Karlheinz Deschner (1924-2014), escritor y ensayista alemán, es recordado sobre todo por su monumental obra en diez tomos “Historia criminal del cristianismo”. Obra polémica pero inconclusa, pues llega sólo hasta el siglo XVIII, fue publicada entre 1986 y 2013, debiendo el autor darla por concluida con el décimo tomo debido a problemas de salud. Descher fallecería un año después.
Su obra completa, que abarca novelas, colecciones de aforismos y ensayos, se centra en los estudios históricos del cristianismo y de la Iglesia, a los cuales —siguiendo la tradición del Iluminismo del siglo XVIII— considera como enemigos de la humanidad.
Nacido en el seno de una familia católica, se educó en centros educativos gestionados por religiosos y, tras sobrevivir al servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, realizó estudios en la Escuela Superior Teológico-Filosófica de Bamberg (1946-1947) y asistió entre 1947 y 1951 a lecciones de literatura, derecho, filosofía , teología e historia en la Universidad de Wurzburgo, en la cual se graduó.
¿Qué circunstancias de la vida llevarían a este prometedor intelectual formado en los cotos del catolicismo a convertirse en uno de sus detractores más acérrimos?
Si bien sus primeras obras críticas sobre el cristianismo aparecieron a fines de los años ‘50, ya en 1951 a Deschner le había sido aplicada por el entonces obispo de Wurzburgo, Julius Döpfner, la máxima sanción que contempla la Iglesia Católica: la excomunión. El motivo no pudo ser más trivial: Deschner se había casado civilmente con la divorciada Elfi Tuch, su compañera sentimental. Para la Iglesia, la pareja vivía en pecado y a Deschner se le exigió anular el matrimonio contraído, cosa que se negó a hacer. Ya influido entonces por los escritos de Nietzsche, Kant y Schopenhauer, a Deschner le importó un carajo lo que hiciera una Iglesia capaz de cometer lo que actualmente sería considerado como un atropello contra derechos fundamentales de la persona.
El análisis histórico del cristianismo que hace Deschner no parte de una intención destructiva sino de un imperativo ético, como señala en el primer tomo de su obra magna:
«¿Por qué no habríamos de aplicar al cristianismo su propia escala de medida bíblica, o en ocasiones incluso patrística? ¿No dicen ellos mismos que «por sus frutos los conoceréis»?
Como cualquier otro crítico social yo soy partidario de una historiografía valorativa. Considero la historia desde un compromiso ético, que me parece tan útil como necesario, de “humanisme historique”. Para mí, una injusticia o un crimen cometidos hace quinientos, mil, mil quinientos años son tan actuales e indignantes como los cometidos hoy o los que sucederán dentro de mil o de cinco mil años».
Y la contradicción que encuentra entre lo que predican y lo que hacen los cristianos sobre todo en los más altos niveles jerárquicos, alimentan su creencia en la criminalidad del cristianismo:
«Como es sabido, hay una contradicción flagrante entre la vida de los cristianos y las creencias que profesan, contradicción a la que, desde siempre, se ha tratado de quitar importancia señalando la eterna oposición entre lo ideal y lo real… […] “…cuando siglo tras siglo y milenio tras milenio alguien realiza lo contrario de lo que predica, es cuando se convierte, por acción y efecto de toda su historia, en paradigma, personificación y culminación absoluta de la criminalidad a escala histórica mundial”, como dije yo durante una conferencia, en 1969, lo que me valió una visita al juzgado».
Se ha acusado a Deschner de falta de rigurosidad en el tratamiento de sus fuentes históricas, de no poner los hechos en su contexto y de omitir todo lo bueno que ha hecho el cristianismo a lo largo de su historia milenaria. O que la acumulación de hechos delictivos reseñados por el autor -cuya veracidad histórica nadie ha puesto en duda- no justificarían metodológicamente la conclusión de que la Iglesia sea una organización criminal.
Argumentos similares hemos escuchado ante los abusos sexuales masivos en la Iglesia católica, donde incluso algunos obispos se cuentan entre los perpetradores y la gran mayoría habrían sido encubridores, a fin de “evitar el escándalo” y defender la imagen de “santidad” de la Iglesia.
De lo que no tenemos duda —especialmente aquellos que somos católicos con conciencia crítica— es que, si Deschner todavía estuviera vivo, tendría suficiente material histórico como para cerrar con broche de oro su “Historia criminal del cristianismo”.