundizar y debatir contra nosotros mismos, primero, las cuestiones que damos por sentadas como ciertas.

Estar dispuesto a tachar como falsas cosas que nosotros creemos como verdaderas es algo que no cualquiera puede hacer, y esto es algo que el mundo, la inmensa mayoría, lo tiene como mal visto. Es preferible, dicen, seguir la corriente que plantarle la cara.

Pero es necesario.

Gracias a que han existido personas que abogaron por encontrar la verdad es que hemos dado pasos increíbles en nuestra evolución tecnológica y cultural. Somos, les guste o no a muchos, hijos de dicha racionalización. 

Quedarse en silencio, meditando, suele ser visto como algo extraño en un mundo que está ávido de inmediatez y de una permanente conexión aunque hoy, más que nunca, una pausa para pensar, aunque conlleve un mote de burla, es necesaria para poder afrontar y sobrellevar un mundo tan efímero y tan necesitado de nuevas, y quizá mejores, formas de afrontarlo.