Andrés Díaz de Rábago acaba de cumplir 102 años. «En realidad son 103 en China porque cuentan la edad desde el día de la concepción», bromea este médico jesuita, que lleva más de 70 años de misionero en Asia.
El padre Rábago llegó a China en 1947 y fue expulsado en 1952 pocos años después de la llegada del comunismo. Después de pasar por Filipinas y Timor ahora lleva más de 50 años en Taiwán. Optimista, trabajador y con una gran vitalidad, este sacerdote dedica ahora sus días a acompañar a los enfermos, especialmente a otros misioneros, en los hospitales. «La mayoría son más jóvenes que yo», bromea. Su lema es «sonreír a montones» y aunque dice no tener «ningún secreto» para la longevidad, su alegría y profunda fe parecen estar detrás de su larga vida.
¿Cómo es su día a día en Taiwán?
Mi día a día ha cambiado mucho con los años porque yo antes daba clases en la universidad. Un hombre de más de cien años no es lo mismo que un joven. Hay diferencia (se ríe). Ahora no me dejan ir solo al hospital a acompañar a los enfermos aunque lo sigo haciendo pero con menos frecuencia. Les acompaño espiritualmente y les animo. Aunque pasen los año, el objetivo sigue siendo el mismo: «en todo amar y servir». Eso se puede hacer en cualquier tiempo y circunstancia.
¿Cuál es el secreto de su longevidad?
Tengo un amigo jesuita que siempre me dice: «Lo de tu salud no es que sea ni buena ni mala. Es anormal». Yo creo que acepto la voluntad de Dios en cada momento y eso es lo que me ha dado esta vida que llevo. Secreto ninguno. Pero lo sí debemos buscar como personas y como cristianos es entregar la vida a los demás. Jesús vino para servir no para ser servido. Hay que preocuparse de los demás, de hacer feliz a los demás. Ese es el secreto de la felicidad. Y eso es justamente lo que no hacemos.
Y cuando se despierta por la mañana, ¿no le duele nada?
Nada. Es que lo mío no es bueno ni malo. Es anormal (se ríe).
¿Cuál ha sido el peor momento que le ha tocado vivir en la misión?
Cuando tuvimos que salir de China. Yo entonces estudiaba Teología en Shanghai. Los superiores nos comunicaron que los alumnos extranjeros nos teníamos que ir. Fue uno de los momentos más duros. Todavía me emociono cuando lo recuerdo. Fue una bomba y un bálsamo porque el obispo y los superiores habían decidido adelantarnos la ordenación sacerdotal antes de salir del país. Fue algo cruel porque era una despedida y estupendo porque nos ordenaban.
¿Ha vuelto a China en estos años?
Sí, dos veces. La primera fue en 2002 con motivo del 50 aniversario de mi ordenación sacerdotal. Yo soy el último extranjero que queda vivo ordenado en China después de la llegada del comunismo. Éramos 19; 11 chinos y ocho extranjeros. Cuatro españoles, dos franceses, un argentino y un húngaro. De los extranjeros, soy el único que queda vivo.
¿Si pudiera dar marcha atrás volvería a elegir ser misionero?
Sí, con los ojos cerrados y con más razón que antes porque ahora he vivido la experiencia de ser misionero. Después de pasar más de 70 años como misionero en Asia no me imagino otra vida.
¿Cómo es la Iglesia en Taiwán hoy?
La Iglesia en Taiwán no se entiende sin el desarrollo que supuso la llegada de los misioneros que tuvieron que salir de la China entre 1949 y 1952. Pero es un error pensar que la fe católica en China se empobreció debido a esa salida masiva. Ahora es muchísimo mayor el porcentaje de cristianos que antes del comunismo. El comunismo, como ha ocurrido en otros países, ha sido un catalizador para muchísima gente que se encontró perdida, que no encontraba respuestas a sus problemas y las halló en el cristianismo. Cuando yo salí de China en 1952 había muchos menos cristianos que hoy.
Aquí es al revés… cada vez hay menos cristianos…
Sí, aquí el cristianismo no llega a las personas. Tenemos que pensar qué ocurre… No se puede pensar que no se puede hacer nada, ni creernos esa frase que dice: «todo tiempo pasado fue mejor». No es verdad. Yo he visto tiempos pasados peores de los que hay aquí ahora. He pasado por tres guerras. Creo que los católicos de hoy debemos mirar al futuro con optimismo y al mal tiempo poner buena cara. Es difícil, pero tenemos que ser como Jesús, que fue el más optimista del mundo, pero diciendo verdades cuando había que decirlas. Es una cosa que debemos predicar más y no dejarnos llevar por el pesimismo circundante. Jesús nos dio una esperanza.
¿Cómo se evangeliza hoy?
Una de las cosas que tenemos que inculcar más es que tenemos que ser misioneros en el lugar donde nos toca estar. No esperar a ir un día a China. Para la mayor parte de la gente eso es imposible. Hay que empezar aquí.
¿Se siente más de aquí o de allí?
Me siento más de allá. Lo digo con toda sinceridad. Al principio cuando regresaba a España me preguntaban qué era lo más me llamaba la atención de aquí. Y la verdad es que lo que más me impresionaba es que todo el mundo hablara español. Donde yo vivo, hablo cuatro lenguas diarias.