Tenemos la idea de que estudiar o aprender es algo que solo se hace en la escuela o Universidad, y que una vez graduados (con alguna carrera), o si nos va mejor con alguna especialidad o doctorado, nuestra obligación por saber se acaba.

Es decir, para muchos, estudiar es un ciclo que dura 15 años o tan solo un poco más. Pero no es del todo cierto, o al menos, nuestra naturaleza inquieta y curiosa nos permite, nos puede dar esa pauta, para seguir sorprendiéndonos y aprendiendo con cosas que no necesariamente nos brinden un reconocimiento académico.
Aristóteles decía:

«El mejor saber es el que no sirve para nada.»
¿Y qué quería decir con ello?
Que la magia del conocimiento está precisamente en aprender. En llegar a tu cama por las noches «sabiendo que sabes» algo nuevo. Algo que quizá no te aporte nada a tu vida profesional pero que te lleva a ser una persona más culta, más preparada, de más mundo.

Pero este tipo de saber no se enfoca en generar personas ególatras que, tal enciclopedias ambulantes, se sientes los hacedores del mundo. No. El conocimiento también implica una responsabilidad: guiar.

Un líder, un emprendedor, un padre de familia, un profesor, un tío… tiene la responsabilidad de conducir a los demás, y para llevar de una forma adecuada a alguien debes de tener conocimiento en «cosas de la vida» que van más allá de un aula. La vida, aunque es compleja y enredosa, está llena de muchas cosas simples; y muchas veces lo simple es lo más difícil de entender y explicar.

Tener hambre por saber no debe de acabar.

Siempre habrá algo que desconozcamos y continuamente aquello que crees en un primer momento no puede servirte para nada te puede sacar algún día de un apuro o servirte para algo.

No pares de aprender pero no porque el conocimiento es poder sino porque el saber te enseña a ver las cosas de maneras más amplias y con ello puedes ayudar a los demás.