Para Antoni Gelonch (Lleida, 1956), Lutero era un buscador de la verdad. Con esa definición comienza el primer párrafo de su último libro, Lutero. Buscando la verdad, cambió la historia.

Se trata de una obra de aproximación al personaje impulsor de la Reforma, y no una biografía.  Un retrato exhaustivo, con tintes propios de quien ama la historia, y que constituye uno de los primeros escritos en catalán sobre el reformador alemán. “El afán es entender nuestra civilización, y para ello, a mi entender, si no se conoce a Lutero no se puede conocer esta civilización”, explica Gelonch.

Desde el salón de su casa, con vistas a la Avenida Diagonal de Barcelona, y esquivando el murmullo del tráfico cotidiano y de quienes no se detienen en él, Gelonch sostiene un ejemplar de su libro, sobre el que habla en primer lugar para después dar paso a una amplia reflexión sobre la idea del pluralismo, la realidad de la intolerancia y el peligro de no conocer la historia.

Pregunta: ¿Por qué este libro?

Respuesta: Este libro tiene una cocción muy lenta y se llega de una manera casual. Lo he hecho partiendo de los grabados. Como hicimos la exposición “Imágenes para creer” el año pasado, que era sobre cómo católicos y protestantes utilizaban las imágenes entre los siglos XVI y XVIII, forzosamente tenía que entender y conocer bien la Reforma. A través del grabado comencé a ver las divergencias teológicas entre Lutero y la Iglesia Católica Romana, y el personaje me interesó. Pero desde el principio tuve claro que no quería hacer una biografía, porque creo que las biografías no dan la imagen real del personaje. Yo quería presentar a Lutero bajo diversos aspectos. Por tanto, en el libro hay capítulos sobre Lutero y la economía, Lutero y el poder, su evolución teológica, su relación con el arte y con la educación. Me interesaba destacar estos aspectos.  Después hay otros capítulos destinados a la figura, la personalidad de Lutero. Son tres en total. Uno es “En la intimidad de Lutero”, donde explico cuál era el ambiente donde él vivía y se desarrollaba; otro llamado “Amigos, enemigos y odiados”, porque como buen personaje disruptivo de la historia, Lutero tuvo amigos, enemigos y odiados; y todavía hay dos capítulos más relacionado con la figura de Lutero: “Erasmo y Lutero”, donde intento explicar las divergencias entre humanistas y reformados, y “El antisemitismo de Lutero”, porque he querido hacer una aproximación a la figura de Lutero sin priorismos. Lo que quiere decir que no he pretendido hacer una hagiografía ni mi objetivo era la descalificación. Como todos los personajes históricos, Martín Lutero tiene luces y sombras, y no he querido destacar unas más que otras. Por ejemplo, el título del libro es “Buscando la verdad, cambió la historia”, y yo creo sinceramente que Lutero buscaba la verdad. Lo que pasa es que cuando se tiene una visión tan clara de lo que se quiere hacer en la vida, todo lo que no coincide con esa visión no es útil, y por tanto se rechaza. Y en ese rechazo Lutero era muy radical, porque su carácter era fuerte, pero lo entiendo. Solamente con un carácter fuerte se puede hacer una reforma de la iglesia porque se tiene que luchar.  En su caso se trataba de una nueva doctrina que tenía que abrirse paso en un mundo mayoritariamente católico con una iglesia muy aceptada. Lo que también he querido destacar es que Lutero no es una seta que aparece, sino que lo hace cuando lo tenía que hacer. Se daban unas circunstancias que provocaban que mucha gente anhelase la reforma de la Iglesia Católica Romana. Además, ya habían habido otros intentos antes. Hay un capítulo sobre ello en el libro. Lo que digo es que Lutero es un eslabón de un proceso que comienza en el siglo XII, cuando mucha gente empieza a considerar que la Iglesia Católica se ha desviado de la pureza evangélica. Entonces aparecen los valdeses o los husitas, entre otros. Pero el peso de la Iglesia Católica todavía es muy importante y aplasta estos movimientos, que tampoco tienen mecanismos de difusión.    Una imagen de Katharina Von Bora en el interior del libro. / Jonatán Soriano La ventaja de Lutero es que contará con dos elementos que los otros no habían contado. Uno es la imprenta que, como él dice, es una bendición de Dios, porque le permite llegar a mucha gente. El otro elemento es su coalición, ganadora para las dos partes, con algunos príncipes y nobles alemanes. Él considera que si no tiene la espada, difícilmente ganará el verbo, y a los nobles les interesa porque es una manera de desligarse, aparte de sus convicciones teológicas, del poder del emperador y de Roma. Esto le traerá a Lutero algunos dolores de cabeza, como su posicionamiento en la Guerra de los Campesinos, pero eso le permitirá hacer avanzar y consolidar la Reforma, que si no hubiese sido liquidada por el poder conjunto del emperador y la Iglesia Católica.

P: Con todos los respetos, ¿qué hace una persona católica escribiendo sobre Lutero?

R: Lutero es una figura principal de la historia y todavía hoy en Europa. Tengas la confesión que tengas, es una figura que debe interesar porque si no es imposible entender nuestra sociedad, la construcción de Europa o las maneras diferentes de entender la civilización que hay entre católicos y protestantes. Me parece que es interesante que lo haga un católico porque si lo hiciese un protestante, quizás habría cosas que no las podría decir con tanta contundencia. Porque los protestantes, aquí, tienen conciencia de minoría y de Lutero lo ven todo bueno.  Mi aproximación ha sido para conocer el personaje. He leído mucho sobre Lutero porque me interesaba cómo podía aproximarme al personaje. También tenía otro hándicap, que es que en catalán no había prácticamente nada publicado y me he tenido que basar en textos, básicamente, en francés e inglés. El afán es entender nuestra civilización, y para ello, a mi entender, si no se conoce a Lutero no se puede conocer esta civilización. No se puede entender porqué Angela Merkel tiene unos determinados posicionamientos y Matteo Salvini tiene otros. Esto se tiene que explicar yendo a las fuentes de este personaje.  O sea, su ideal de austeridad, de lucha contra la usura, de no intermediación, de la importancia de la palabra dada, de no estirar más el brazo que la manga y de buscar la salvación a través del trabajo de cada día, diciendo que el escándalo no es la riqueza sino que es la pobreza, todo esto configura una Europa que todavía hoy es visible. Por eso me interesó el personaje, porque me interesan los fenómenos que son disruptivos, que marcan un antes y un después. La Reforma protestante es uno. Y para entender el movimiento hay que entender al personaje que lo impulsó de la manera más decisiva. Y es un personaje con muchos contornos.

P: ¿Hacia dónde va ese interés por las “divergencias teológicas” del protestantismo?

R: Mi relación con el protestantismo ya tiene tiempo porque viví siete años en Francia y la mayoría de mis amigos allí, curiosamente, eran protestantes. Fui a cultos y tuve conversaciones con pastores. Esa relación no ha sido nunca de rechazo por mi parte. Es cierto que, a veces, tengo la sensación que aquí los protestantes se quejan más de lo que sería necesario. Yo siempre les pregunto si hacen suficientes esfuerzos para ser conocidos, porque quejarse de que los demás no los quieren lo suficiente puede indicar que tampoco se han hecho querer. Es una relación muy compleja y que viene de muy lejos. En Francia no se da porque la situación allí está mucho más normalizada en este sentido. Desde la Revolución francesa, los protestantes tienen todos los derechos cívicos y el culto está asegurado.  La sociedad española ha sido muy cerrada. Siempre pongo el ejemplo de que España es uno de los pocos países en los que, a finales del siglo XIX, un pensador católico, Menéndez y Pelayo, es capaz de escribir un texto titulado Historia de los heterodoxos españoles. Cuando uno habla de “heterodoxos españoles” quiere decir que hay una manera ortodoxa de ser español y que el mismo Menéndez y Pelayo resume en una frase: “España es luz de Trento y martillo de herejes”. Si a finales del siglo XIX todavía estamos así, se puede suponer que ocurrió en los siglos XVI, XVII Y XVIII, en cuanto a persecución.  Lo que a mí me parece es que esta sociedad que es poco tolerante, que acepta muy poco al otro, tiene como una de las bases de su intolerancia el hecho de que la Reforma no llegase. No digo que sea tan importante que la Reforma triunfase, como el hecho de que no llegase. Se instaló un pensamiento único que hizo que no hubiese debate con quiénes piensan de otra manera. Y esto ha conformado una sociedad muy intolerante. Pondré el mismo ejemplo con la Revolución francesa. Como en el Estado español nunca ha triunfado una revolución liberal, esto hace que haya un pensamiento único, que haya una sola manera de ser español. Por tanto, como ciudadano me pregunto por qué esta sociedad se ha conformado así, y lo ha hecho porque no hemos llegado nunca a los grandes hechos históricos. Lo que crea esta sociedad donde el debate no se acaba de entender ni se acaba de tolerar. Esto es muy peligroso y quiero preguntarme por qué somos así. Y, en parte, somos así porque la Reforma protestante no llegó.

P: ¿El debate sobre el laicismo se plantea desde esta base?

R: Una sociedad intolerante produce movimientos pendulares. Este es un país que puede pasar del nacionalcatolicismo al laicismo poco reflexivo. Nunca hay término medio. O todo se conforma al hecho religioso o nada se conforma al hecho religioso. Y esto tiene una relación con la intolerancia. O tú eres español de manera ortodoxa, y por tanto católico, o el hecho religioso es expulsado del espacio público. Pueden haber algunas razones comprensibles. Cuando se tiene un empacho de nacionalcatolicismo, se puede tender hacia lo contrario. El exceso de clericalismo del siglo XIX comporta la aparición del anticlericalismo, que es tan radical como el clericalismo en esta idea de pensar que se tiene la razón.    Entre otros estudios, Gelonch ha cursado Derecho y Farmacia. /Jonatán Soriano Ahora estamos en el anticlericalismo más primario, es decir, el hecho religioso no existe, es antigüedad, hay que ser modernos. Pero esta sociedad no es sólida. No puede encontrar términos medios que puedan acomodar a todo el mundo. Cada uno tiene que imponer su verdad. Esto ocurre porque hay excesos por parte de ambos lados, es decir, un exceso del hecho religioso o una anulación de la presencia del hecho religioso.  Deberíamos encontrar un equilibrio. El hecho religioso existe, y expulsarlo me parece incorrecto, pero también me parece incorrecto que se quiera imponer una determinada doctrina en el espacio público. La Iglesia Católica tiene que reflexionar mucho sobre la utilidad del enseñamiento católico. Me parece que no es difícil constatar que hay un problema cuando en Cataluña el 25% de la educación está en manos de la Iglesia Católica y la frecuentación religiosa es del 5%. Por tanto, la Iglesia Católica debe preguntarse si estos grandes centros educativos sirven para la transmisión de la fe o son escuelas privadas sin más. Por otro lado, los anticlericales y laicistas siempre ven las escuelas católicas, aquí hay pocas protestantes, como de élite y perpetuadoras del sistema elitista. Esto es falso porque también hay escuelas católicas en zonas con problemas sociales graves, pero es más fácil atacar a los escolapios de Sarrià que a la escuela de los jesuitas del Clot.

P: Entonces, los protestantes en España hemos crecido a partir de una relación de queja.

R: El protestantismo no arraigó aquí porque se dieron una serie de circunstancias que no lo hicieron posible. En el libro destaco cuatro de ellas. No puedo hacer una suposición de lo que hubiese ocurrido si hubiera arraigado, porque sería una invención y procuro ser riguroso. Como decía, no es tan importante que no arraigase sino que no hubo la oportunidad de contraste.  Aquí se impuso un pensamiento único y los protestantes han recibido mucho. Han sido perseguidos por todas las dictaduras. Se les ha considerado el partido del extranjero, como decía Giscard D’Estaign. Por tanto, entiendo que tengan conciencia de minoría, y minoría perseguida. Tienen motivos sociológicos para considerarse como tal. Pero creo que no pueden quejarse de ser una minoría perseguida porque no saldrán nunca del bucle. Ahora, con las presentaciones del libro, muchas veces pido que me acompañen protestantes, y estoy descubriendo que van saliendo poco a poco y sin miedo de reivindicarse como protestantes, pero es curioso que un católico tenga que incitarlos a manifestarse como tales. Creo que los protestantes deberían hacer un esfuerzo para que personajes reconocidos de su confesión los reivindiquen públicamente, porque nadie hará ese esfuerzo por ellos.    Para Gelonch es imprescindible conocer la figura de Lutero para comprender la Europa actual. / Jonatán Soriano La comunidad protestante, que además es una comunidad históricamente dividida en diferentes denominaciones y esto es otra debilidad, se tiene que manifestar. Hablo de un protestantismo de tipo luterano o calvinista, pero cuando te encuentras con la realidad de los evangélicos, los pentecostales, todo aquello es otro mundo. Y resulta muy complicado establecer un puente porque no existen los protestantes, sino muchas parcelas diferentes y pequeñas. En este sentido creo que se tendrían que fomentar más acciones conjuntas. Deberían mirar de tener más presencia pública pero también recomiendo una cosa, en este sentido. Y es que cuando se haga presencia pública, no se intente adoctrinar.  Caen rápidamente en el combate de ideas y hay quién quiere conocer pero no ser convencido. En Francia me pasó en una iglesia. En el tiempo del aperitivo, después del culto, un hombre me preguntó si era católico y entonces me dijo que ya había conocido la verdadera fe y que tenía que convertirme. Yo le dije que no sabía si tenía ganas de convertirme porque es una decisión personal. Esto lo encuentro muy violento, porque si te aproximas para conocer una realidad no se puede ir más allá de lo que se está solicitando, porque si no se puede generar un rechazo. Habría que calmar esa mentalidad proselitista. Los protestantes harían muy bien en darse a conocer sin proselitismo, con el deseo de compartir las bases de su fe.

P: En otras entrevistas sobre el libro ha hablado de “pedagogía del miedo”. ¿Cómo  se relaciona con el protestantismo en la actualidad?

R: Yo cuando hablo de pedagogía del miedo hablo del siglo XVI, no de ahora. Básicamente se trata de poner en marcha el tribunal de la inquisición, y entre 1560 y 1580, después del Concilio de Trento, se va a por todas. La época en la que hay más ejecuciones y condenas. Por tanto, durante veinte años, si alguien es protestante, deja de sentir ganar de serlo. Porque sabe que irá a galeras, o será azotado, o lo quemarán o tendrá que huir. Después de esos veinte años de intensidad, la inquisición se calma. Porque la gente tiene interiorizado que no puede pensar en ser aquello, porque si lo hace le puede pasar lo que le ha pasado a los otros. La pedagogía del miedo está siempre detrás de la gran punición de un sistema totalitario, y la inquisición no deja de ser un sistema totalitario. Consiste en juzgar la conciencia y hay una gran represión. Luego se instala el miedo. El franquismo es igual. Hay una gran represión durante los primeros años y luego miedo a hablar incluso de los recuerdos de la guerra. No creo que sea la situación actual de los protestantes.

P: No me refería tanto a las galeras, sino a esa idea de intolerancia con lo ajeno, lo desconocido.

R: No vienen buenos tiempos para las minorías. Se está instaurando un discurso, otra vez, que me parece peligroso y que es el de los buenos y los malos. Hay una manera de ser que es la que debe ser, una ausencia de debate y unas redes sociales que juegan un papel en todo esto. Y todo ello nos conduce hacia un futuro autoritario.  Europa es un continente que tiene miedo a perder lo que tiene, las pensiones y el estado de bienestar, pero también miedo al extranjero, que por otro lado es un miedo muy fomentado porque es miedo al extranjero pobre. Al extranjero rico no parece que se le tenga miedo. Todo este conjunto de miedos hace sociedades cerradas y rígidas, donde toda disensión es mal vista.  En este sentido, me da miedo el rebrote del autoritarismo en Europa, que no es exclusivo de los católicos porque en los países protestantes hay el mismo autoritarismo. Sólo hace falta mirar el lugar que ocupa la extrema derecha en Suecia, Dinamarca o Alemania, entre otros. Es un fenómeno de sociedades envejecidas, que no es muy dependiente de la adscripción religiosa, sino que se da con el envejecimiento y el miedo al futuro. Cuando se le tiene miedo al futuro se está dispuesto a hacer lo que sea para asegurar la situación presente.

P: Y usted, ¿cómo ha adquirido la sensibilidad para observar a otro colectivo que no es el suyo?

R: He aprendido la tolerancia de mis padres, que eran católicos. Pero no me acerco tanto a un colectivo sino a una personalidad. Lutero me parecía muy digno de estudio y me acerco a él como una persona que tiene interés por la historia de su civilización, pero no tiene que ver con una adscripción religiosa. No me he dejado llevar por ningún priorismo. Realmente creo que Lutero buscaba la verdad.    La obra de Gelonch es uno de los pocos textos escritos en catalán acerca de Martín Lutero. / Jonatán Soriano

P: ¿Y la encontró?

R: Él encontró su verdad. Creo que lo hizo con el corazón abierto, el espíritu libre y con sinceridad. Desde el punto de vista teológico, quiso regresar a las fuentes. Hizo una evolución teológica muy rápida y eso conlleva el peligro de derrapar. Su verdad lo confrontó a él y a mucha gente que vivía con trauma la evolución de la Iglesia Católica Romana.

P: ¿Se le recordaría diferente de no haber sido un personaje religioso?

R: Como he dicho, no me gusta la invención. Pero todos los personajes disruptivos son mal vistos porque van a por el poder establecido. No creo que su recepción sea muy diferente de la de otros. El problema aquí es que no ha habido interés por la figura de Lutero, ni por la historia de las ideas, y la religión forma parte de la historia de las ideas. Esto es algo que me preocupa.