Lo he dicho antes pero sin duda es importante siempre tenerlo presente. La muerte, es, sin duda, algo que inevitablemente nos va a llegar a todos. Una realidad intangible pero a su vez palpable de la cuál huimos pero con la cuál vivimos como si nunca fuera a llegar.
Pero es claro que no la podemos evitar, y solo nos quedan dos caminos: o la aceptamos o nos amargamos.
La frase que da título a esta entrega por más profunda que se pueda leer la tomo de una película de Marvel: Dr. Strange; en boca del personaje «Ancestral«.
Mientras está en su lecho de muerte, la gurú (o hechicero supremo) reflexiona sobre cómo, por más que intentes prolongar la vida (en este caso con magia) lo que al final la definirá, le dará un sentido pleno, es precisamente cuando te haces consciente de la muerte, de que habrá un momento final y, por tanto, ello te lleva a vivir intensamente, y con un objetivo, antes de atravesar dicho umbral.
Y no hay nada más cierto.
Solemos vivir creyendo que al día siguiente amaneceremos y con ello muchas veces, sino es que la mayoría, postergamos las cosas a mañana, dejando por tanto al azar poder llegar a concluir tales proyectos porque creemos, en nuestro ego, que tenemos un número de días ilimitados para hacer las cosas y que solo, al ser ancianos, podremos entonces comenzar a ver la muerte más cerca.
Pero la edad no es garantía de nada.
Puedes morir hoy siendo incluso la persona más sana de tu ciudad. La muerte es un algo tan maravilloso que no discrimina ni sexo, ni raza, ni religión, estado social o edad. Simplemente, cuando es hora, te toca irte y punto.
Si lo entendemos. Si lo aceptamos. Podremos entonces trazar una línea o un proyecto que intente definir o darle un sentido a nuestra efímera existencia. Y entonces sí trascenderemos.
No es ser fatalista o pesimista.
No es que tengamos que estar pensando cada cinco minutos que vamos a morir pero sí aprender o lograr procesar el desprendernos de esos días que damos por sentados que vamos a vivir porque simplemente no lo sabemos y no hay nada en el mundo, ni siquiera el chamán más exótico de los Andes, que nos los pueda asegurar.
Aceptar que la muerte define nuestra vida es reconocer que 1) podemos morir en cualquier instante, ello nos lleva a 2) vivir, por tanto, cada día como si fuera el último y, por tanto 3) no quedarnos con ganas de nada para mañana.