En solo 40 años habrá en Alemania la mitad de cristianos, entre católicos y protestantes, que ahora, según un recién estudio encargado por la Conferencia Episcopal y por la Iglesia Evangélica, informa La Croix.

En 2060 habrá solo 22,7 millones de cristianos, católicos y luteranos, frente a los actuales 44,8 millones, una caída del 49% que afecta de modo similar a las distintas confesiones aunque algo más a los protestantes que a los fieles a Roma, según un estudio publicado a principios de este mes.

Según datos de 2017 hay en Alemania 21,5 millones de protestantes, que en 2035 serán 16,2 (una cuarta parte menos) y apenas 10,5 millones en 2060 (un descenso de más de la mitad).

El caso de los católicos es ligeramente menos terrible, ya que si goy son 23,3 millones, caerán un 21% -a 18,6 millones- para 2035, y a 12,2 (una caída del 48%) para 2060.

En Alemania esto tiene una consecuencia prosaica significativa: los dineros. Allí la Iglesia -las iglesias- es muy rica gracias al Kirchensteuer, que obliga a quien se confiesa seguidor de una religión a destinar una parte no despreciable de sus ingresos a la organización de culto de que se trate. Muchos críticos del sistema denuncian que esto instila en los prelados una mentalidad empresarial, animándoles a ceder a las ‘demandas’ de los clientes para no perder cuota de mercado e ingresos. Observando la relajación de exigencias en la prédica común allá, la acusación no parece del todo injusta. Pues bien, con la prevista apostasía generalizada que se prevé, la Iglesia alemana se vería manejando mucho menos dinero para cubrir gastos que no se reducirían en absoluto en igual proporción.

Estos datos pavorosos ponen de relieve dos paradojas en la Iglesia actual. La primera es que el modelo de dar al ‘cliente’ religioso lo que pide en cuanto a relajación de exigencias morales y litúrgicas no funciona. De hecho, ese ‘abrir las ventanas de la Iglesia’ y de acercamiento al mundo que pretendió ser el Concilio Vaticano II desató la mayor fuga de católicos en ausencia de persecución de la historia de la Iglesia, y hoy las órdenes y congregaciones que más crecen -o, simplemente, que crecen algo- tienden a ser las que conectan con la tradición perenne de la Iglesia.

La segunda paradoja es que, siendo una iglesia nacional con tan pobres resultados visibles, sea la alemana la que parece marcar la pauta y la dirección en la que avanza la Iglesia universal. Los asuntos más tratados en la ‘renovación’ del presente pontificado no responde a las demandas de la boyante iglesia perseguida de las periferias, que prospera en medio de las peores dificultades, sino las que interesan a los teólogos y prelados alemanes.