En una larga carta dirigida a los fieles católicos en Chile, el Papa Francisco reconoció la existencia de una “cultura de los abusos” y un “sistema de encubrimiento” en la Iglesia de ese país, e instó a crear un movimiento de renovación que clame “nunca más” a esos fenómenos.

“Una cultura libre de encubrimientos que terminan viciando todas nuestras relaciones. Una cultura que frente al pecado genere una dinámica de arrepentimiento, misericordia y perdón, y frente al delito, la denuncia, el juicio y la sanción”, pidió Francisco.

El texto, dado a conocer este día por la sala de prensa del Vaticano, advirtió que esa “cultura del abuso y del encubrimiento” es incompatible con la lógica del mensaje cristiano, porque todos los medios que atenten contra la libertad e integridad de las personas son “antievangélicos”.

La misiva, franca y dramática a la vez, es parte de una serie de acciones prácticas llevadas adelante por Jorge Mario Bergoglio para afrontar la peor crisis institucional en la historia moderna de la Iglesia chilena.

Si bien el escándalo surgió tras las denuncias contra el más famoso sacerdote abusador, Fernando Karadima, en su documento el pontífice advirtió que el problema es mucho más profundo y se extiende más allá de algunos responsables públicos.

Por eso, pidió a los feligreses evitar “enroscarse en vacíos juegos de palabras”, en “diagnósticos sofisticados” o en “vanos gestos” que impidan tener la valentía necesaria para mirar de frente el dolor causado, el rostro de sus víctimas y la magnitud de los acontecimientos.

Llamó a no encerrarse en estructuras fijas o caducas, a no resignarse ni bajar la guardia ante los acontecimientos, a no caer presa de las “miradas estrechas” sino buscar el espíritu que permite hacer justicia en la verdad y en la caridad, purificar del pecado y la corrupción e invitar siempre a la necesaria conversión.

Más adelante, destacó el esfuerzo y la perseverancia de personas concretas que, “incluso contra toda esperanza o teñidas de descrédito”, no se cansaron de buscar la verdad. Se refirió así a las victimas de los abusos sexuales, de poder, de autoridad y a aquellos que en su momento les creyeron y acompañaron.

“Victimas cuyo clamor llego al cielo, quisiera, una vez más, agradecer públicamente la valentía y la perseverancia de todos ellos”, añadió.

Por otra parte constató que la crisis se profundizó por el intento de “suplantar, acallar, ningunear, ignorar o reducir a pequeñas elites” al pueblo de Dios en su totalidad, buscando construir comunidades, planes pastorales y estructuras sin raíces ni historia, sin rostros ni memoria, sin cuerpo y sin vidas.

Afirmó que alejarse de la vida del pueblo lleva a la desolación y a la perversión eclesial. “En el Pueblo de Dios no existen cristianos de primera, segunda o tercera categoría. Su participación activa no es cuestión de concesiones de buena voluntad, sino que es constitutiva de la naturaleza eclesial”, siguió.

Advirtió que “se nos exige promover conjuntamente una transformación eclesial que nos involucre a todos”.

El Papa invitó a ser una “Iglesia profética” con una mística de ojos abiertos, que cuestione y no permanece adormecida; que mire al presente sin evasiones pero con valentía, con coraje pero sabiamente, con tenacidad pero sin violencia, con pasó6n pero sin fanatismo, con constancia pero sin ansiedad.

Solo así, continuó, se puede cambiar todo aquello que hoy ponga en riesgo la integridad y la dignidad de cada persona; ya que las soluciones que se necesitan reclaman encarar los problemas sin quedar atrapados en ellos o, lo que sería peor, repetir los mismos mecanismos que se quiere eliminar.

Consideró que una de las principales faltas y omisiones ha sido el no saber escuchar a las víctimas, construyendo así conclusiones parciales a las que le faltaban elementos cruciales para un sano y claro discernimiento. “Con vergüenza debo decir que no supimos escuchar y reaccionar a tiempo”, precisó.

“Es tiempo de escucha y discernimiento para llegar a las raíces que permitieron que tales atrocidades se produjeran y perpetuasen, y así encontrar soluciones al escándalo de los abusos no con estrategias meramente de contención – imprescindibles pero insuficientes – sino con todas las medidas necesarias para poder asumir el problema en su complejidad”, insistió.

“Hoy sabemos que la mejor palabra que podamos dar frente al dolor causado es el compromiso para la conversión personal, comunitaria y social que aprenda a escuchar y cuidar especialmente a los más vulnerables”, continuó.

Por eso urgió a generar espacios donde la cultura del abuso y del encubrimiento no sea el esquema dominante; donde no se confunda una actitud critica y cuestionadora con traición.

Esto -agregó- nos tiene que impulsar como Iglesia a buscar con humildad a todos los actores que configuran la realidad social y promover instancias de diálogo y constructiva confrontación para caminar hacia una cultura del cuidado y protección.

Según Francisco, los cristianos serán fecundos en la medida en que potencien comunidades abiertas desde su interior, que se liberen de “pensamientos cerrados y autoreferenciales”, llenos de “promesas y espejismos que prometen vida pero que en definitiva favorecen la cultura del abuso”.

“Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, no busca encubrir y disimular su mal, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesucristo”, estableció.

“Esta certeza es la que nos moverá a buscar, a tiempo y destiempo, el compromiso por generar una cultura donde cada persona tenga derecho a respirar un aire libre de todo tipo de abusos”, sentenció.

La carta difundida este día precede una serie de encuentros del Papa con un grupo de sacerdotes y feligreses víctimas de los abusos de Karadima, con los cuales dialogará desde este viernes 1 y hasta el domingo 3 en su residencia vaticana, la Casa Santa Marta.

Al mismo tiempo, en las próximas semanas el pontífice deberá decidir si acepta la renuncia de los obispos de Chile, los cuales presentaron en bloque sus dimisiones apenas unos días atrás luego de reunirse por tres días en el Vaticano con el Papa.